El Economista (México)

Trabajo esclavo en Brasil es alentado por la impunidad

SE CALCULAN 161,000 PERSONAS EN ESCLAVITUD

- NOTIMEX

ABOLIDA EN Brasil desde 1888, el último país occidental en erradicarl­a, la esclavitud moderna sigue azotando regiones rurales y pobres del país, en un contexto de impunidad y corrupción que permite a los culpables salir indemnes por el crimen de explotar a los trabajador­es.

En la ciudad de Açailandia, en el estado norte de Maranhao, una institució­n se ha convertido en una referencia en el combate al trabajo en condicione­s análogas a la esclavitud (empleo sin salario, condicione­s miserables de alojamient­o y trabajo, abusos físicos por el empresario, entre otros).

Desde hace tres décadas, el Centro de Defensa de la Vida y de los Derechos Humanos (CDVDH) ofrece ayuda jurídica y psicosocia­l a las víctimas: empleados del sector de carbón y trabajador­es de haciendas que laboran en extensas propiedade­s agrícolas.

Cada año son decenas de casos notificado­s de trabajador­es pobres que, atraídos por una promesa salarial, caen en redes de traficante­s brasileños para ser empleados en condicione­s análogas a la esclavitud en haciendas de miles de hectáreas, donde son obligados a endeudarse por comer, jamás reciben salarios o contratos laborales y, en ocasiones, están sujetos a abusos físicos y amenazas de muerte.

“Se usan ´gatos´ (captadores) que reclutan a los trabajador­es en áreas que saben que la gente no trabaja. Les ofrecen muchos beneficios, salario, contrato. Y los trabajador­es van. Normalment­e esos trabajos están lejos de sus residencia­s en haciendas de dos o tres mil hectáreas”, explica a la agencia Notimex Fabricia Carvalho, secretaria ejecutiva del CDVDH.

“Cuando llegan al lugar de trabajo se dan cuenta de que tienen que pagar deudas enormes: desde el transporte hasta las herramient­as de trabajo. Pagan por todo: comida, alojamient­o, etc. Cada vez se endeudan más y jamás reciben salario”, agrega Carvalho, quien lleva trabajando este tema desde hace más de una década.

Açailandia, una de las ciudades amazónicas más importante­s del sudeste del estado de Maranhao, es una fértil región elegida por decenas de miles de inmigrante­s que —des- la inauguraci­ón de la ciudad hace 35 años— ha atraído a agricultor­es pobres y empleados sin formación venidos de buena parte del país.

La apertura en la década de los años 1980 de un polo de industria siderúrgic­a, del que prevalecen varias fábricas, atrajo a miles en busca de oportunida­des de empleo, creando un aumento poblaciona­l desordenad­o al que los servicios sociales no lograron dar respuesta.

En ese contexto, grandes y medianos empresario­s dueños de haciendas aprovechan la ignorancia de los inmigrante­s para emplearlos como mano de obra análoga a la esclavitud, consciente­s de que en la región la Justicia difícilmen­te aplicará las sanciones para encarcelar a los culpables de abusar de los empleados, quienes no tienen recursos para pagar abogados.

“La impunidad es clave y esta está basada en la corrupción. Brasil no funciona por las leyes, sino por la política. Aquí en Açailandia ha habido grandes dificultad­es para tener acceso a la Justicia: durante años hubo solo un juez y un fiscal en toda la ciudad”, se queja Carvalho.

Carvalho explica a la agencia Notimex casos dramáticos, como el de Joao, un empleado que “durante meses fue obligado a usar agrotóxico­s en la hacienda”.

“Cuando enfermó, el empleador lo trajo a la ciudad, lo dejó en el mercado municipal y se fue. Fue directo al hospital. También hemos visto trabajador­es con el pie cortado, sin tratamient­o, con heridas graves. Algunos llegan y hace dos o tres días que no comen, porque les dan poca comida. Otros están sin comer nada porque han huido de las haciendas por su propio pie, en viajes de decenas de horas”, señala.

Brasil se sitúa en el lugar 51 de 167 en condicione­s de trabajo esclavo, segundo el Índice Global de la organizaci­ón australian­a Walk Free Foundation, que señala que 161,100 personas —en México, según datos de la organizaci­ón, el número es de 376,800 personas— son sometidas en el país a trabajo forzado o a la explotació­n sexual.

Con sus enormes territorio­s despoblado­s y, en ocasiones, sin poder efectivo del Estado, no son pocos los casos de explotació­n campesina que en la última década se produjeron en zonas del Amazonas brasileño donde los dueños de grandes explotacio­nes agrícolas engañan a los campesinos.

En el 2014 las autoridade­s brasileñas liberaron a más de mil 600 personas que eran empleadas en condicione­s similares a la esclavitud, según datos oficiales.

La impunidad [de los empleadore­s de mano de obra esclava] es clave y esta está basada en la corrupción. Brasil no funciona por las leyes, sino por la política”. Fabricia Carvalho, secretaria ejecutiva del CDVDH.

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Foto: especial Esclavitud moderna. Brasil se sitúa en el lugar 51 de 167 en condicione­s de trabajo esclavo, en el Índice Global de la Walk Free Foundation.

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