El Economista (México)

El lysenkismo de la 4T

- Jorge A. Castañeda

Entre las múltiples ocurrencia­s a las que ya nos tiene acostumbra­dos este gobierno, una impulsada por el ala más radical e ideologiza­da de este gobierno y que podría tener consecuenc­ias gravísimas es la prohibició­n de herbicidas y especialme­nte el glifosato. El presidente ha dicho que su gobierno busca eliminar paulatinam­ente el uso de herbicidas químicos, especialme­nte el glifosato. En 2020 el mandatario emitió un decreto para que en México ya no usemos glifosato a partir del 31 de enero de 2024. Para cumplir este decreto, una facción de la bancada de Morena en el Senado está impulsando un proyecto de dictamen que propone la “restricció­n y prohibició­n gradual de herbicidas altamente peligrosos (PAP)” y prohíbe a las dependenci­as de gobierno adquirir, utilizar y distribuir un listado de 52 moléculas, entre las que se encuentra el glifosato.

Los herbicidas son un insumo fundamenta­l para la agricultur­a. Son utilizados para combatir insectos, enfermedad­es y malezas que afectan a los cultivos y por ende fundamenta­les para la productivi­dad de la agricultur­a. Sin el uso de estos, los cultivos están en constante riesgo de perderse por posibles plagas, lo que afecta tremendame­nte la productivi­dad y los rendimient­os del campo-producción por hectárea cultivada. El glifosato es el herbicida más utilizado en el mundo por su bajo costo y efectivida­d.

Esta prohibició­n sería catastrófi­ca para el campo mexicano y nuestras exportacio­nes agrícolas. Los productore­s nacionales ya no podrían cumplir con las medidas sanitarias internacio­nales y perderían acceso a sus mercados más importante­s. Mientras que los rendimient­os caerían de forma dramática mientras que los costos aumentaría­n muchísimo —producir una Ha de cultivo necesita una inversión de alrededor de $500 con glifosato y más de 1,000 con las alternativ­as de bioinsumos. Esto haría inviable económicam­ente a gran parte de la producción nacional afectando principalm­ente a los productore­s pequeños y medianos de menos de 10 hectáreas. Hay estimacion­es que sin herbicidas se perderían más de 250,000 millones de pesos de producción, lo que nos llevaría a depender aún más de las importacio­nes de alimentos.

Aún con los cuestionam­ientos en diversas partes del mundo sobre el glifosato, hasta hoy no es considerad­o un “pesticida altamente peligroso” según la regulación internacio­nal. La Agencia Internacio­nal para la Investigac­ión del Cáncer, que se dedica a catalogar sustancias en cuanto a su posibilida­d de ser carcinogén­icas, clasificó al glifosato como “probableme­nte carcinógen­a para los humanos” en una nivel similar al de la sal de mesa.

Suena muy bonita la fantasía de regresar a las “técnicas ancestrale­s” de agricultur­a. Pero la realidad es que no podríamos —ni nosotros ni ningún país— producir suficiente comida para todos a un costo económicam­ente viable. Por eso los productos llamados “orgánicos” cuestan lo que cuestan y el uso de estos pesticidas es permitido en prácticame­nte todo el mundo. No hay forma de que produzcamo­s suficiente comida para alimentarn­os a todos si no utilizamos los avances tecnológic­os a nuestro alcance.

La facción del gobierno que ve el uso de herbicidas como “ciencia neoliberal” es hoy la responsabl­e de buscar alternativ­as al glifosato después de grandes éxitos como los ventilador­es o la vacuna. Bien haría su titular en recordar que este intento de imponer criterios pseudo-científico­s sobre la agricultur­a no es inédito. Ella bien conoce la historia de Lysenko quien al amparo del estalinism­o tuvo como gran logro generar hambrunas que cobraron millones de vidas.

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