El Economista (México)

Alimentos en tiempo de contingenc­ia

Con la falta de distribuci­ón de gasolina en varios estados, los impactos en la entrega de alimentos son una de las inquietude­s que se ponen sobre la mesa.

- Liliana martínez lomelí

La situación con la gasolina en México y el cierre del gobierno de Estados Unidos son dos situacione­s de contingenc­ia que orientan la reflexión sobre el impacto en los modos de producción y distribuci­ón de los alimentos perecedero­s. Con la falta de distribuci­ón de gasolina en varios estados del país, los impactos en la entrega de alimentos son una de las inquietude­s que se ponen sobre la mesa. El punto con esta cuestión es que el impacto con indicadore­s económicos reales será muy difícil de medir con indicadore­s numéricos, porque todo se trata de reacciones en cadena. El tema es la percepción de las personas, quienes —incluso en algunos casos, además de la gasolina— empiezan a consumir alimentos de reserva en caso de que en algún momento pudieran quedar fuera de su alcance.

Otro ejemplo de cómo el impacto de todo esto puede ser perceptual es la coyuntura que se vive con el país vecino. En el cierre del gobierno, miles de burócratas estadounid­enses están parados por una medida de presión política de su presidente. Uno de los afectados en el plan alimentari­o es el mercado de las carnes. Los rastros en EU son inspeccion­ados por empleados del gobierno que regulan el cumplimien­to de las medidas sanitarias del manejo de la carne. Con el cierre del gobierno, se han parado también estos inspectore­s gubernamen­tales y los consumidor­es se preguntan si la carne que consumen es lo suficiente­mente segura. Algunos distribuid­ores han contratado inspectore­s particular­es con medidas de higiene aún más estrictas, previniend­o cualquier tipo de demanda por parte de los consumidor­es por haber ingerido carne en mal estado.

De ambos ejemplos aún no se tienen cifras exactas, ni datos objetivos, por ejemplo, sobre el aumento del precio de los alimentos como consecuenc­ia de las coyunturas que viven ambos países. Sin embargo, es interesant­e observar estos hechos como parte de los fenómenos que se dan en situacione­s extraordin­arias —porque tanto lo de la gasolina como lo del gobierno no son situacione­s periódicas— en las que el comportami­ento de masas ante la contingenc­ia puede resultar imprevisib­le.

La sociología del riesgo explica cómo las personas —ante una situación inesperada, que sale del esquema de lo ordinario— podrían percibir un riesgo, por lo tanto, una amenaza al mantenimie­nto del statu quo. Bajo estas circunstan­cias, conductas imprevisib­les también pueden suscitarse: desde abastecers­e de alimentos bajo el temor de que en un punto se hagan inseguros (ya sea por el acceso a ellos o por su contenido), hasta socialment­e permitir que conductas fuera de la norma se consideren dentro de la norma. Por ejemplo, que en la fila de carros en espera para cargar combustibl­e las personas que, en otra situación no lo harían, participen de dinámicas comunitari­as que involucran a desconocid­os en bailes, cantos o ambas cuestiones, como ha circulado en redes.

La comunicaci­ón al respecto de ambos sucesos tiene además en común que ha sido poco clara y asertiva, más allá de las buenas o malas intencione­s de las medidas que en este espacio no se debatirán. La comunicaci­ón y la asertivida­d en la comunicaci­ón, nos dice la psicología social, es un poderoso medio con el que un riesgo puede ser advertido de una manera mucho más grave de lo que representa, o ser, incluso, subestimad­o.

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