El caudillo
La fascinación latinoamericana por los caudillos es resultado de su propia historia. La leyenda de Hidalgo, Morelos, Bolívar, San Martín y muchos otros, trascendió a su tiempo y se hizo extensiva al siglo XX retomando fuerza en las últimas décadas. Los populismos del continente se inspiraron en esas figuras y así, en nombre de una irreal unidad de América Latina, Getulio Vargas en Brasil,
Juan Domingo Perón en Argentina, y Lázaro Cárdenas en México, revivieron a esos mitos que de hecho reencarnaban en las nuevas figuras heroicas del nacionalismo latinoamericano.
Y ese fenómeno que parecería haberse diluido en el marco de la democratización de fines de los 90’s, vuelve a tener hoy una fuerza incontenible a través de la necesidad de encontrar en estas personalidades mágicas la solución a los grandes problemas nacionales. Así llegó Hugo Chávez a una Venezuela desencantada con la democracia, al igual que lo hizo Bolsonaro en Brasil, Cristina Fernández en Argentina y López Obrador en México.
El pensamiento mágico expresado en la literatura de García Márquez ha pasado a ser parte de una realidad palpable para millones de latinoamericanos que siguen viendo en “el caudillo”, la única posibilidad de salvación individual y colectiva ante lo que consideran el fracaso de una democracia representativa incapaz de resolver de manera inmediata los problemas de pobreza y desigualdad de sus respectivas sociedades.
Pero no se trata únicamente de una creencia popular que pone todas sus esperanzas en el caudillo milagroso. Como con el fenómeno peronista o chavista, intelectuales y clases medias abrazaron sin razonamiento alguno este discurso para luego caer en la decepción de una realidad que les demuestra lo absurdo de su apuesta que termina justificándose con el argumento de, “es que no podía saberse”.
Sin embargo, la fuerza mesiánica del caudillo o de su recuerdo es enorme. La catástrofe económica que vive Venezuela no es suficiente para derrumbar el mito Chávez–maduro, ni tampoco la recurrente crisis argentina provocada por el populismo peronista en sus distintas variantes, ha servido para desmontar del imaginario colectivo, la supuesta grandeza de un General que ha representado una tragedia histórica para la Argentina en su conjunto.
Y así estamos en México con un presidente enormemente popular, en medio de los peores resultados económicos y sociales de este siglo, con una clase media que se siente traicionada por el caudillo, quien a su vez confía en el resto de la estructura social para sostener su inviable modelo de desarrollo y para lo cual movilizará a través del poder que le otorga la jefatura de Estado, a todo su aparato de control el próximo domingo.
Se trata de la fiesta del caudillo, de la recuperación de la calle robada por la ilegítima clase media quince días atrás. Es, sin duda, el retorno al pasado.