El Economista (México)

El mito del dios cristiano

El Renacimien­to germano es gemelo del protestant­ismo

- Concepción Moreno concepcion.moreno@eleconomis­ta.mx

Cranach es de los grandes pintores renacentis­tas, pero más oscuro, más revuelto y más rebelde.

EL MUSEO Nacional de San Carlos suele ser un remando de paz pero con la exposición de Goya (la cual reseñamos la semana pasada) la gente entra y sale. Es una pena que se vayan sin ver las otras exposicion­es del museíto. Pequeño museo, grande el contenido: la mejor colección de arte europeo del país.

En el piso de arriba, escondida entre las salas de la colección permanente, hay una exhibición fantástica. Se trata de Lucas Cranach: Sagrada emoción.

Cranach es uno de los grandes pintores renacentis­tas, pero no del Renacimien­to al estilo italiano que tanto conocemos, sino del más oscuro, más revuelto, más rebelde Renacimien­to germano.

Como su contemporá­neo Durero, Cranach pintó todavía con cánones góticos, hijos de la Alta Edad Media. Muchas de sus obras, nos cuenta el texto de sala, son didácticas: un modo de evangeli

zar a un pueblo que todavía no sabía leer.

Pero Cranach y sus contemporá­neos eran amantes de la bomba. Les tocó la era de las 95 tesis de Lutero. Les tocó vivir, pues, la separación del mundo.

EL MITO DEL NIÑO JESÚS

Como pintor de su época, Cranach es atento al detalle, con una obsesión por el naturalism­o, por el retrato perfecto de la realidad. Sus cuadros no sólo retratan personajes, retratan un mundo.

Las mujeres en los cuadros de Cranach suelen ser típicament­e germanas: regordetas, pelirrojas, de cabellos rizados. Así la virgen María, así Lucrecia, la legendaria romana que comenzó la era republican­a de Roma.

Son mujeres bellas pero algo tienen de monstruosa­s. Cranach, adelantado a su tiempo, tenía un pie en el Renacimien­to y otro en el manierismo, siguiente ola. El manierismo dicta que en el ojo del que mira está la verdad. Así como el Renacimien­to quiere la perfección, el manierismo exagera la subjetivid­ad, alarga los cuerpos, los vuelva casi espectrale­s.

Ninguna de las piezas de la exposición demuestra el manierismo de Cranach como un retrato del niño Jesús de 1540. Es una obra llena de símbolos. El niño sagrado pisa un cráneo, se recarga en un madera que será su muerte y está parado desnudo junto a su primo, Juan Bautista, que se encoge ante el dios. Es un cuadro triste y, de nuevo, un tanto monstruoso. A Cranach le iba lo tétrico.

En Wittenberg, donde Cranach era pintor real, un tal Lutero estudió teología. Un buen día, de madrugada, con martillo y clavo en mano pegó un texto que enloquecer­ía Europa, 95 tesis que retaban a la iglesia de Roma, 95 maneras de olvidarse de Jesús, su padre y el espíritu tal como había sido estipulado hasta entonces.

Cranach se hizo amigo de Lutero. Bajo su influencia comenzó a pintar ya no de manera didáctica, sino de un modo que podríamos llamar legendario. Su paleta de colores cambió y al mismo tiempo que pintó escenas cristianas también se entregó a leyendas de su tierra y de la historia de Occidente (como la de Lucrecia, la romana). Cranach pintó un mundo fantástico en el que el cristianis­mo era un mito más. Así de protestant­e. Lucas Cranach: Sagrada emoción

se completa con obras de coetáneos del pintor.

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Fotos ee: natalia gaia La exhibición muestra a los visitantes una vasta colección de retratos.
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