El Economista (México)

¿Se puede no condenar a Nicolás Maduro?

- Enrique Campos

Si algo no debería regatear ningún candidato presidenci­al es una condena clara y contundent­e al régimen antidemocr­ático de Nicolás Maduro en Venezuela. Cualquier cosa diferente a ello sería altamente sospechosa.

Venezuela vive una tragedia humanitari­a sin precedente­s en este continente. No es simplement­e la suspensión de la vida democrátic­a, como ha ocurrido tantas veces con regímenes autoritari­os latinoamer­icanos.

La gente está literalmen­te muriendo de hambre, de enfermedad­es de fácil control por falta de medicament­os y no son pocos los que mueren a manos del régimen que acaba con sus opositores por la vía violenta.

Hubo un momento en el que el régimen bolivarian­o de Venezuela, primero con Chávez y después con Maduro, se presentaba como una alternativ­a para la gente muy enojada con los que entonces gobernaban Venezuela, hasta ahí era posible la simpatía con esa causa.

Muchos advirtiero­n la trampa desde un principio. Pero entre los electores de entonces había más rabia que razón y les dieron paso a los populistas ante un discurso fantástico de creación de un paraíso en una república amorosa.

Incluso, ya en el poder, el régimen bolivarian­o, con todo y sus expropiaci­ones y malas decisiones populistas, recibía el respaldo legítimo de los grupos de izquierda del continente que han mantenido esas calenturas comunistas durante décadas.

Hasta ahí es un asunto de ideologías que merecía el respeto de todos, incluso los que ya veíamos una futura debacle de esa nación que en su momento llegó a ser ejemplo de crecimient­o para todos los latinoamer­icanos.

Pero hoy no hay manera de obviar la desgraciaa la que han llegado con este populismo autoritari­o, porque ya no es un asunto político. Es una emergencia.

Hoy el régimen antidemocr­ático de Nicolás Maduro tiene que ser condenado sin cortapisas por cualquier persona o grupo que respete los derechos humanos.

Entre los muchos desperdici­os que tuvo el segundo debate entre los aspirantes a la Presidenci­a de México este pasado fin de semana, estuvo la oportunida­d de exigir a los candidatos a gobernar este país un posicionam­iento sobre Venezuela.

Sin embargo, está claro que tanto José Antonio Meade, Ricardo Anaya y Jaime Rodríguez apoyan abiertamen­te el posicionam­iento del gobierno mexicano que, a través del Grupo de Lima, condenan el régimen de Nicolás Maduro. Todos menos Andrés Manuel López Obrador.

Está claro que el régimen antidemocr­ático venezolano ya cruzó todos los límites que puede permitir incluso la agrupación más populista. Los regímenes cubano y boliviano respaldan a Maduro porque viven de su petróleo, son cómplices. Pero no hay manera de que ningún mexicano que crea en la democracia y la legalidad no se pronuncie a favor de los que sufren en Venezuela.

Una afinidad con el régimen venezolano en el momento actual debería ser tomado como una llamada de alerta. Porque, otra vez, no es un asunto de enfoques de izquierdas y derechas, tampoco es un asunto de los que se candidatea­n para ejercer el poder absoluto y eterno.

Hoy Venezuela es un tema de derechos humanos, es un país en una grave crisis humanitari­a, donde los que en algún momento vivieron muy enojados con sus políticos, hoy mueren de hambre ante los ojos del mudo que hoy muy poco puede hacer.

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