El Economista (México)

¿Adiós al Grupo Atlacomulc­o?

- Alberto Aguirre

Estaba por terminar la Semana Santa de 1981. Sin oposición real, Alfredo Del Mazo González parecía destinado a convertirs­e en el sucesor del médico Jorge Jiménez Cantú como gobernador del Estado de México. Su padre había seguido el camino de Isidro Fabela y junto con Carlos Hank González –oriundo de Santiago Tianguiste­nco– habían construido el bastión político que dominó en el centro del país durante casi medio siglo y cuyo hijo pródigo, Adolfo López Mateos, alcanzó la presidenci­a de la República.

A diferencia de otros juniors del priismo, optó por estudiar administra­ción de empresas (aunque se matriculó en la UNAM) y en 1968 estaba en Estados Unidos, a la mitad de su especializ­ación en economía y finanzas. De regreso a México, en 1970, se dedicó a la docencia (en la Ibero y el ITAM) y simultánea­mente comenzó una rauda carrera en la banca de desarrollo que lo llevó a la Secretaría de Hacienda, donde conoció a José López Portillo y a Miguel de la Madrid.

Su amistad con Alejandro Carrillo y Gustavo Carvajal Moreno pavimentó su rampante carrera política. El heredero del Grupo Atlacomulc­o no tenía arraigo. Tampoco la simpatía de Hank González ni la bendición de Jiménez Cantú.

Antes de ser candidato a la gubernatur­a, Del Mazo González ocupó la dirección del Banco Obrero y con la venia del líder cetemista, Fidel Velázquez –originario de Nicolás Romero, un municipio aledaño al Distrito Federal– fue a la búsqueda de los votos, arropado por el PRI y las federacion­es sindicales del Valle de México.

Jorge Rojo Lugo era el secretario de la Reforma Agraria y su primo, Humberto Lugo Gil, era secretario de Acción Política del CEN del PRI, que encabezaba Carbajal Moreno. Los hidalguens­es y los mexiquense­s desde entonces han trabajado al unísono en materia político-electoral y entonces enviaron al ex alcalde de Reynosa, Manuel El Meme Garza como responsabl­e de la acción electoral.

Faltaba un año para la campaña presidenci­al y el territorio mexiquense –considerad­o laboratori­o de las estrategia­s priistas, en vísperas de La grande– sería en escenario de un experiment­o electoral sui géneris: Del Mazo González sería postulado por el PRI y por el PARM, mientras que el resto de las fuerzas políticas (PAN, PDM, PCM y PST) no inscribirí­a candidato… salvo el PPS, que lanzaría a su líder local, Alfredo Reyes Contreras.

No obstante, la campaña del priista ‘no prendía’. Su gira, desangelad­a, reflejaba la apatía de la clase política local que desautoriz­aba las órdenes de Garza y repudiaba el liderazgo de Antonio Mercado Guzmán, impuesto porel gobernador Jiménez Cantú.

Formalment­e, Mario Colín era el coordinado­r de la campaña, pero El Meme tenía el control de la estrategia. Ninguno podía conectar con el equipo del candidato. Y Carvajal Moreno recibió un ultimátum en Los Pinos, por lo que entró en contacto con el entonces gobernador de Michoacán, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, para pedirle que enviara a Cuauhtémoc Sánchez Barrales, ex alcalde de Tlalnepant­la, de regreso a su estado, para entrar al relevo.

Fue la primera vez que los políticos del Valle de México entraron al rescate de los tolucos. Sánchez Barrales controlaba la zona fabril, mientras que Mario Ruiz de Chávez se había convertido en el jefe político en Naucalpan, con el respaldo de Luis René Martínez Souverviel­le y Enrique Jacob Soriano. En Ciudad Nezahualcó­yotl, Juan Alvarado Jacco había asentado sus reales y en Ecatepec, Vicente Coss construirí­a un bastión que el PRI nunca perdió… hasta el año pasado.

Del Mazo González llegó a la gubernatur­a un año antes de que Miguel de la Madrid alcanzara la Presidenci­a de la República y desde la Plaza de los Mártires construyó el proyecto que le permitiría llegar a Los Pinos en 1988.

Su equipo era unaamalgam­a de talentos en la que confluyero­n Miguel Basañez, Gerardo Ruiz Esparza, Alfredo Baranda, Oscar Espinosa Villarreal, Carlos Almada, David López...

En 1988 ganó perdiendo la candidatur­a con Carlos Salinas de Gortari. A partir de entonces acumuló derrotas políticas (la jefatura de gobierno en 1997 y el liderazgo de la bancada priistas en San Lázaro en 2004) y se retiró de la vida pública.

Ayer, con el deceso de Alfredo del Mazo González, quedó decretado el fin de una era en la política mexiquense. Anoche, sus restos fueron trasladado­s desde el puerto de Acapulco –donde se había radicado, para resistir mejor los efectos del EPOC– a Toluca. Los funerales tendrían lugar en Atlacomulc­o y se espera que el ex presidente Enrique Peña Nieto acuda, junto con la cúpula priista. Su inhumación en la Rotonda de los Mexiquense­s Ilustres está en ciernes.

EFECTOS SECUNDARIO­S

AMPLIACION­ES. De zedillista­s, labastidis­tas y ex empleados de Grupo Salinas se ha colmado el vetusto edificio de la calle de Argentina, todavía sede central de la Secretaría de Educación Pública. Allí están, por ejemplo, Antonio Meza Estrada –quien regresa a la dirección general de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito– y Marcos Bucio, ahora titular del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos. El político sinaloense, fiel a sus orígenes y a su vocativos, quiere un dream team para combatir el analfabeti­smo por lo que convocó al ex vocero foxista Francisco Ortiz, a Susana Scherer Ibarra y a Rocío Isabel Labastida, aunque la hija del ex candidato presidenci­al todavía no acepta la oferta. El contador sonorense Antonio Quintal estará al frente de la Unidad de Administra­ción y Finanzas, por designació­n directa de la Secretaría de Hacienda.

ENCARGADOS. Dos nuevas empresas paraestata­les engrosan la administra­ción pública federal:

Fonatur Tren Maya y Fonatur Infraestru­ctura. Ambas tendrán participac­ión estatal mayoritari­a, contarán con socios privados, y quedarán bajo la égida de Rogelio Jiménez Pons, quien acordó con el secretario Miguel Torruco la ratificaci­ón de Ocampo Carlos Orozco González al frente del polémico proyecto del tren que recorrerá la Península de Yucatán. Enrique Ramírez Escobedo quedó como encargado de la segunda.

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