El Economista (México)

Los contrastes con un Presidente de izquierda

- Enrique Campos Suárez ecampos@eleconomis­ta.mx

En ese derroche populista que nubla a la autollamad­a Cuarta Transforma­ción, Andrés Manuel López Obrador gusta de decir que ya no se pertenece. Una frase que le hemos escuchado a otros personajes latinoamer­icanos que tienen el mismo corte.

Puede el líder de un movimiento como el que encabeza López Obrador entregarse a la multitud tal como lo hizo ayer en las calles de la Ciudad de México, lo que no puede es mostrar el nivel de irresponsa­bilidad que vimos ayer y poner en peligro al jefe del Estado Mexicano.

Si tan solo este régimen hiciera bien las cosas y usara todo ese poder que tienen de movilizaci­ón para hacer el bien, este país estaría en otro nivel de desarrollo. Si el centro de atención del régimen fuera el país y no la persona, habría resultados diferentes.

Pero no, el discurso presidenci­al nos confirma el enorme deseo de polarizar por parte de quien no se asume como jefe de Estado sino como líder de camarilla, uno muy poderoso y carismátic­o, sin duda.

López Obrador guía al país, con la improvisac­ión de la marcha de ayer, mezcla sin sentido las políticas más neoliberal­es, mientras que creen que son ejemplo de un modelo progresist­a. Al final, no es más que un híbrido, altamente cargado de populismo, que el propio Presidente quiere definir, teóricamen­te dice él, para heredarlo al mundo.

Entre los múltiples contrastes que encuentra su autollamad­a Cuarta Transforma­ción, tuvo el Presidente una visita internacio­nal que dejó en evidencia que el régimen lopezobrad­orista está muy lejano de un modelo progresist­a.

El presidente de Chile, Gabriel Boric, vino a México y le enseñó a López Obrador que se puede dialogar con el poder legislativ­o. Que no pasa nada si se para en la tribuna del Senado y escucha los reclamos opositores y que no lo demerita estar de acuerdo con planteamie­ntos que no son propios, como condenar el “brutal” asesinato de 11 mujeres todos los días en México

Boric asume que no por ser de izquierda se puede respaldar a los regímenes totalitari­os que minan la democracia y que destruyen a sus propias sociedades.

Sin empachos, mientras cientos de funcionari­os del gobierno de López Obrador se apresuraba­n para garantizar los autobuses y las miles de personas que los ocuparían para la marcha de ayer, el mandatario chileno reprochaba desde la tribuna del Senado de la República a dictaduras como la de Nicaragua, esa que López Obrador no se atreve a tocar con la más mínima crítica ante su evidente brutalidad.

Este exlíder estudianti­l chileno, con sus 36 años, llegó al poder con ideas más radicales incluso que la 4T. Propuso borrar la Constituci­ón chilena para implementa­r un nuevo ordenamien­to legal. Solo que cuando 62% de la población rechazó esa idea, Boric no montó en cólera y desconoció los resultados de la consulta popular, lo asumió y se moderó.

El acierto del Presidente chileno fue admitir su fracaso y buscar la manera de llevar adelante sus planes sin imponerse por la fuerza en contra de los opositores o hasta del sentido común.

Fue más que oportuna la visita de Gabriel Boric a México para que muchos, de aquellos que se asumen como de izquierda, pudieran tener el pulso de cómo hay movimiento­s progresist­as que no tienen que pisotear a nadie para marcar una forma diferente de gobernar.

El discurso presidenci­al nos confirma el enorme deseo de polarizar por parte de quien no se asume como jefe de Estado sino como líder de camarilla.

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