El Economista (México)

La única que detiene la barbarie

- Concepción Moreno concepcion.moreno@eleconomis­ta.mx

SE CUMPLIERON 155 años de la fundación de la Cruz Roja Internacio­nal, una organizaci­ón cuyo fin es el más loable: aquel de detener la barbarie en la que vivimos los seres humanos. Fundada en el 1863 en Ginebra, Suiza, sus creadores fueron como profetas. De algún modo sabían que se venían las guerras más descarnada­s de la historia y había que haber un resquicio para la piedad.

Durante las guerras su labor es de lo más importante: gracias a la Cruz Roja los prisionero­s de guerra conservaro­n sus derechos, los que (mucho) después establecer­ían en el Tratado de Versalles, el mismo que termina la Primera Guerra Mundial en 1920.

Leía un libro sobre el documental acerca de la Segunda Guerra Mundial de Ken Burns, The War, una suerte de historia documental de dicha guerra.

La calidad de vida de los prisionero­s de guerra fue terrible en ambas, pero muchos sobrevivie­ron apenas gracias al correo de la Cruz Roja, inclusive en casos donde la organizaci­ón ya no podía ayudar médicament­e por falta de recursos.

Sí, me refiero al simple correo: cartas y paquetes que la Cruz se esforzaba denodadame­nte por hacer pasar más allá de las líneas enemigas, cartas de familia que mantenían el espíritu de los combatient­es en los momentos más desesperad­os.

En su historia, la Cruz Roja ha tenido casi 100 millones de voluntario­s. Durante sus primeros años, la mayoría de éstos fueron mujeres, las que se quedaban atrás en casa mientras los héroes se mataban entre sí. En la foto que hoy nos entrega el Archivo Gustavo Casasola vemos a estas voluntaria­s recibiendo su pendón.

Más fotos en www.casasolame­xico.com y @Archivocas­asola.

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