Por qué no cambiamos nuestras visiones económicas o políticas (por equivocadas que sean)
“Lo que mejor sabe hacer el ser humano es interpretar toda la información nueva para que sus conclusiones previas permanezcan intactas.” Warren Buffet
Uno de los sesgos conductuales más reconocidos es el llamado sesgo de confirmación. Éste se define como la tendencia que tenemos las personas (desde una perspectiva psicológica y conductual) a procesar la información o buscar información que sea consistente con el conjunto de creencias que previamente tenemos. Nos resulta más complejo interpretar información que contradice lo que creemos, porque tendemos a buscar y preferir la información que confirma las creencias y a rechazar las que la contradicen; sin importar el nivel de evidencia o incluso de lógica de la información.
En materia económica, por ejemplo, en condiciones de incertidumbre y volatilidad como las que hoy enfrentan las economías de prácticamente todo el mundo, la mayoría de los analistas tienden a ser más influenciados por los pronósticos que están más alineados con su conjunto de creencias o predicciones previas.
En el artículo Confirmation Bias in Analysts Response to Consensus Forecasts, de Cai, Yao y Zhang, se encontró que cuando los analistas pronostican el comportamiento de variables económicas (como las ganancias esperadas en los mercados bursátiles), tienden a preferir y dar más peso a los modelos que ratifican sus creencias y pronósticos previos. Los analistas que tienen menos experiencia de pronóstico, tienden consecuentemente a no sufrir tan marcado el sesgo de confirmación y son más proclives a considerar opiniones y propositicos divergentes.
Este mismo fenómeno lo encontramos de manera muy evidente en la discusión sobre los temas políticos actuales, claramente en México, pero también en casi cualquier sociedad a nivel global. Es precisamente este sesgo el que provoca que la discusión de los principales temas públicos, (relevantes para el desarrollo de cualquier sociedad), se limite a la repetición de los argumentos propios y a la descalificación de los contrarios.
Esta condición evidentemente deteriora cualquier posibilidad de acuerdos e impiden encontrar puntos en común, pero incluso a nivel estratégico impide que aquellos que buscan cambiar la visión o incidir sobre la percepción que tienen aquellos grupos más “neutros” o menos identificados con los extremos, tengan una efectividad real de convencimiento.
En un experimento realizado en el 2019 por la universidad de Duke, se abordó un grupo de individuos de un muy amplio espectro de visiones e intereses socioeconómicos y políticos.
Se abordaron con ellos temas variados, relevantes en la discusión pública del momento, con más o menos implicaciones técnicas, levantándose primero un inventario detallado sobre sus posiciones individuales, conocimiento, percepción y conocimiento sobre los temas.
Posteriormente, en grupos se les presentó información sobre los temas. A algunos se les enseñó información que reafirmaba las percepciones previas que habían mostrado, en otro, se les presentó únicamente información conflictiva y contraria a sus percepciones previas y en un último grupo, se les presentó información equilibrada tanto a favor como en contra de sus creencias. Después de ese proceso, se midió sí habían registrado cambios en su perspectiva previa.
El resultado fue que en solo entre 1 y 5% de las personas presentaron cambios en su opinión después de tener la nueva información.
En términos de conductas y actitudes políticas, este fenómeno, también conocido como “resistencia al cambio de creencias”, mantiene la discusión pública en donde más conviene a los grupos políticos que favorecen los extremos: en la permanente estridencia de argumentos casi siempre vacíos y sin fundamento, que solo benefician a quienes coyunturalmente detentan una posición mayoritaria y más estridente.