Un barco llamado México
Hace un par de noches me detuve en el semáforo de una solitaria vialidad. Era tarde. Observé si se aproximaban vehículos; tenía la indebida intención de pasarme el alto. Estaba a punto de hacerlo cuando me percaté de que el automóvil que aguardaba a mi lado era conducido por un joven de aproximadamente 20 años, quien con respeto acataba el señalamiento. Decidí esperar a que la luz cambiara y sumarme a esa fresca muestra de civilidad.
Después se agolparon las reflexiones. Venía de ver el segundo debate presidencial y con cierta pena comprendí que lo que está en juego la próxima jornada electoral es precisamente el destino de millones de jóvenes como el del semáforo, que son ejemplares, respetuosos, dispuestos a edificar algo mejor de lo que ahora tienen.
México es un barco que ha enfrentado múltiples huracanes y ni los embates más embravecidos lograron hundirlo. Los mexicanos nos hemos sobrepuesto a crisis difíciles. Sería interesante descifrar cuáles han sido las virtudes que nos permitieron permanecer a flote.
Esta sociedad ha trabajado para subsistir. Detrás de nuestros esfuerzos subyace una causa sublime, inspiradora: heredar mejores condiciones de vida a nuestros hijos.
Hace un par de semanas, en este espacio recordé las difíciles condiciones que enfrentamos los jóvenes de la década de los 80 y entonces comprendí el concepto del miedo, sensación que repentinamente me tomó por asalto. A partir de ello, me percaté de que no me gustaría que volviésemos a atravesar aquella desafortunada situación.
Gobernar y dar resultados favorables no implica un borrón y cuenta nueva. Quienes simpatizan con López Obrador deberían considerar la necesidad de inducir a su candidato a que, en caso de concretarse su triunfo, rescate lo que está bien hecho y modifique los mecanismos para atender los temas en los que se ha fallado.
El sistema de competencia ha sido un salvavidas para nuestra economía, aunque también generó índices elevados de rezago. Me parece que el problema no es el modelo económico, sino la necesidad de medios capaces de garantizar una equitativa distribución de lariqueza. No se trata de condenar y descalificar desdeñosamente al neoliberalismo; se trata de buscar alternativas que potencialicen resultados en beneficio de la mayoría.
En apariencia, lo que viene parece irreversible y de concretarse basta entender que la democracia es la herramienta para que los pueblos decidan quién los gobierne. Pero la elección del 2018 quedará registrada en nuestra historia como aquella que se definió por el desencanto y la ira colectiva. El “Ricky Riquín Canallín” del candidato puntero lo hace evidente.
El llamado a la congruencia debe ir más allá de la decisión que tomemos en las urnas; llega hasta la necesidad de crear conciencia entre quienes rodean a López Obrador. Es indispensable que comprendan que nuestro barco no está hundido y que la tarea es hacerlo poderoso.
Luchar contra la corrupción, la violencia y la desigualdad es prioritario, pero debemos tomar como punto de partida lo bueno que poseemos. Tirar todo a la basura podría ser el error más caro.
Si es verdad que todo está dicho, busquemos alternativas para que las añoranzas de 1988 que atestiguamos el domingo no induzcan un retroceso que a corto plazo exija más heroísmo y sacrificio, ahora, de nuestros hijos.