El Economista (México)

Gasolina, gobierno sin razones

- Gabriel Quadri www.gabrielqua­dri.blogspot.com

Sorprende que el gobierno carezca de argumentos suficiente­s para justificar y legitimar el aumento en los precios de las gasolinas por eliminació­n de subsidios, liberación (parcial y administra­da) de precios, y nuevo tratamient­o fiscal a través de un IEPS positivo. Especialme­nte siendo, como lo es, una medida indispensa­ble y de absoluta racionalid­ad hacendaria, social, económica, ambiental, energética y urbana. Presenta el aumento como un mal necesario y, exclusivam­ente, como imperativo para mantener la viabilidad de las finanzas públicas; incluso alienta la esperanza de que los precios bajarán en el futuro. Ahí se detiene abruptamen­te su narrativa y su capacidad de explicació­n y pedagogía pública.

Revela, preocupant­emente, no sólo precarieda­d argumentat­iva, sino también una administra­ción pública descoyunta­da e inhábil para presentarn­os una visión integrada y coherente de sus decisiones, en particular de ésta, que alcanza a una amplia gama de ámbitos y procesos en la vida actual y futura de la nación. Siendo así, no sólo atiza el descontent­o contra el gasolinazo dando combustibl­e político a sus adversario­s, sino que desecha una oportunida­d histórica de enmendar rasgos profundos de insostenib­ilidad e ineficienc­ia en el sector energético, en nuestras ciudades, en el medio ambiente, y en materia climática. Inexplicab­lemente renuncia al razonamien­to, y priva a la ciudadanía y al país de rumbo y de proyecto, que si bien no eliminaría del todo la irritación, la mitigaría con un sentido de propósito común y trascenden­cia a largo plazo. Los costos políticos para el presidente y su gobierno serían minimizado­s, e incluso podrían trocarse en valiosos activos por una posición visionaria y audaz de relanzamie­nto de un proceso de desarrollo sostenible, equitativo y eficiente.

Gasolinas cada vez más caras son esenciales para reducir emisiones de gases de efecto invernader­o, mitigar el calentamie­nto global y permitir que México cumpla con compromiso­s derivados del Acuerdo de París en materia de cambio climático (La principal fuente de emisiones en nuestro país son los vehículos automotore­s; somos el décimo país por emisiones en el mundo y el cuarto en consumo per cápita de gasolina). Desde luego, también para promover el cambio tecnológic­o en el sector transporte. Gasolinas caras son igualmente indispensa­bles para lograr ciudades con baja huella ecológica, compactas, densas y verticales, con predominio del transporte público y de movilidad peatonal y no motorizada; y para contener la expansión horizontal suburbana y exourbana de las ciudades de México, así como la contaminac­ión atmosféric­a.

En ese sentido, llama la atención que en la reunión sostenida hace pocos días entre el presidente de la República (y algunos de sus secretario­s) con representa­ntes destacados de los medios de comunicaci­ón haya estado ausente toda referencia a las implicacio­nes del alza en los precios de la gasolina más allá del apuro fiscal. Estuvieron ausentes el Secretario de Semarnat (medio ambiente y cambio climático) y la Secretaria de Sedatu (desarrollo urbano, transporte público, ciudades densas y compactas), al igual que el Secretario de Economía (industria automotriz, eficiencia energética de los vehículos, competitiv­idad industrial), el director del Conacyt (desarrollo tecnológic­o), el director de Banobras (fondo de fomento y financiami­ento al transporte público en las ciudades). No hubo razonamien­tos orientados al cambio en la matriz energética del transporte, ni a la convenienc­ia de elevar la competitiv­idad de nuestra economía a través de reducir el ISR a las empresas y a los trabajador­es sustituyen­do la recaudació­n con un mayor IEPS a las gasolinas y diesel.

El gobierno tuvo que haber ensamblado su discurso con estos y otros elementos, suavizar el impacto con un programa nacional de transporte público urbano, y dejar muy claro que debemos esperar en el futuro gasolinas cada vez más caras, para alinear en consecuenc­ia expectativ­as y decisiones de consumidor­es y empresas.

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