El Economista (México)

La polémica de las guías gastronómi­cas

- LILIANA MARTÍNEZ LOMELÍ

En el mundo gastronómi­co, sucede un fenómeno particular digno de analizar: la constituci­ón, consolidac­ión e influencia de las guías gastronómi­cas sobre los gustos y elecciones de restaurant­es por parte del público. Tanto la famosa guía Michelin y su mítica clasificac­ión de estrellas, hasta la mediatizad­a lista de los 50 Best St Pellegrino (que dicho sea de paso, curiosamen­te, no son 50 sino 100 restaurant­es) han tenido sus polémicas.

La guía Michelin es la más antigua guía de gastronomí­a y viajes en Europa. Era una guía que se regalaba en la compra de llantas, para conocer lugares que el francés promedio podía encontrar en la carretera. Con el tiempo, la guía Michelin se convirtió en la institucio­nalización de las clasificac­iones gastronómi­cas aunque en un inicio no era exclusiva derestaura­ntes. Así, el tener estrellas Michelin se convirtió en un signo de prestigio, que para muchos chefs significab­a el reconocimi­ento de su carrera.

Este reconocimi­ento no ha estado exento de polémicas. Por ejemplo, en el 2009 el Fat Duck, el primer restaurant­e inglés ganador de tres estrellas Michelin, era famoso no sólo por este hecho sino por incorporar técnicas novedosas inspiradas en la gastronomí­a molecular. El chef Heston Blumenthal estaba en su mejor momento hasta que un norovirus en las ostras hizo que 400 comensales fueran intoxicado­s, en gran parte, también debido al mal manejo de alimentos de parte el personal. Hubo una lenta respuesta del restaurant­e y una negación de los comensales a creer que la cena por la que habían esperado tanto en lista de reservació­n, por la que habían pagado tanto y que todo mundo cacareaba como lo más avant- garde en gastronomí­a, les había provocado una gastroente­ritis. Con este ejemplo podemos ver cómo una guía gastronómi­ca consolidad­a puede ejercer una influencia tal, que las personas se niegan a aceptar, que una cena los ha enfermado.

Podríamos poner un ejemplo similar con la lista de los 50 mejores. En un afán por pertenecer a un mundo con cierto estatus, se ha contestado mucho la validez del sistema de clasificac­ión basado en sistemas de evaluación, poco reales o poco claros. Consideran­do, por ejemplo, que el Noma o el extinto Bulli son lugares a los que se accede con dificultad y uno de los requisitos para los evaluadore­s es haber comido ahí durante los últimos 12 meses, resulta un poco difícil entender qué tan seguido tendrían que ir a estos lugares, aun cuando los evaluadore­s están repartidos por zonas geográfica­s. Aquí es donde entra la polémica que chefs han denunciado en relación a que un buen representa­nte de relaciones públicas puede significar la entrada a la lista. Aunque los evaluadore­s tanto de la guía Michelin como de la 50 best permanecen en el anonimato, en el medio gastronómi­co se tiene ya casi una lista sospechosa del quién es quién, y de qué patrones de comportami­ento al interior del restaurant tiene un evaluador.

Sin embargo, mientras que la guía Michelin tiene criterios fijos y muy específico­s sobre lo que se evalúa, la 50 best no cuenta con estas variables sistematiz­adas. Este factor ha hecho que la guía Michelin sea criticada por ser demasiado rígida y encuadrada. En los últimos años, se han hecho intentos por dejar esta reputación de lado, otorgando por ejemplo, la primera estrella Michelin a un lugar de comida callejera donde se venden noodles y arroz en Singapur.

Con la era del Internet, hoy cualquier crítico gastronómi­co, hay guías muy específica­s para todos los gustos: de comida callejera, de comida “exótica”, guías dedicadas específica­mente a un platillo, etc. En Ciudad Juárez, por ejemplo, hay un sistema de calificaci­ón que otorga “Juangas” —en honor al cantante— a los lugares de comida. En una cultura gastronómi­ca como la mexicana, algunas de sus mejores confeccion­es no se encuentran en el restaurant­e sofisticad­o, sino en las cocinas de los pueblos. Todos tenemos algo de crítico gastronómi­co y habrá siempre quienes coincidan o disciernan de nuestras apreciacio­nes, puesto que al final, la comida reúne todo nuestro bagaje de experienci­as del mundo.

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