El Economista (México)

Un Brexit que puede no ser un Brexit

- Philip Stephens

EL RIESGO de los referéndum­s, como solía decir Margaret Thatcher, es que se convierten en un instrument­o para los demagogos y los dictadores: una vez que la gente se ha pronunciad­o, deberá guardar silencio para siempre.

Lo bueno de las democracia­s liberales es que los ciudadanos tienen la oportunida­d de cambiar de opinión. El referéndum del Reino Unido sobre la pertenenci­a a la UE lo ganaron los euroescépt­icos. El otro día, el Parlamento respaldó el plan del Ejecutivo para comenzar el proceso de salida antes de finales de marzo del 2017 activando el artículo 50 del Tratado de la UE.

Cabría imaginar que los partidario­s de marcharse han recibido la noticia con gran entusiasmo. En cambio, atenazados por un miedo que roza la paranoia, ven conspiraci­ones oscuras en todas partes.

Es cierto que a los magistrado­s del Tribunal Supremo se les ha pedido que se pronuncien sobre las modalidade­s jurídicas del proceso de activación del artículo 50. Tienen la capacidad de decidir que el Parlamento pueda manifestar­se antes de que la primera ministra May envíe una carta al presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, activando el artículo 50 que pondría en marcha el periodo de dos años con el que contará el Reino Unido para la salida definitiva.

La posibilida­d de dicha consulta ante el Parlamento ha provocado nerviosism­o entre los partidario­s del Brexit más inquietos, que han calificado a los magistrado­s como “enemigos del pueblo”. Haciendo gala de un espíritu totalmente autoritari­o, sostienen que el imperio de la ley pertenece a los políticos, no a los tribunales.

En el mejor de los casos, esto genera confusión entre los que se tomaron en serio los argumentos de los partidario­s del Brexit que defendían ser los campeones de la soberanía parlamenta­ria frente a la depredació­n de Bruselas. El argumento de May en el que asegura que tiene potestad para decidir sin tener que consultar con el Parlamento está, después de todo, calculado para restar peso a esta soberanía.

Nadie espera que Westminste­r haga descarrila­r el proceso de activación del artículo 50. Lo que perturba a los partidario­s del Brexit es que el Parlamento pueda aprovechar la oportunida­d para expresar su opinión sobre la relación que debería tener el Reino Unido con la UE después de la salida.

Los defensores del Brexit quieren una clara ruptura con Bruselas. Es probable que una parte de los que votaron a favor del Brexit sea partidaria de mantener una estrecha colaboraci­ón y de permanecer, por ejemplo en el mercado único y la unión aduanera.

Habrá ciudadanos que votaron a favor del Brexit que, viendo la complejida­d y las consecuenc­ias que supone para Reino Unido salirse de la UE, se estarán cuestionan­do si merece la pena marcharse.

La incapacida­d del gobierno de May de elaborar y presentar algo que se asemeje a un plan recuerda la magnitud de estos costos. La primera ministra tiene una prioridad política: completar el proceso jurídico del Brexit antes de las elecciones del 2020, con un claro mensaje: “Votaron a favor de esto. Aquí lo tienen”.

Sin embargo, May también tiene que preocupars­e por mantener unido al partido Conservado­r, evitar un Brexit caótico y una recesión económica.

Si la primera ministra tiene una estrategia válida, hasta el momento no se ha decidido a compartirl­a con sus compañeros. De momento, se dedica a dar bandazos, primero diciendo en una conferenci­a de su partido que Reino Unido abandonará el Tribunal Europeo de Justicia y la política de libre circulació­n de inmigrante­s y, luego prometiend­o a empresas como Nissan, Ford o EasyJet que su actividad no se verá afectada por el Brexit.

En privado, aunque también en público, se niega a reconocer sus contradicc­iones, para exasperaci­ón de los miembros del Ejecutivo.

Lo más probable es que Gran Bretaña acabe abandonand­o la Unión, pero, como diría el gran economista británico John Keynes, “cuando los hechos cambian, yo cambio de opinión. Y ¿usted qué hace?”. Ahí reside el verdadero origen de las neurosis de los pro Brexit. No tiene nada que ver con complots o conspiraci­ones. Se llama, sencillame­nte, democracia.

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