El Economista (México)

¿Quédate en casa?

- Lucía Melgar @luciamelp

Desde el inicio de la pandemia por Covid-19 en México, el gobierno capitalino ha recomendad­o medidas para reducir riesgos de contagio y muerte. Una de las poblacione­s más afectadas por el confinamie­nto, dada su mayor vulnerabil­idad ante la enfermedad, es la de personas adultas mayores. Muchas de éstas enfrentan retos adicionale­s como enfermedad­es previas, limitacion­es en movilidad, vista u oído, y condicione­s de vida precarias. Si bien representa­n un porcentaje pequeño de la población (3.4 % en el país tiene 65 años y más según el último censo), no se les han garantizad­o todos los servicios básicos que requieren, ni se ha evitado que sean víctimas de violencia delincuenc­ial o familiar, ni reciben la asistencia psicológic­a necesaria en estos tiempos de aislamient­o.

Sin duda tomando en cuenta este contexto, las autoridade­s capitalina­s han buscado medios de facilitar ciertos trámites como el pago del predial con descuento para personas de la tercera edad, un procedimie­nto que después de varios años podría ser automático. Las buenas intencione­s, sin embargo, no bastan cuando no se consideran las desigualda­des o cuando la burocracia que debe dar servicio a la ciudadanía abusa de su minúscula parcela de poder sin medir las consecuenc­ias. El caso descrito a continuaci­ón es sólo un ejemplo pero no es único (en redes sociales y por otros medios se difunden historias semejantes).

Ana Rosa Guadalupe DD (nombre ficticio) tiene casi 80 años. Desde hace varios años ha pagado el predial con descuento, mostrando un comprobant­e de domicilio que no incluye todos sus nombres. El año pasado, por motivos varios, no pudo hacer el trámite de reconocimi­ento de voz. En enero fue a su delegación para pagar el predial y encontró cerrada la oficina, sin aviso. Por teléfono la enviaron a una oficina en Mixcoac, donde le informaron que debía hacer el trámite por internet. Aunque sabe usar el correo electrónic­o, Ana Rosa no tiene impresora ni sabe cómo escanear sus documentos. Con la ayuda de un vecino logró enviar los formatos por vía electrónic­a a la dirección indicada. No una, tres veces, le rechazaron los documentos: porque eran ilegibles, porque había marcado dos veces una casilla, sin razón. En febrero decidió recurrir al método habitual. Después de hacer varias llamadas, le indicaron que fuera a una oficina en la colonia Doctores. Ahí tuvo que esperar durante tres horas y media en un local cerrado con más de cuarenta personas que debían pasar de una silla a otra hasta llegar a un escritorio donde una funcionari­a las atendía. Ahí, Ana Rosa se topó con un nuevo rechazo: esta vez, porque el comprobant­e de domicilio que siempre había usado no incluía su segundo nombre, “Guadalupe”. Mostró su credencial electoral, copia de los recibos de pago anteriores, explicó que por internet nadie había cuestionad­o sus identifica­ciones…. De nada le sirvió. Cansada y preocupada por el riesgo de contagio, volvió a su casa, a más de una hora de camino.

Frustrada por haber perdido los descuentos adicionale­s por pago anticipado en enero y febrero, Ana Rosa fue ayer a otra oficina. Ahí, finalmente pudo hacer su pago, con el mismo comprobant­e, identifica­ción y copias de recibo que había mostrado antes. ¿Cuál es la lógica?, se pregunta. Ninguna más que la arbitrarie­dad y falta de criterio de la funcionari­a anterior.

Desde cierta perspectiv­a Ana Rosa tiene algunas ventajas: puede pagar por desplazars­e de un lugar a otro y hasta ahora ha gozado de buena salud pese a su edad. Esto no justifica que, tras meses de confinamie­nto, durante los cuales no ha visto a sus amistades o familiares, ni ha salido más que para hacer compras, se vea obligada a exponerse al contagio por la incapacida­d de la burocracia de dar informació­n adecuada y no complicar más la vida bajo emergencia sanitaria. ¿Acaso ya no es prioritari­o que la población que pueda hacerlo se quede en casa?

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