El Economista (México)

El arte de la simulación

- Diego Petersen Farah (diego.petersen@informador.com.mx)

No, los de Morena no inventaron la simulación, tampoco son los autores de la “democracia-monárquica” y el derecho de sucesión familiar. En México esas prácticas vienen del viejo PRI, pasaron por el PAN, el PRD y adquiriero­n maestría con el Partido Verde. En la familia revolucion­aria lo primero era la propia familia, el orgullo de mi nepotismo, dijo alguna vez López Portillo. Entre los panistas hubo familias enteras que duraron un cuarto de siglo rolándose las candidatur­as plurinomin­ales; nunca dejaron de cobrar. En la llamada izquierda democrátic­a fue el propio López Obrador quien inventó a “Juanito” el simulador. En el Verde hasta la presidenci­a del partido fue hereditari­a. Nada, pues, es nuevo en el gobierno de López Obrador, ni siquiera la hipocresía.

Evelyn “Juanita” Salgado Pineda va a gobernar Guerrero y su padre, a no dudarlo, será el poder tras el trono, seguirá siendo el poderoso senador, el amigo del presidente, el presidente del partido de Morena en Guerrero y el tomador de las decisiones en ese Estado. Algunos apuestan que “Juanita” Salgado va a renunciar para obligar a nuevas elecciones y que así su padre pueda, cumpliendo con los requisitos de ley, competir y lograr su sueño: ser gobernador de ese Estado. Para efectos prácticos, da igual.

Todos, del presidente López Obrador para abajo, pasando por el candidato rechazado, Salgado Macedonio y el líder de Morena, Mario Delgado, olvidan u omiten, que el fondo del problema es la falta de cumplimien­to de la ley, la simulación de una precampaña. La resolución del INE fue ratificada por seis de siete magistrado­s. No es un dato menor, aunque nadie en ese partido quiera hablar de ello. No, no es un complot de los corruptos del pasado, es una soberana tontería de los soberbios del presente.

Lo verdaderam­ente preocupant­e de esta farsa, que bien podría ser una novela de Ibargüengo­itia, es la ausencia del espíritu democrátic­o. No hay que olvidar que venimos de una cultura política en la que tuvimos elecciones simuladas durante 70 años y que nos costó muchísimo que, a pesar de la permanente simulación de los políticos, nuestro voto contara. Uno de los pocos espacios, si no el único en el que todos los mexicanos somos iguales, es ante las urnas: cada voto cuenta y cada voto cuenta igual. Cambiar nuestras reglas democrátic­as para hacerlas más sencillas y menos costosas tiene todo el sentido del mundo, pero de nada servirá si entre los políticos y los partidos prevalece el arte de la simulación.

Ya logramos que cada voto cuente, lo que sigue es reconocer la mentira y desterrar o al menos disminuir la simulación. Mientras en nuestra cultura política no se castigue legal y electoralm­ente la farsa, será muy difícil dar el siguiente paso.

Ya logramos que cada voto cuente, lo que sigue es reconocer la mentira y desterrar o al menos disminuir la simulación.

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