Trump juega con la posverdad
La verdad ha dejado de seducir
Un piloto de United Airlines en la ruta San Francisco-Puerto Vallarta el fin de semana pasado abrió el micrófono de la cabina para solicitarles a los pasajeros no discutir sobre Donald Trump. El piloto consideró lanzar la advertencia para evitar un escenario en el que una golpiza podría afectar la seguridad del vuelo. La recomendación fue grabada por uno de los pasajeros (Bruce Gates), la subió a YouTube, y ha sido retomada por varios medios como ABC News y San Francisco Chronicle.
Tal parece que la furia que circula en redes sociales no es virtual, e inclusive puede ser originada desde la ficción de la mentira. Por ejemplo, el sitio BuzzFeed demostró que desde la antigua república yugoslava de Macedonia se crearon páginas web para difundir noticias falsas sobre Hillary Clinton.
Los vínculos entre Trump y la mentira maduraron a lo largo de la campaña. De ahí que algunos medios de comunicación y universidades tomaron la decisión de verificar datos (check and balance) aportados por los candidatos Donald Trump y Hillary Clinton durante los tres debates que sostuvieron antes de la elección. A pesar de que revelaron muchísimos datos erróneos por parte de Trump, no fue suficiente para convencer a la gente. Votaron por él. Entre varios de los estudios demoscópicos realizados por varias empresas, no existe el dato duro sobre cuántas personas que iban a votar por Trump no lo hicieron por motivo de que el candidato mintió demasiado.
Una premisa preocupante surge de lo anterior: una mentira deseada tiene más probabilidad de ser viralizada que una verdad no deseada, la conclusión es clara: las trastiendas de las redes se han convertido en maquiladoras de mentiras.
Esta semana Trump lanzó un nuevo dardo en contra del New York Times. A través de un tuit aseguró que la circulación del periódico disminuyó debido a la mala cobertura durante su campaña. Para llegar a esa conclusión no fue necesaria escribir la fuente de la información. Lo escribió y punto. Por cierto, los tuits de Trump ya forman parte de la comunicación oficial del presidente electo por lo que la Casa Blanca ya le tuvo que haber advertido sobre la urgente necesidad de cumplir protocolos.
El equipo de transición de Trump ya tiene las claves sobre el riesgo de que el presidente electo no rompa con el marketing que utilizó en campaña.
Inocular una mentira en redes, revistiéndola con el nombre de un medio o página web desconocida es suficiente para trastornar la opinión pública. Así, mucha gente pensó que el Papa Francisco apoyó la candidatura de Donald Trump y que el republicano obtuvo mayor número de votos populares que Hillary Clinton en las elecciones del 8 de noviembre.
En la época de la inexistencia de redes sociales los periódicos sensacionalistas eran comprados por la gente bajo un contrato tácito: la mentira picante era el “valor” agregado del producto editorial. El sector de la industria de la mentira encontró su éxito descifrando el deseo de la gente por el engaño a través del morbo. Ahora, en el florecimiento de la era de las redes sociales el anonimato, parece ser, es la fuente de (des)información de mayor confianza.
En la era de las redes sociales las emociones descontroladas se convierten en terrorismo lúdico, siendo la verdad la primera víctima. Tal vez sea esta la razón por la que el Diccionario Oxford le ha abierto las puertas a la semántica de la posverdad: relativo a circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales. En 1992 The Nation publicó un texto de Steve Tesich en donde analizaba la Guerra del Golfo: “nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en una especie de mundo de la posverdad”.
La campaña ya terminó. Pero al parecer, Trump insiste en tuitear por la madrugada; juega en la era de la posverdad.