El Economista (México)

Conflicto y balance CDMX

- Gabriel Quadri

No es fácil hacer el balance de la Administra­ción de Miguel Ángel Mancera en la CDMX, en un escenario en el que se han polarizado las visiones sobre la ciudad, y en el que no existe un proyecto colectivo de referencia. El choque de visiones provoca confusión y conflicto, inhibe y paraliza, por ejemplo, al nuevo Programa General de Desarrollo Urbano, atrapado en la disputa y sin haber podido ver la luz. Los campos en controvers­ia no están claramente delineados, y con frecuencia tiñen decontradi­cciones a una ciudad muy antigua pero impetuosa y evidenteme­nte dinámica; diversa y joven; en pleno desarrollo, pero entre bienes públicos precarios. Hay una arcana memoria histórica que arraiga hasta el mundo prehispáni­co y colonial, pero no han calado aún valores cívicos ni tampoco una verdadera cultura urbana coherente con el siglo XXI.

En un lado, están quienes abrazan la perspectiv­a moderna de una ciudad más densa, compacta y vertical, con espacios públicos de calidad asociada a una baja huella ecológica y donde prevalecen medios de transporte colectivo y de movilidad no motorizada. Es ideología y paradigma urbanorela­tivamente novedoso que rompe con valores y cultura muy acendrados en la población. Han sido hábiles promotores y persuasivo­s asesores, y se han hecho ver en medios de comunicaci­ón. A ellos se debe el Metrobús, las ciclovías, los Centros de Transferen­cia Modal, la creación de espacio público, la revitaliza­ción de colonias centrales, el desarrollo urbano vertical, y la reversión de la normativid­ad sobre estacionam­ientos para vehículos automotore­s en edificacio­nes (ahora hay máximos y no mínimos). Esta idea de ciudad no es compatible con el uso generaliza­do del auto privado; genera resistenci­as y adversario­s, hay perdedores que ven afectados sus intereses en el corto plazo, y reaccionan en consecuenc­ia.

En otro lado se atrinchera­n sectores muy conservado­res, que anhelan mantener el ideal de ciudad norteameri­cana (con su correlato mexicano del Desarrollo Estabiliza­dor de los años 50 del siglo pasado) extensa, con bajas densidades, segmentada y excluyente, y articulada por autopistas urbanas donde el vehículo automotor privado es el principal medio de movilidad. Se horrorizan y combaten frenéticam­ente a los nuevos rascacielo­s de vivienda y oficinas, satanizan los cambios de uso del suelo y a los “intereses inmobiliar­ios” que los promueven, al igual que a la corrupción (con razón), y temen por causa de ellos quedarse sin agua o atrapados en embotellam­ientos bíblicos (que son una realidad). Han encontrado oportunida­des de alianza y compañeros de viaje en una nueva izquierda parroquial que entroniza a los “ciudadanos” como factótum urbano, esto, en forma de una vecinocrac­ia consagrada en la Constituci­ón CDMX (consultas ciudadanas vinculante­s). Ambos suponen que el interés público en la ciudad es equivalent­e a la suma de intereses locales; se equivocan.

En medio de ambos bandos se libra otra batalla entre quienes ven en la participac­ión privada en servicios públicos una gran posibilida­d de mejora y calidad —por ejemplo, la novedosa planta de termovalor­ización de residuos urbanos— y quienes la aborrecen y buscan prohibirla.

Como contexto, las restriccio­nes presupuest­ales del gobierno se agudizan no sólo por políticas federales de austeridad, sino por la renuncia a desarrolla­r plenamente el cobro del impuesto predial como fuente esencial de ingresos propios, y por la asignación creciente de recursos a favor de programas de subsidios y gastos clientelar­es (“Programas Sociales”). Hay un deterioro de bienes públicos e infraestru­cturas y equipamien­tos, el Metro es ejemplo palmario; mientras la delincuenc­ia parece doblegar a nuestro sistema de seguridad.

El caso es que la ciudad no se decanta todavía por un modelo o visión compartida, todo es polvoso e incierto. Tendrá que esperar el balance de estos tumultuoso­s años de conflicto, gestación y parto.

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