Presupuesto 2019: la brújula, y ahora ¿cuál es el plan?
El presupuesto del 2019 refleja la ineludible coexistencia de la responsabilidad fiscal con la redistribución del gasto bajo un paradigma de justicia social, privilegiando el desarrollo del sureste de México La implementación de políticas sin un diseño cuidadoso puede resultar costosa. Por ejemplo, en el sector energético, se corre el riesgo de desperdiciar recursos de no tomar en consideración estrategias de salida para reducir la utilización de combustibles fósiles
Para sorpresa de muchos el presupuesto presentado resultó un proyecto sobrio. Su diseño es un claro intento de enviar una señal de responsabilidad fiscal que contribuya a resarcir la confianza del sector privado, misma que no estaba pasando por su mejor momento. Y pese a lo mucho que se había afirmado que con tan sólo metas de prevención de corrupción junto a reducción de salarios resultarían grandes ahorros, la realidad condujo a que el presupuesto se abstuviera de abarcar la totalidad de las iniciativas de campaña. En su lugar, refleja la ineludible coexistencia de la responsabilidad fiscal con la redistribución del gasto bajo un paradigma de justicia social, privilegiando el desarrollo del sureste de México.
Más allá de la redistribución del gasto, se rescata la señal de 1% de superávit primario. Una necesaria camisa de fuerza que envía el mensaje a los mercados que entienden que sin salud macro fiscal no hay política social (ni país) que sobreviva. También los supuestos planteados en el presupuesto están orientados hacia el lado más conservador, lo cual fue bienvenido por los inversionistas internacionales. Quizá éste sea un nuevo comienzo de cara al 2019.
Pero quienes en estos días han opinado positivamente sobre el escenario fiscal, más pronto que tarde volverán a tener ansiedad y se preguntarán: ¿cuál es el plan? ¿en dónde estarán las acciones que estructuralmente permitirán la implementación de las políticas sociales y el despliegue de infraestructura sin comprometer las finanzas públicas? Hoy, no quedan claros los impactos económicos y sociales esperados de las distintas políticas, se perciben sólo a nivel conceptual. Por ello, sin información confiable que respalde estas iniciativas, un presupuesto que le apueste sólo al superávit primario difícilmente será creíble como una política sostenible de mediano plazo. Los mercados leerán que, con base en transferencias, proyectos de infraestructura de bajo impacto productivo o inversiones detenidas, no será posible crecer más allá de 2 por ciento.
La implementación de políticas sin un diseño cuidadoso puede resultar costosa. Por ejemplo, en el sector energético, se corre el riesgo de desperdiciar recursos de no tomar en consideración estrategias de salida para reducir la utilización de combustibles fósiles. En particular, cuando en todo el mundo, los principales países petroleros están creando estrategias a 10 y 15 años para abandonar el uso intensivo de estos combustibles a favor de tecnologías limpias.
En cambio, hay oportunidades que pueden representar mejores expectativas de crecimiento de mediano plazo. Por ejemplo, hacer partícipe a las zonas del sur-sureste del despliegue de infraestructura productiva. Una muestra de esto puede ser el proyecto del Corredor Transístmico, que bien diseñado resultaría en una alternativa al canal de Panamá. Complementariamente, la articulación comercial norte-centro-sur por medio de una política que desarrolle y promueva industrias de valor agregado relanzaría a esa zona como motor económico. Finalmente, trabajar en el diseño de incentivos para atraer al sector productivo que hoy opera en la informalidad hacia la formalización implicaría más recursos públicos para la inversión de capital. ¿Y si se dieran pasos concretos en esta dirección a cuanto se elevaría el crecimiento de mediano plazo? Seguro más que el actual 2 por ciento.