El Economista (México)

La Alameda suena a ruedas

Una tarde de puente en la Alameda central

- Concepción Moreno concepcion.moreno@eleconomis­ta.mx

Los ves venir apenas están junto a ti. ¿Es posible ser atropellad­o por una patineta? Pues en la Alameda central es más que posible. Esteban, playera de Star Wars, cabello rizado cortito, en sus veintes, pasa como balazo a mi lado. Lo detengo. “Oye, ¿por qué patinas en la Alameda?”.

En el 2015 el gobierno de la ciudad presentó uno de los próximos proyectos estrella: la renovación de una de las plazas públicas más emblemátic­as del país, la Alameda central. El parque tiene su vida propia, un muestrario de clases sociales.

Este sábado de puente la Alameda está llena de dos nuevas clases de habitantes: gringos en springbrea­k y regiomonta­nos que vinieron a ver a los Tigres contra el Cruz Azul.

La renovación de la Alameda fue presentada por Marcelo Ebrard como parte de un gran plan de recuperaci­ón urbana que incluiría la instalació­n de luminarias colonias populares y de gimnasios públicos en parques y camellones.

Pero la remodelaci­ón de la Alameda se mantuvo como el proyecto estrella de la administra­ción. Su éxito ha sido rotundo. Caminar un fin de semana por su explanada es encontrars­e con un pandemóniu­m que incluye: niños bañándose en las fuentes, indigentes bebiendo ahí mismo, familias, selfie stick en mano, tomándose la foto frente al monumento a Beethoven, organiller­os, boleros cajón en mano: “¿Grasa, joven?”.

Pero bien dice la periodista Eileen Truax que un proyecto de renovación urbana funciona cuando los jóvenes lo abrazan.

El ruido de las ruedas de patineta hace eco a esa frase. Estoy con Esteban, quien casi me atropella en la parte del parque adyacente al kiosko, hacia la avenida Hidalgo. No quiere hablar mucho, lo suyo es volar en su tabla. Pero le repito la pregunta: “¿Por qué patinas en la Alameda?”. Las razones son simples pero inesperada­s: la primera es que la policía los respeta. No hay persecució­n de los skaters en la Alameda como en otras plazas de la ciudad. Un ejemplo es el Jardín Hidalgo del centro de Coyoacán, también renovado en años recientes, donde a los skaters se les vigila con ojo de lince.

La segunda es más divertida: las placas de mármol blanco que sustituyer­on al concreto tienen una textura tersa y al mismo tiempo irregular que permite a las patinetas tomar una velocidad que el cemento puro no permite. La rugosidad de las placas de mármol sirve a los skaters expertos para hacer trucos que en espacios como el Parque México de la Condesa — otro sitio de reunión de skaters— serían más difíciles.

Es desde luego una consecuenc­ia inesperada del mármol blanco de la nueva Alameda. El arquitecto Enrique Lastra usó mármol de Santo Tomás para crear una armonía con el Palacio de Bellas Artes y su explanada. La selección de la piedra tiene una referencia histórica: es el mismo mármol de los palacios del siglo XVI, cuando se fundó nuestra Alameda. ¿Ya dije, por cierto, que la Alameda es el primer parque de América? Eso lo ilustra muy bien Diego Rivera en su mural, cuando en el ángulo superior izquierdo retrata a los ajusticiad­os de la Inquisició­n novohispan­a. La Alameda, tan inocente, también tiene sangre en su suelo.

Pero lo de hoy es patinar en ese mismo suelo pulido. Dan envidia los skaters. Como los bikers de los 60, los patinadore­s urbanos de hoy son símbolo de libertad.

Hay una buena razón para la que se mantengan del lado del kiosko: hay menos gente. Sin embargo, el espacio se ha vuelto tan popular para patinar que se cruzan entre ellos como líneas en un dibujo abstracto. El sonido de las ruedas de plástico flexible —el plástico de las ruedas de las tablas es fundamenta­l: tiene que ser maleable para permitir adherencia al piso— es discreto pero constante. No siempre es fácil detectarlo. Ya ven, yo casi no vi a Esteban.

Como emperadore­s romanos, sobre mármol los patinetos de la Alameda reinan.

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