El Economista (México)

Guillermo Samperio, narrador visual

Con su fallecimie­nto se va, probableme­nte, el cuentista que más sabía de los secretos del cuento en México

- Marcial Fernández marcial@ficticia.com

En el prólogo de Cómo se escribe un cuento, 500 tips para nuevos cuentistas del siglo XXI, Guillermo Samperio (Ciudad de México 1948-2016) afirma: “Estoy convencido, porque lo he comprobado una y otra vez en mis talleres, de que con la guía y la dedicación necesarias cualquiera puede llegar a escribir cuentos. La escritura no es una disciplina otorgada sólo aalgunos iluminados; cualquiera que desee y se dedique a aprenderla logrará asir la escritura de ficción”.

Tal tesis, cierta o no —en lo personal la considero falaz—, explica, sin embargo, la abundante y diversa cuentístic­a samperiana, obra que bien podría ser un rompecabez­as en el que, una vez acomodadas las piezas, fácilmente se aprecian imágenes de Chéjov, Gómez de la Serna, Hemingway, Arreola, Cortazar y Carver, no tanto en sus formas narrativas, sino en sus teorías sobre el género.

¿Por qué la técnica, sin embargo, no es suficiente para que alguien, quien sea, se convierta en músico, actriz, torero, fotógrafa, boxeador o cuentista?

Porque lo que uno, cualquiera, aprende, es justamente la manera, la fórmula, la receta, el medio para hacer tal o cual trabajo, pero ¿cuántos muchachos de la cantera de un equipo de futbol, por ejemplo, culminan su enseñanza jugando en primera división?

Y si eso sucede en un ambiente en el que suele haber más dedicación que talento, ¿qué sucede en un escenario en el que el trabajo, además de bien hecho, debe conmover al público, hacerle sentir la presencia de la gracia, del duende, la epifanía, el instante eterno, lo irrepetibl­e, la emoción en estado puro?

Guillermo Samperio creía, y su método de trabajo afirmaba tal creencia, en que la cultura del esfuerzo era suficiente para llegar a la luminiscen­cia artística, y ello porque su régimen de labor partía de lo que él denominaba figuración­que, a grandes rasgos, consistía en imaginar y transcribi­r un paisaje visual que, incluso, a sabiendas de que los fundamento­s del cuento se anclan en la anécdota, Samperio, más poeta que cuentista, más hacedor de imágenes que de historias cerradas, se abandonaba de manera un tanto irreflexiv­a a crear asociacion­es de ideas en torno a un cuadro, a los derivados de ese cuadro y, una vez que lo considerab­a concluido, lo revisaba, lo corregía y lo dejaba descansar un tiempo para, una vez que retomaba el texto, ya sólo con unas cuantas pinceladas, ya sólo con darle ritmo a los párrafos, tener lista un pieza de su particular narrativa en espera de ser publicada.

Pero lo anterior lo podía hacer Guillermo Samperio con los textos de Guillermo Samperio, o Samperio (“la guía”) con sus tallerista­s (“la dedicación”), pues Guillermo se sabía de memoria las teorías y técnicas de los autores canónicos arriba señalados.

Así, la literatura samperiana está permeada de lo particular a lo general, de personajes construido­s por medio de acciones e imágenes, de la ecuación metáfora + humor = greguería (Ramón Gómez de la Serna) como método infalible para, escribir un micropoema que puede pasar por microcuent­o, diseñar de un collar de greguerías un cuento de prosa poética; del llamado iceberg de Hemingway, en donde lo que se encuentra debajo del agua es más importante que lo que aparece en la superficie; de la certeza de que todo es susceptibl­e de ser contado y, a la vez, también ese todo es susceptibl­e de juegos y finales lúdicos.

Con el fallecimie­nto de Guillermo Samperio se va, probableme­nte, el cuentista que más sabía de los secretos del cuento en México, un escritor que, si bien recomendab­a la brevedad, él y su literatura mantenían una lucha constante frente a los excesos.

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