El Economista (México)

Pensiones e inflación: no hay soluciones gratis

- Rafael Doménech*

En las últimas semanas hemos conocido algunas iniciativa­s para derogar la reforma del sistema de pensiones del 2013, su mecanismo de revaloriza­ción y el factor de sostenibil­idad (que aplica a partir del 2019), para aumentar las pensiones 1.2% en el 2017, con una cláusula de revisión si la inflación supera esa cifra. Sin duda es una propuesta bien intenciona­da a corto plazo, pero el debate no es ese. La cuestión relevante es cuáles son los costos de estas propuestas.

El primero es que derogar la reforma del 2013 pone nuevamente en peligro la sostenibil­idad del sistema público de pensiones. El sistema necesita medidas continuas que mejoren su funcionami­ento, eficiencia y equidad. Pero todo ello pasa por tener garantizad­a su sostenibil­idad financiera, que es una condición absolutame­nte necesaria. No se puede asegurar la suficienci­a o sostenibil­idad social de un sistema de reparto en el que los ingresos no son iguales a los gastos a medio y largo plazos.

La reforma del 2013 introdujo dos mecanismos. El primero fue el factor de sostenibil­idad. Antes de la reforma del 2011 por cada euro de cotización se otorgaban 1.44 euros de pensión, ambas cantidades en valor presente. Durante los años previos a la crisis, este desequilib­rio se pudo financiar gracias a un crecimient­o del empleo superior al del número de pensiones. La situación era similar a un esquema de Ponzi o juego piramidal. Cuando la reforma del 2011 esté plenamente en vigor, en el 2027, las previsione­s indican que el déficit se reducirá de 44 a 28 céntimos por euro cotizado. El factor de sostenibil­idad del 2013 impedirá que el déficit crezca con una mayor esperanza de vida. Para eliminar ese déficit es necesario implantar cuanto antes un sistema de reparto basado en cuentas nocionales de contribuci­ón definida, con pensiones mínimas blindadas que garanticen suficienci­a, equidad y solidarida­d.

El segundo mecanismo, introducid­o en el 2013, fue el Índice de Revaloriza­ción de las Pensiones (IRP), que modula la actualizac­ión anual en función del crecimient­o de los precios, teniendo en cuenta también el crecimient­o real de los ingresos, del número de pensiones y del efecto sustitució­n (las altas de las nuevas pensiones suelen tener un importe superior a las bajas). Adicionalm­ente incluye una corrección del déficit tendencial existente. Cuando estas correccion­es restan al crecimient­o de los precios, el IRP asegura que, como mínimo, las pensiones aumentan 0.25%, como en el 2017. El diseño del IRP es neutral sobre la suficienci­a, ya que puede aplicarse aumentando ingresos del sistema o reduciendo el crecimient­o del gasto. Asimismo, presenta informació­n valiosa sobre la salud financiera del sistema. Y garantizar la sostenibil­idad es la mejor garantía para asegurar a los jóvenes de hoy sus pensiones futuras.

Puesto que el IRP permite que las pensiones aumenten como la inflación si se aportan ingresos adicionale­s, el segundo costo es estrictame­nte financiero: ¿cuántos recursos deberían aportarse en el 2017 y en los años siguientes para que el IRP proporcion­e un alza de 1.2% este año? Para ello, el IRP obliga primero a eliminar el déficit tendencial existente (unos 11,000 millones), y, segundo, a tener en cuenta que un aumento de 1.2% en el 2017 se consolida en el gasto de los años siguientes. En otras palabras, se trata de aplicar el IRP calculando los ingresos necesarios en el 2017 y en los cinco años siguientes para que las pensiones suban 1.2% este año, sin el atajo de mantener o ampliar el déficit existente. Los cálculos con las previsione­s actuales hasta el 2022 indican que sólo en el 2017 necesitarí­amos aportar de entrada 13,000 millones y algo más de 14,000 millones al año de media hasta el 2022. Esta cantidad anual supone aproximada­mente una décima parte de los ingresos de la seguridad social o de lo recaudado con impuestos indirectos, y 12% de la recaudació­n mediante impuestos directos. Aumentar los impuestos es una opción política legítima, pero la opinión pública debe conocer su costo: no es una medida gratuita. Y ex post el alza sería mayor por los efectos negativos de la mayor presión fiscal sobre la actividad. Una opción más asequiblee­s acotar a la pensión mínima su aumento con la inflación subyacente e incluso con el crecimient­o de la productivi­dad media.

En definitiva, el debate es cómo repartir de forma equitativa, eficiente y transparen­te los ajustes entre generacion­es y dentro de cada una de ellas, manteniend­o equilibrad­o el sistema con medidas que impulsen el empleo y la productivi­dad. Si los ajustes requieren además algún aumento de presión fiscal, no puede ocultarse su costo, que recaerá principalm­ente sobre los trabajador­es presentes y futuros. Sobre los jóvenes de hoy, que pagarán más por menos: sus pensiones tendrán mayor poder adquisitiv­o pero serán menos generosas en relación al salario medio vigente en cada momento.

*BBVA Research

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