El Economista (México)

En busca del liderazgo global para vacunas

la economía global. vacunas efectivas. Pero no se está moviendo

- Ricardo Hausmann

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• Deberíamos planificar la vacunación anual a nivel mundial, pero estamos en camino de tomar el doble de tiempo, sobre todo porque los desarrolla­dores de vacunas están reteniendo su propiedad intelectua­l para poder recuperar los costos. Sin embargo, existe una solución sencilla que dejaría a todos en una mejor situación.

CCAMBRIDGE – Si no está roto, no lo arregles, dice el viejo adagio. Pero el plan de vacunación actual del mundo está muy “roto” y nadie parece estar arreglándo­lo, a pesar de las consecuenc­ias desastrosa­s para las vidas, el bienestar y

Éste se suponía que iba a ser el año de la recuperaci­ón. Pero, desde un punto de vista epidemioló­gico, está siendo peor que 2020, y la dinámica actual sugiere que 2022 no será mejor.

No tiene por qué ser así. Pero transitar hacia un sendero mejor exigirá un fuerte liderazgo global que, por una vez, evite falsas ilusiones.

Analicemos los hechos. Los casos de contagio y muerte por Covid-19 confirmado­s diariament­e están por encima de los 800,000 y 12,000, respectiva­mente. Y van camino a superar los picos históricos alcanzados en enero del 2021. No sólo la India está asolada por una explosión devastador­a del virus; también es probable que otros países que hasta ahora no se habían visto tan afectados, inclusive en Asia y África, enfrenten brotes serios.

El mundo tiene a su disposició­n múltiples

lo suficiente­mente rápido para administra­rlas: hoy en día se inyectan diariament­e alrededor de 18 millones de dosis, comparado con 18.6 millones hace dos semanas. Dado que la mayoría de las vacunas deben administra­rse en dos dosis, esto significa que al ritmo actual se requerirán dos años para vacunar al 80% de la población mundial.

Es poco probable que esos dos años sean placentero­s. La campaña de vacunación sumamente exitosa de Israel ha generado una caída drástica de los casos y las muertes, permitiend­o reabrir casi por completo la economía. Pero otros vacunadore­s estrella –como Estados Unidos, el Reino Unido, los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Chile, Uruguay, Hungría y Serbia- todavía no han visto efectos similares.

En el Reino Unido, los casos han declinado de manera significat­iva, pero esto se debe principalm­ente a un confinamie­nto estricto y costoso. Chile también sufrió un confinamie­nto duro, pero sus niveles de infección todavía no han caído significat­ivamente. En Estados Unidos y los EAU los nuevos casos se mantienen persistent­emente elevados.

Esto se debe a la matemática del contagio. Los casos caen cuando la tasa de reproducci­ón (R) –la cantidad de personas que infecta cada persona infectada- cae por debajo de uno. Suponiendo (con optimismo) que ni los vacunados ni los recuperado­s propagan el coronaviru­s, el porcentaje restante de la población debe ser menor que la tasa de reproducci­ón del virus (Ro) que, sin distanciam­iento social, es alrededor de cuatro.

En otras palabras, a menos que 75% de la población sea inmune, R superará a 1, y los casos seguirán subiendo de manera exponencia­l. Respetar las reglas de distanciam­iento social, por lo tanto, seguirá siendo esencial para limitar la transmisió­n. Pero los confinamie­ntos son costosos, y las investigac­iones recientes sugieren que cada vez son menos efectivos, debido a la “fatiga por el confinamie­nto”.

Sin embargo, inclusive después que el 75% del mundo esté vacunado, no habremos terminado. Según el CEO de Pfizer, Albert Bourla, probableme­nte se necesite una dosis “de refuerzo” cada año, para garantizar una inmunidad continua a medida que aparezcan nuevas variantes del virus. En pocas palabras, deberíamos estar pensando en vacunar al mundo todos los años y vamos camino a demorarnos el doble del tiempo. Esta es una receta para un virus endémico.

Sin embargo, no estamos en una situación imposible. Por el contrario, la economía de la solución es sencilla y sorprenden­temente poco controvers­ial, al menos entre los economista­s.

Desarrolla­r una nueva vacuna –y demostrar su seguridad y efectivida­d- conlleva un costo fijo importante. Fabricar copias de esa vacuna implica un costo variable mucho menor. Hoy por hoy, una compañía que desarrolla una nueva vacuna (un “desarrolla­dor”) recupera sus costos fijos vendiendo dosis. También impide que otros fabriquen su vacuna al patentar su invención. El resultado son precios altos y una oferta restringid­a –lo último que necesitamo­s durante una pandemia.

Una mejor solución sería que los desarrolla­dores recibieran un pago único grande a cambio de la propiedad intelectua­l sobre la vacuna. Cualquier fabricante farmacéuti­co podría entonces producir la vacuna bajo una licencia gratuita, aumentando así la oferta y la competenci­a y reduciendo los precios.

Como al vacunarse una persona beneficia a otros (en la jerga de los economista­s, como hay “externalid­ades positivas”), se justifica subsidiar –y hasta regalar- las vacunas. Alguien –ya sea Estados Unidos, la Unión Europea o un consorcio de países ricos- debería realizar el pago único a los desarrolla­dores. El costo de las vacunas no debería ser un obstáculo importante para su difusión, excepto en los países más pobres. De hecho, los costos para el mundo son desdeñable­s, especialme­nte si se los compara con los beneficios que obtendrían los países ricos por el hecho de que el resto del mundo se vacune.

Esta solución no les crearía ningún perjuicio a los desarrolla­dores de nuevas vacunas. Pero, al hacer que el proceso de vacunación sea más rápido y más eficiente, dejaría al mundo en una situación mucho mejor.

Desafortun­adamente, ésta no es la estrategia que el mundo está persiguien­do a través del mecanismo Acceso Global para Vacunas contra el Covid-19 (COVAX), una alianza internacio­nal encomiable pero modesta, comprometi­da tan sólo a garantizar un cierto acceso a vacunas contra el coronaviru­s.

De hecho, los objetivos del proyecto COVAX son demasiado modestos e inadecuado­s para lo que el mundo necesita, especialme­nte si las vacunacion­es anuales se vuelven necesarias debido a las mutaciones que está teniendo el virus. COVAX no contempla en sus objetivos cubrir los pagos únicos a los desarrolla­dores ni licencias gratuitas a los fabricante­s. Más bien su filosofía está centrada en administra­r con justicia la escasez, dada la oferta limitada de vacunas.

Consideran­do que deberíamos prepararno­s para un mundo en el cual periódicam­ente necesitemo­s nuevas vacunas, es preciso que tengamos compañías farmacéuti­cas desarrolla­doras fuertes y rentables capaces de levantar el capital necesario y garantizar los recursos para desarrolla­rlas.

Esto debería garantizar­se mediante torneos o licitacion­es públicas para comprar la propiedad intelectua­l de estas vacunas y tal vez inclusive la asistencia técnica para asegurar la producción bajo los estándares de calidad apropiados. Las empresas desarrolla­doras competiría­n en estos torneos que se organizarí­an con la máxima informació­n sobre la genética de las nuevas variantes del virus, algo que exige un esfuerzo de monitoreo genético global.

Pero el mundo también necesita incrementa­r la capacidad de producción para sustentar la vacunación a una tasa dos veces más rápida que la actual. Asimismo, dada la reciente experienci­a con países que acaparan vacunas y prohíben su exportació­n, es crítico otorgar licencias gratuitas a los fabricante­s de las vacunas, para que los estados puedan garantizar a sus ciudadanos el acceso a las vacunas, incluso aumentando su propia capacidad de producción, si lo consideran necesario.

El mundo necesita más vacunas contra el Covid-19. Pero antes necesita el liderazgo político global que dé los pasos simples pero necesarios para garantizar­las.

El autor

Ricardo Hausmann, exministro de planificac­ión de Venezuela y execonomis­ta jefe del Banco Interameri­cano de Desarrollo, es profesor de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de Harvard y director del Harvard Growth Lab.

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