El lysenkismo de la 4T
Entre las múltiples ocurrencias a las que ya nos tiene acostumbrados este gobierno, una impulsada por el ala más radical e ideologizada de este gobierno y que podría tener consecuencias gravísimas es la prohibición de herbicidas y especialmente el glifosato. El presidente ha dicho que su gobierno busca eliminar paulatinamente el uso de herbicidas químicos, especialmente el glifosato. En 2020 el mandatario emitió un decreto para que en México ya no usemos glifosato a partir del 31 de enero de 2024. Para cumplir este decreto, una facción de la bancada de Morena en el Senado está impulsando un proyecto de dictamen que propone la “restricción y prohibición gradual de herbicidas altamente peligrosos (PAP)” y prohíbe a las dependencias de gobierno adquirir, utilizar y distribuir un listado de 52 moléculas, entre las que se encuentra el glifosato.
Los herbicidas son un insumo fundamental para la agricultura. Son utilizados para combatir insectos, enfermedades y malezas que afectan a los cultivos y por ende fundamentales para la productividad de la agricultura. Sin el uso de estos, los cultivos están en constante riesgo de perderse por posibles plagas, lo que afecta tremendamente la productividad y los rendimientos del campo-producción por hectárea cultivada. El glifosato es el herbicida más utilizado en el mundo por su bajo costo y efectividad.
Esta prohibición sería catastrófica para el campo mexicano y nuestras exportaciones agrícolas. Los productores nacionales ya no podrían cumplir con las medidas sanitarias internacionales y perderían acceso a sus mercados más importantes. Mientras que los rendimientos caerían de forma dramática mientras que los costos aumentarían muchísimo —producir una Ha de cultivo necesita una inversión de alrededor de $500 con glifosato y más de 1,000 con las alternativas de bioinsumos. Esto haría inviable económicamente a gran parte de la producción nacional afectando principalmente a los productores pequeños y medianos de menos de 10 hectáreas. Hay estimaciones que sin herbicidas se perderían más de 250,000 millones de pesos de producción, lo que nos llevaría a depender aún más de las importaciones de alimentos.
Aún con los cuestionamientos en diversas partes del mundo sobre el glifosato, hasta hoy no es considerado un “pesticida altamente peligroso” según la regulación internacional. La Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer, que se dedica a catalogar sustancias en cuanto a su posibilidad de ser carcinogénicas, clasificó al glifosato como “probablemente carcinógena para los humanos” en una nivel similar al de la sal de mesa.
Suena muy bonita la fantasía de regresar a las “técnicas ancestrales” de agricultura. Pero la realidad es que no podríamos —ni nosotros ni ningún país— producir suficiente comida para todos a un costo económicamente viable. Por eso los productos llamados “orgánicos” cuestan lo que cuestan y el uso de estos pesticidas es permitido en prácticamente todo el mundo. No hay forma de que produzcamos suficiente comida para alimentarnos a todos si no utilizamos los avances tecnológicos a nuestro alcance.
La facción del gobierno que ve el uso de herbicidas como “ciencia neoliberal” es hoy la responsable de buscar alternativas al glifosato después de grandes éxitos como los ventiladores o la vacuna. Bien haría su titular en recordar que este intento de imponer criterios pseudo-científicos sobre la agricultura no es inédito. Ella bien conoce la historia de Lysenko quien al amparo del estalinismo tuvo como gran logro generar hambrunas que cobraron millones de vidas.