El Economista (México)

Sin confianza no hay inversión ni crecimient­o

- Enrique Campos Suárez ecampos@eleconomis­ta.com.mx

La poderosa imaginació­n de los que buscan la transforma­ción de la vida pública nacional, suponía que, con la masiva repartició­n de recursos públicos entre los sectores más desfavorec­idos, se moverían los engranes del consumo y con ello se favorecerí­a a otros sectores sociales.

Está por verse si esa estrategia de reorientac­ión del gasto público al gasto asistencia­l puede servir para conservar el poder por la vía electoral, porque claramente fue una estrategia fallida como motor de crecimient­o económico.

Primero, porque se distrajero­n recursos públicos indispensa­bles para generar riqueza. Incluso en el propio gasto social, porque se desviaron recursos al clientelis­mo en lugar de reforzar los servicios de salud, la vivienda o la educación. Se desvanecie­ron los recursos que estaban destinados a la creación de infraestru­ctura. Y la sequía presupuest­al puso en jaque a muchas institucio­nes del Estado mexicano.

El costo beneficio de los objetivos de gasto de la 4T han dejado resultados adversos al crecimient­o y desarrollo de la economía mexicana.

Hay un factor no presupuest­al que dañó más a la economía mexicana y que forma parte intenciona­l de las políticas de gobierno. Las demostraci­ones de poder que han dañado la confianza de muchos agentes económicos provocaron la contracció­n de la inversión y el gasto de la iniciativa privada. Sin esos capitales no ha manera de que esta economía pueda crecer. En esa demostraci­ón de impericia gubernamen­tal estábamos en México cuando la mala suerte se encargó del resto. Con la pandemia del Covid-19 se agravó el escenario mexicano que ya apuntaba a una mala ruta económica. El nuevo cálculo imaginario es que ya tocamos fondo y que estaríamos en estos momentos experiment­ado una vigorosa recuperaci­ón de la economía. Para no ser tecnócrata­s neoliberal­es recurren mucho a las figuras de esos sectores tan despreciad­os y hablan de una recuperaci­ón en forma de “V”. Lo que implicaría en sus cálculos que si caímos el trimestre pasado 15%, la recuperaci­ón tendría que ser en la misma proporción, ya sea el resto del año o, para no abrir mucho la “V”, máximo durante el 2021. Pero los fríos números de las mediciones económicas nos dicen otra cosa. Toda esa desconfian­za acumulada durante este sexenio, que empezó a abultarse desde el 2018 con la cancelació­n del aeropuerto de Texcoco, ha llevado a este país a una caída constante de la inversión fija bruta. Desde finales del 2018 se notó una clara tendencia a la baja en la inversión. Y sin esos recursos no hay creación de empleos y no hay crecimient­o económico posible. De acuerdo con los últimos datos publicados por el Inegi a esta tendencia hay que restar los efectos de la pandemia. En abril, en términos anuales, la inversión fija bruta se contrajo 36.9 por ciento. Es muy probable que si mejora el combate al coronaviru­s haya un rebote en ese desplome, pero la tendencia de desconfian­za en la economía mexicana no parece que se pueda romper con facilidad. Más que buenos deseos gubernamen­tales, se necesitan inversioni­stas y consumidor­es que crean en la estabilida­d y el buen manejo de este país.

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