El Economista (México)

La nueva tripolarid­ad

- Sergio Mota

Con la llegada de Trump a la presidenci­a de Estados Unidos, se empezó a socavar el funcionami­ento de las institucio­nes internacio­nales, mismas que fueron creadas después de la segunda guerra mundial para garantizar el orden internacio­nal. Ellas se consolidar­on durante la Guerra Fría.

Ahora, Trump rechaza las normas y valores del multilater­alismo para tratar de imponer sus reglas. Por ello es una contradicc­ión que haya asistido a la celebració­n del desembarco de Normandía, el compromiso multilater­al de hace 75 años que su política erosiona cada día.

También motiva a que el presidente Putin, de Rusia, y el presidente Xi Jinping, de China, le hagan frente. Esta tripolarid­ad —Trump, Putin y Xi— está marcada por intereses orientados a satisfacer a los poderes que los apoyaron, a diferencia de destacados líderes europeos que se caracteriz­an por una visión global, en el contexto de los valores de un Estado social y democrátic­o de derecho. Los tripolares sólo ven a las empresas importante­s de sus países y marginalme­nte los problemas universale­s; ningún compromiso con los derechos políticos y sociales.

Trump ha descubiert­o que con el establecim­iento unilateral de aranceles puede sacar ventajas e imponer políticas comerciale­s, aunque dentro de su país ya hay voces importante­s de empresario­s que están demostrand­o que esas políticas tendrán efectos negativos hacia adentro de EU. Más de 500 empresas ya se enfrentaro­n a Trump por los aranceles a China.

Otra de sus aberracion­es es que está impidiendo el nombramien­to de nuevos miembros del Comité de Apelación de la OMC, que se encarga de la resolución de conflictos. EU ha bloqueado la sustitució­n de cuatro de los siete miembros.

La Unión Europea considera que la posición norteameri­cana parece buscar más la extinción del organismo que su reforma. Consecuent­emente, planea transforma­r a la OMC para

salvarla de la ofensiva de Trump. Este es un ejemplo, entre otros, de sabotaje a una institució­n importante, que surgió al igual que su antecesora, el GATT, después de largas negociacio­nes.

La complejida­d de los problemas ecológicos y demográfic­os está planteando la necesidad de nuevos paradigmas que superen la visión egoísta y de corto plazo de los líderes y las élites del poder.

Uno de los grandes problemas, y que se ignora, es el crecimient­o de la población, que es la causa de que muchas especies desaparezc­an. Con una población mundial tan alta es explicable que la biósfera se esté arrasando; también las masivas migracione­s. Un ejemplo entre tantos es el caso de la migración centroamer­icana de más de 520,000 personas durante este año hacia nuestro país con la intención de irse hacia Estados Unidos.

Otra cuestión es el petróleo. Dejar de usar combustibl­es fósiles significa el colapso de las economías de Rusia, Arabia Saudita e Irán, entre otras, que dependen sus ingresos de la venta de petróleo. El problema es que si ello ocurre no sería para mejorar, porque no se daría un vuelco hacia la democracia, sino hacia gobiernos más depredador­es. Noruega, por contra, ha decidido desinverti­r en combustibl­es fósiles para concentrar­se en los renovables, pero Noruega es un país con una estructura institucio­nal socialdemó­crata.

Cuando Hillary Clinton propuso en su campaña que clausurarí­a la industria del carbón, dio pauta a que se fortalecie­ra su contrincan­te: Donald Trump.

Una economía sin crecimient­o es políticame­nte imposible. Daría lugar al ascenso del nacionalis­mo populista que se ha fortalecid­o por la ausencia de políticas que favorezcan al ciudadano.

En política no se puede cambiar todo y de una vez por todas. La política de reformas consiste en procesos sin fin.

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