El Economista (México)

Lectura para pasar las fiestas

ESCRITURAS CITADINAS Las reglas de etiqueta y otras curiosidad­es que aplicaban hace tiempo en estas épocas del año

- Cecilia Kühne

DECÍA SAN Agustín que la tradición no se hereda, se conquista. en cuanto a la aparición de ciertas costumbres navideñas, tenía toda la razón. A lo largo del tiempo se sucedieron elementos que iban sustituyen­do a otros, ritos que otorgaron un nuevo significad­o a los viejos símbolos y la utilizació­n de ciertas artes, como el teatro. En ellas, muchas figuras de la iglesia tuvieron un papel destacado. Se dice, por ejemplo, que fue San Francisco de Asís al que se le ocurrió por primera vez hacer la representa­ción del Nacimiento de Cristo, por ahí del año 1223. La historia es encantador­a: un día invernal iba recorriend­o la campiña cercana a la población de Rieti pensando en que la Navidad de ese año lo sorprender­ía en la lejana ermita de Greccio. Una vez que llegó, por nostalgia, más que por un afán didáctico, cedió a la inspiració­n de reproducir en vivo el misterio de Belén. Construyó una casita de paja a modo de portal, puso un pesebre en su interior, trajo un buey y un asno de los vecinos del lugar e invitó a un pequeño grupo de gente a formar parte de la escena (con adoración de los pastores incluida). La gente, por supuesto, participó encantada y la tradición, en miniatura se ha repetido en muchos hogares justo en estas fechas. También se replica a lo grande y a veces en tradición bestial. (Piense, por ejemplo, en las posadas que revientan en música, baile y espectacul­ares dolores de cabeza a la mañana siguiente).

Tristes los tiempos que corren, escribía el maestro Ignacio Manuel Altamirano refiriéndo­se en sus crónicas periodísti­cas a las costumbres navideñas en la Ciudad de México a finales el siglo XIX. Perplejo ante la profusión de alcohol, desmanes, excesos y desveladas, ya todo era muy distinto a la sensación que había intentado plasmar cuando escribió en 1861, Navidad en las Montañas, donde contaba la historia de un maestro que pasaba aquellas fechas en un retirado pueblecill­o y describía la fecha así:

“La noche se acercaba tranquila y hermosa: era el 24 de diciembre, es decir, que pronto la noche de Navidad cubriría nuestro hemisferio con su sombra sagrada y animaría a los pueblos cristianos con sus alegrías íntimas. ¿Quién que ha nacido cristiano y que ha oído re-

Ynovar cada año, en su infancia, la poética leyenda del nacimiento de Jesús, no siente en semejante noche avivarse los más tiernos recuerdos de los primeros días de la vida? Yo ¡ay de mí!, al pensar que me hallaba, en este día solemne, en medio del silencio de aquellos bosques majestuoso­s, aun en presencia del magnífico espectácul­o que se presentaba a mi vista absorbiend­o mis sentidos, embargados poco ha por la admiración que causa la sublimidad de la naturaleza, no pude menos que interrumpi­r mi dolorosa meditación, y encerrándo­me en un religioso recogimien­to, evoqué todas las dulces y tiernas memorias de mis años juveniles. Ellas se despertaro­n alegres como un enjambre de bulliciosa­s abejas y me transporta­ron a otros tiempos, a otros lugares; ora al seno de mi familia humilde y piadosa, ora al centro de populosas ciudades, donde el amor, la amistad y el placer en delicioso concierto, habían hecho siempre grata para mi corazón esa noche bendita”.

Afortunada­mente todavía no existía en nuestro país la figura del viejito rubicundo, barbado y regordete que lanzando terrorífic­as carcajadas —y conducido por renos, animales nunca vistos en la zoología nacional— que trae regalos a los niños bien portados. (Segurament­e habría dicho, como hoy lo hacen los más radicales, que Santa Claus es un invento de la Coca Cola, una demostraci­ón innegable del imperialis­mo yankee y el símbolo de todo lo frívolo, lo plástico y lo comercial de las Navidades).

Apenas llegaba a nuestro país una obra que habría de ensalzar, describir y regular las buenas costumbres durante muchos años. El Manual de urbanidad y buenas maneras escrito y publicado por entregas en 1853 por Manuel Antonio Carreño, nacido en Venezuela.

Músico, pedagogo y diplomátic­o venezolano, sobrino de Simón Rodríguez, maestro del Libertador Simón Bolívar, como parte de su trabajo como educador, tradujo — con la colaboraci­ón del doctor Manuel María Urbaneja— el Catecismo razonado, histórico y dogmático del abate Thériou, y se preocupó en concebir y redactar una guía que indicara los principios de la buena educación y el esmerado comportami­ento. Introducci­ón al método para estudiar la lengua latina

Pronto la noche de Navidad cubriría nuestro hemisferio con su sombra sagrada y animaría a los pueblos cristianos con sus alegrías íntimas”.

tamiento a seguir en cualquier nual

de Manuel Altamirano. Se dice que fue San Francisco de Asís al que se le ocurrió por primera vez hacer la representa­ción del Nacimiento de Cristo, por ahí del año 1223.

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Foto: cortesía Manuel Antonio Carreño es conocido por el manual que escribió sobre las “buenas costumbres”.

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