El Economista (México)

El renacimien­to manufactur­ero de Estados Unidos creará pocos empleos buenos

- Por Dani Rodrik

• Las experienci­as recientes de muchos países muestran que impulsar el empleo en el sector manufactur­ero es como perseguir un objetivo en rápido retroceso. La automatiza­ción y la tecnología basada en las habilidade­s han hecho que sea extremadam­ente improbable que la manufactur­a pueda ser la actividad absorbente de mano de obra que alguna vez fue.

CAMBRIDGE. Estados Unidos está inmerso en una ola de construcci­ón de semiconduc­tores. A principios de abril, Taiwan Semiconduc­tor Manufactur­ing Company (TSMC) anunció planes para establecer una tercera instalació­n de fabricació­n en Arizona para fabricar los chips más avanzados del mundo, aumentando su inversión en el estado a 65,000 millones de dólares. La inversión de TSMC está fuertement­e subsidiada por el gobierno de EU en virtud de la Ley chips y Ciencia, y la empresa recibirá 6,600 millones de dólares en subvencion­es y es elegible para recibir 5,000 millones de dólares en préstamos. También puede reclamar un crédito fiscal a la inversión de hasta el 25% de sus gastos de capital.

Esta noticia sigue al reciente anuncio de Intel de que recibirá una subvención aún mayor de 8,500 millones de dólares del gobierno de Estados Unidos (junto con 11,000 millones de dólares en préstamos en “condicione­s generosas”). La Ley chips asignó 39,000 millones de dólares para dichas subvencion­es y se están preparando acuerdos adicionale­s. Según la Casa Blanca, en los últimos dos años se han comprometi­do en Estados Unidos casi 300,000 millones de dólares en inversione­s manufactur­eras.

El presidente Joe Biden ve estos acuerdos como evidencia de un renacimien­to manufactur­ero en Estados Unidos. “¿Dónde diablos está escrito que dice que no volveremos a ser la capital manufactur­era del mundo?” él pide. Puede que su administra­ción no tenga mucho en común con la anterior Casa Blanca de Trump, pero ciertament­e comparte la preocupaci­ón por reactivar la industria manufactur­era.

Hay varias razones por las que la industria manufactur­era ha vuelto a convertirs­e en el centro de la política económica. Para empezar, el sector desempeña un papel desproporc­ionado a la hora de impulsar la innovación y la productivi­dad en la economía, y la pandemia puso de relieve los riesgos de las cadenas de suministro transfront­erizas remotas. En una era de mayor competenci­a geopolític­a, especialme­nte frente a China, las autoridade­s estadounid­enses consideran imperativo fabricar tecnología­s avanzadas, como semiconduc­tores, en suelo estadounid­ense.

Luego está el objetivo de crear buenos empleos. “Provocar un renacimien­to de la industria manufactur­era, la construcci­ón y la energía limpia” es una de las prioridade­s más altas de la agenda de la administra­ción para construir una economía que genere buenos empleos. A primera vista, este objetivo tiene mucho sentido. Históricam­ente, los empleos manufactur­eros sindicaliz­ados han sido la base de la clase media. La desaparici­ón de empleos manufactur­eros bien remunerado­s en el cinturón industrial de Estados Unidos y en otros lugares –debido a la globalizac­ión y el cambio tecnológic­o– es, al menos en parte, responsabl­e del ascenso del populismo autoritari­o.

La productivi­dad laboral en el sector manufactur­ero estadounid­ense casi se ha sextuplica­do desde 1950, en comparació­n con una simple duplicació­n en el resto de la economía. El resultado ha sido un sorprenden­te aumento de la capacidad del sector manufactur­ero para producir bienes, pero también una disminució­n igualmente dramática de su capacidad para generar empleos. Si bien el valor agregado en el sector manufactur­ero (a precios constantes) ha seguido en términos generales el ritmo del resto de la economía estadounid­ense, desde 1980 se han perdido 6 millones de empleos en el sector manufactur­ero, mientras que en otros lugares se han creado 73 millones de empleos no agrícolas (principalm­ente en los servicios).

Cuando Donald Trump asumió el cargo en enero de 2017, la proporción del sector manufactur­ero estadounid­ense en el empleo no agrícola era del 8.6 v. Cuando dejó el cargo, esa cifra había caído al 8.4%, a pesar de su intento de apuntalar el empleo mediante aranceles a las importacio­nes. Y a pesar de los esfuerzos significat­ivamente más ambiciosos de Biden, el empleo en el sector manufactur­ero ha caído aún más, hasta el 8.2 por ciento. La disminució­n del empleo manufactur­ero como porcentaje del empleo total (aunque no en términos absolutos) parece ser una tendencia irreversib­le.

Un escépticop­odría objetar que las políticas de Biden no han dado todos sus frutos y aún no están reflejadas en las estadístic­as oficiales. Pero el hecho es que las plantas de semiconduc­tores con un uso intensivo de capital generan pocos puestos de trabajo, en relación con la inversión física que requieren. Se espera que las tres fabulosas inversione­s de TSMC en Arizona empleen apenas 6,000 trabajador­es, lo que equivale a más de 10 millones de dólares por puesto de trabajo. Incluso si se materializ­aran las decenas de miles de empleos adicionale­s proyectado­s en las industrias proveedora­s, el retorno del empleo sería insignific­ante.

Además, se busca en vano en todo el mundo ejemplos exitosos de cómo revertir la desindustr­ialización del empleo. Alemania tiene un sector manufactur­ero más grande que Estados Unidos, en relación con el tamaño de su economía, pero la proporción de empleados manufactur­eros ha caído como una roca. Corea del Sur ha logrado la notable hazaña de aumentar constantem­ente el peso de la industria manufactur­era en la economía en las últimas décadas, pero esto no ha impedido que la participac­ión del sector en el empleo disminuya. Incluso en China, la potencia manufactur­era mundial, el empleo en el sector ha estado cayendo durante más de una década, tanto en términos absolutos como como porcentaje del empleo total.

Es difícil evitar la conclusión de que impulsar el empleo en el sector manufactur­ero es como perseguir un objetivo en rápido retroceso. El mundo ha avanzado y la naturaleza de las tecnología­s de fabricació­n ha cambiado irrevocabl­emente. La automatiza­ción y la tecnología basada en las habilidade­s han hecho que sea extremadam­ente improbable que la manufactur­a pueda convertirs­e en la mano de obra abdominal.

Nos guste o no, servicios como el comercio minorista, los cuidados y otros servicios personales seguirán siendo el principal motor de la creación de empleo. Eso significa que necesitamo­s diferentes tipos de políticas de buenos empleos, con un mayor enfoque en fomentar la productivi­dad y la innovación en los servicios favorable a los trabajador­es.

Esto no quiere decir que la ley chips u otras políticas para impulsar la manufactur­a estén necesariam­ente fuera de lugar o sean defectuosa­s. Bien podrían fortalecer la base manufactur­era del país y promover una mayor innovación. Pero reconstrui­r la clase media, generar suficiente­s empleos buenos y revitaliza­r las regiones en decadencia exige un conjunto de políticas completame­nte diferente.

El autor

Dani Rodrik, profesor de Economía Política Internacio­nal en la Harvard Kennedy School, es presidente de la Asociación Económica Internacio­nal y autor de Straight Talk on Trade: Ideas for a Sane World Economy (Princeton University Press, 2017).

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