La nueva tripolaridad
Con la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos, se empezó a socavar el funcionamiento de las instituciones internacionales, mismas que fueron creadas después de la segunda guerra mundial para garantizar el orden internacional. Ellas se consolidaron durante la Guerra Fría.
Ahora, Trump rechaza las normas y valores del multilateralismo para tratar de imponer sus reglas. Por ello es una contradicción que haya asistido a la celebración del desembarco de Normandía, el compromiso multilateral de hace 75 años que su política erosiona cada día.
También motiva a que el presidente Putin, de Rusia, y el presidente Xi Jinping, de China, le hagan frente. Esta tripolaridad —Trump, Putin y Xi— está marcada por intereses orientados a satisfacer a los poderes que los apoyaron, a diferencia de destacados líderes europeos que se caracterizan por una visión global, en el contexto de los valores de un Estado social y democrático de derecho. Los tripolares sólo ven a las empresas importantes de sus países y marginalmente los problemas universales; ningún compromiso con los derechos políticos y sociales.
Trump ha descubierto que con el establecimiento unilateral de aranceles puede sacar ventajas e imponer políticas comerciales, aunque dentro de su país ya hay voces importantes de empresarios que están demostrando que esas políticas tendrán efectos negativos hacia adentro de EU. Más de 500 empresas ya se enfrentaron a Trump por los aranceles a China.
Otra de sus aberraciones es que está impidiendo el nombramiento de nuevos miembros del Comité de Apelación de la OMC, que se encarga de la resolución de conflictos. EU ha bloqueado la sustitución de cuatro de los siete miembros.
La Unión Europea considera que la posición norteamericana parece buscar más la extinción del organismo que su reforma. Consecuentemente, planea transformar a la OMC para
salvarla de la ofensiva de Trump. Este es un ejemplo, entre otros, de sabotaje a una institución importante, que surgió al igual que su antecesora, el GATT, después de largas negociaciones.
La complejidad de los problemas ecológicos y demográficos está planteando la necesidad de nuevos paradigmas que superen la visión egoísta y de corto plazo de los líderes y las élites del poder.
Uno de los grandes problemas, y que se ignora, es el crecimiento de la población, que es la causa de que muchas especies desaparezcan. Con una población mundial tan alta es explicable que la biósfera se esté arrasando; también las masivas migraciones. Un ejemplo entre tantos es el caso de la migración centroamericana de más de 520,000 personas durante este año hacia nuestro país con la intención de irse hacia Estados Unidos.
Otra cuestión es el petróleo. Dejar de usar combustibles fósiles significa el colapso de las economías de Rusia, Arabia Saudita e Irán, entre otras, que dependen sus ingresos de la venta de petróleo. El problema es que si ello ocurre no sería para mejorar, porque no se daría un vuelco hacia la democracia, sino hacia gobiernos más depredadores. Noruega, por contra, ha decidido desinvertir en combustibles fósiles para concentrarse en los renovables, pero Noruega es un país con una estructura institucional socialdemócrata.
Cuando Hillary Clinton propuso en su campaña que clausuraría la industria del carbón, dio pauta a que se fortaleciera su contrincante: Donald Trump.
Una economía sin crecimiento es políticamente imposible. Daría lugar al ascenso del nacionalismo populista que se ha fortalecido por la ausencia de políticas que favorezcan al ciudadano.
En política no se puede cambiar todo y de una vez por todas. La política de reformas consiste en procesos sin fin.