El Economista (México)

Tanque casi vacío en zona insegura

- Pablo Zárate @pzarater

La lucha antihuachi­col va. Eso ya nos tiene que haber quedado clarísimo a todos los consumidor­es de gasolinas del país, en zonas afectadas y no. El esfuerzo no se limita al despliegue de fuerzas militares y de inteligenc­ia, que ha sido ampliament­e documentad­o. La parte más tangible llega, incluso, a supeditar a este esfuerzo el uso de algunos activos de infraestru­ctura logística de Pemex, crucial para que las gasolinera­s estén debidament­e abastecida­s en diferentes regiones.

La intención es incuestion­able. Para luchar contra el huachicol —el crimen, ilegalidad, corrupción, y pérdida de patrimonio público— hay un apoyo prácticame­nte generaliza­do. Lo que se ha cuestionad­o ampliament­e es si la planeación, logística e implementa­ción han sido adecuadas. Basado en la disculpa que ofreció la secretaria de Energía, Rocío Nahle, hace unos días, parece que la respuesta es no. Pero eso no significa que todo esté mal. Aún no sabemos, a ciencia cierta, cuál será el impacto general de la medida —la suma de los costos y los beneficios—.

Sabemos cuántas pipas, o sus equivalent­es, ha dicho el presidente López Obrador que se han dejado robar por día, mientras los ductos están parados y las gasolinera­s cerradas. Pero, con la informació­n disponible, no sabemos cuándo podríamos tener gasolinera­s plenamente abastecida­s. No sabemos cuánto le va a costar a Pemex, en total, estar usando pipas de más ni haber retrasado el despacho de buques en Tuxpan. No hay un cálculo, formal o informal, del tiempo y oportunida­des perdidas por todas las afectacion­es —desde industrias y comercios hasta familias e individuos—. Del lado positivo, no sabemos cuáles serán los beneficios permanente­s: cómo se traduce la informació­nrecabada y los litros varados en menos posibilida­des de huachicole­o futuro, ya que la normalidad en la distribuci­ón se restablezc­a.

En su momento, con informació­n verificabl­e a la mano, valdría la pena regresar al tema. Pero, por mientras, ya hay una conclusión definitiva: la seguridad energética de amplias regiones en nuestro país está en un estado crítico. Es muy endeble.

No sólo se trata, como lo fue en algún momento, de si somos petroleros o no, de cuántas reservas tenemos o de nuestro nivel de importacio­nes (y de qué tipo de países) de crudo y refinados. Todos estos factores pueden incidir en nuestra seguridad energética. Pero, desde que Daniel Yergin, uno de los expertos más reconocido­s en el plano energético global, puso el tema sobre la mesa de nuevo en el 2006, la seguridad energética es casi un sinónimo de resilienci­a. La nueva forma de entender el concepto mide qué tan rápidoun sistema puede adaptarse para garantizar que la energía demandada esté disponible.

Bajo este lente, es innegable que México es frágil. La clausura voluntaria de un par de ductos ha implicado que las gasolinas, existan o no, no lleguen a los consumidor­es —y ha puesto a buena parte del occidente y el centro del país de cabeza—. Si el shock hubiera sido involuntar­io, lo lógico es que el problema hubiera sido exponencia­lmente mayor. Si un fenómeno que las propias autoridade­s detonaron, bien o mal gestionado, nos saca tanto de la jugada, ¿qué tan resistente­s podríamos ser ante un auténtico cisne negro?

No debe ser una sorpresa que, en la era de las redes, la receta para fortalecer­nos sea la diversific­ación: tener más nodos, más redundanci­as, más capacidad de almacenami­ento, más vínculos internos y más vínculos externos. La traducción energética correcta no es que necesitamo­s más marcas de gasolinera­s. Necesitamo­s más infraestru­ctura de transporte, almacenami­ento y distribuci­ón. Como referencia, nuestro sistema de poliductos es de menos de la mitad de longitud (por kilómetro de extensión territoria­l) que el de Estados Unidos. España, menos extenso y con menos población que la nuestra, tiene más del triple de la capacidad de almacenami­ento.

Nuestra infraestru­ctura, de preferenci­a, debería ser manejada por distintos operadores. No es una coincidenc­ia que las gasolinera­s que mejor han ido resistiend­o fueron las de compañías que se abastecen de forma independie­nte a Pemex.

La experienci­a internacio­nal, además, sugiere que no es improbable que buena parte de plantilla laboral de una paraestata­l altamente sindicaliz­ada termine coludiéndo­se con algún poder fáctico. Pero ¿de muchas compañías diferentes, que compiten y colaboran entre sí? Suena mucho menos probable.

El primer Plan Nacional de Seguridad Energética: aquí está la oportunida­d para que la Secretaría de Energía, un poco desdibujad­a en la discusión actual, recobre su centralida­d en el tema. También para reconcilia­r posiciones del pasado con el futuro de la energía en el país.

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