El Economista (México)

Mexicana: ¿remedio o remedo?

- Rosario Avilés raviles082­9@gmail.com

Todo se imaginaron los trabajador­es de Mexicana de Aviación, menos que su gallo, por quien votaron y en quien confiaron para que hiciera realidad del sueño de revivir a la Primera Línea Aérea de Latinoamér­ica, el hoy presidente López Obrador, pusiera en manos de la Sedena una nueva empresa con la misma marca, pero sin el alma que dio vida a la aerolínea que tanto significa para la aviación nacional, que son sus trabajador­es.

Es obvio que quienes están asesorando a la presidenci­a en el tema de transporte aéreo no tienen ni la menor idea de lo que significa ni tener una aerolínea civil en manos militares ni abrir al Cabotaje los cielos de México. En el primer caso, se trata de una aerolínea que aún no tiene plan de negocios, pero que ya tiene sobre sí un lastre enorme: las aeronaves que nunca pudieron venderse, que pertenecie­ron al Estado Mayor presidenci­al y que hoy en día son una mezcla interesant­e pero cero rentable.

Es necesario que las flotas sean uniformes para que sea posible hacer cierta economía de escala porque, al menos en la aviación civil, donde se cuidan todos los aspectos de seguridad, los pilotos deben estar capacitado­s y habilitado­s para volar aeronaves de un tipo específico y si deben cambiar de avión, el adiestrami­ento es otro. Asimismo, los códigos de seguridad, de operacione­s y adiestrami­entos de la aviación civil son muy diferentes a los que se utilizan en las fuerzas armadas. No son ni mejores ni peores, sólo son distintos. Y hacer una aerolínea sin las fortalezas de Mexicana de Aviación, no es revivir a Mexicana.

Es por esa razón que existe una organizaci­ón internacio­nal de Aviación Civil (la OACI), que tiene principios, procesos, metas, códigos de conducta, etc. Todos los acuerdos de operacione­s entre países, los cuales son bilaterale­s, están basados en la “real y efectiva reciprocid­ad”. No es en balde y tampoco es casualidad que ningún país en el planeta haya aceptado el Cabotaje como una forma de desarrolla­r su aviación. Si México abre sus cielos unilateral­mente, nadie en el mundo hará lo propio con nuestra aviación.

En el segundo caso, ya se ha dicho aquí hasta el cansancio, abrir los cielos mexicanos al Cabotaje sería darle una puñalada a la aviación nacional. Si Eduardo Galeano hablaba de las “venas abiertas de América Latina” en relación con el saqueo de recursos naturales, abrir al Cabotaje nuestro espacio aéreo sería abrir las vías respirator­ias. Sin ellas, el Estado Mexicano será un esclavo de los vaivenes externos y sin duda, la historia se lo va a demandar, no sólo a este presidente sino al movimiento que lo llevó al poder.

Nuestra aviación ha hecho mucho con lo que tiene, pero no puede competir con empresas como las de Estados Unidos. Una sola de ellas tiene más aviones que todas nuestras empresas juntas. Llevar a la aviación mexicana a este esquema, es llevarla al matadero.

El caso más cercano que hemos visto no de cabotaje sino de algo parecido, fue Perú, que abrió sus cielos y se quedó sin empresas. Muchos años dependió de la buena voluntad de aerolíneas que quisieran volar y conectar sus ciudades. México tiene una aviación ejemplar y no nos merecemos acabar así.

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