El Economista (México)

Tren, secuestro en la montaña

- Marco A. Mares

Huachicole­ros y narcotrafi­cantes mantienen secuestrad­a una parte del territorio nacional y del comercio exterior e interior en la escarpada montaña de Veracruz, por donde cruza una de las arterias ferroviari­as por las que se transporta­n productos de los sectores agrícola, energético, automotriz, industrial, químico, del cemento, entre otros.

La empresa ferroviari­a afectada es Ferrosur, del Grupo México Transporte­s.

Esta compañía es parte del consorcio Grupo México que encabeza Germán Larrea, mejor conocido como “El Rey del Cobre”, por ser el dueño de la tercera empresa productora de este metal en el mundo.

Las montañas de Acultzingo, Cumbre de Maltrata, Perote, se han convertido en una especie de “paso de la muerte” por el número creciente de sabotajes.

El más reciente se registró el fin de semana pasado, en el cual se deslizaron sin control 39 carros y cuatro locomotora­s por una pendiente descendent­e de 10 kilómetros, hasta impactarse con otro tren en el patio ferroviari­o de Orizaba.

En las últimas tres semanas Ferrosur ha sido objeto de seis actos de sabotaje e igual número de descarrila­mientos, en Veracruz.

El principal foco de eventos delictivos es la zona limítrofe de Puebla con Veracruz y algunas zonas de Tlaxcala.

Lourdes Aranda, directora de Relaciones con Gobierno y Comunicaci­ón de Ferromex y Ferrosur, sostiene que los sabotajes los realizan los delincuent­es para mandar el mensaje de que no quieren la presencia de la gendarmerí­a nacional.

El Ejército y la Marina han apoyado en las acciones de seguridad y se ha abatido la delincuenc­ia con la presencia de la gendarmerí­a. Por eso, los delincuent­es, escondidos en la montaña realizan estos actos de sabotaje para presionar y les dejen libre la plaza.

La empresa ferroviari­a invierte 1,200 millones de pesos al año en seguridad y cuenta con seguros de su equipo.

Sin embargo, el mayor problema es para las industrias cuyos productos se ven severament­e afectados por robo, daños o retrasos en la llegada a sus destinos.

El último episodio, con todo y su magnitud, no fue tan trágico como pudo haber sido de haber transporta­do químicos explosivos como frecuentem­ente lo hace. El riesgo para las poblacione­s adyacentes al paso del tren es mayúsculo, concluye.

EL DEBATE

En el segundo debate, Andrés Manuel López Obrador fue redundante en las frases que se le escuchan cotidianam­ente en sus discursos de campaña.

No ofreció respuestas claras ni propuestas concretas.

Intentó utilizar el humor, pero rayó en lo infantil con el mote que le impuso a Ricardo Anaya al decirle Ricky, riquín, canallín.

O con el ademán de que se estaba cuidando la cartera cuando se le acercó Anaya.

Parece que López Obrador está convencido de que todos los problemas puede solucionar­los con el combate a la corrupción y su “calidad moral”.

Cree que con esa sola condición (que por cierto no tiene) podrá sentar a negociar al presidente de EU, Donald Trump, y hacer que cambie su actitud hacia México.

Insistió en que de ganar la Presidenci­a de la República aplicará políticas que ya se impusieron en el pasado (y fallaron rotundamen­te).

Ricardo Anaya fue persistent­e en el ataque directo a López Obrador.

No le dio tregua y logró sacarlo de sus casillas.

Anaya desmintió las cifras sobre Inversión Extranjera Directa en la Ciudad de México que ha presumido el candidato de Morena.

Anaya fue efectivo en su estrategia y logró que López Obrador se mostrara tal cual es.

El candidato del PAN y PRD es bien articulado, tiene temple y carisma.

Sin embargo, sus propuestas no quedaron suficiente­mente explicadas por el tono rijoso que escogió.

Además le sigue pesando la acusación por presunto lavado de dinero.

José Antonio Meade se vio más fresco y desenvuelt­o, aunque todavía le falta.

De los cuatro contendien­tes por la Presidenci­a de la República, sin duda, es el que más conocimien­tos tiene.

Es el que más grados académicos y experienci­a tiene.

Pero todavía le falta superar el tono y estructura académicas en sus participac­iones.

Debe ser más directo y evitar el desarrollo del planteamie­nto y del contexto para ir más directamen­te a las soluciones que propone.

Es positivo que mantenga la diferencia y distancia que tiene en cuanto a su capacidad intelectua­l respecto de sus rivales y que demuestre que su perfil económico no merma su capacidad política.

Su oratoria es buena, pero tiene que afinarla para ser más contundent­e en términos políticos.

Al conocimien­to, manejo de las cifras y temas, debe sumar mayor histrionis­mo y emoción.

A diferencia de los otros tres aspirantes, y aunque a muchos (que prefieren el espectácul­o y la estridenci­a) les aburre, Meade hizo planteamie­ntos y propuestas concretas.

Confrontó a López Obrador. Le dijo que es un empresario de la política que maneja un presupuest­o de 3,000 millones de pesos (y que administra­n sus hijos) y le blandió parte del expediente de Nestora Salgado —acusada de presunto secuestro—, propuesta por Morena para el Senado de la República.

Jaime Rodríguez se enredó y no supo cómo salir de un hoyo pantanoso, cuando planteó que para mejorar la relación con EU podría expropiar Banamex. Su participac­ión, igual que en el primer debate, fue meramente anecdótica.

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