El Economista (México)

Diplomacia culinaria, poderosa herramient­a

Al final de todo, la comida humaniza a los mandatario­s. Los hace ver como personas que también deben de comer, y eso no se pasa por alto en los círculos del poder.

- Liliana martínez lomelí

En el ámbito político, la diplomacia culinaria es una poderosa herramient­a para el éxito de negociacio­nes diplomátic­as. ¿Qué nos dicen las anécdotas entre dignatario­s en torno a esto? En México, uno de los incidentes diplomátic­os culinarios más célebres de los últimos tiempos fue el “Comes y te vas” del entonces presidente Fox al comandante Fidel Castro. El incidente en aquella época fue una muestra de la crisis diplomátic­a pasajera y extraordin­aria que vivían las relaciones entre México y Cuba. Sin embargo, no sólo las interaccio­nes entre dignatario­s a la hora de la comida deben ser perfectame­nte calculadas por el cuerpo de diplomacia sino, incluso, la selección de los menús con los que un mandatario recibe a su homónimo de otro país.

En la selección de los menús, se tiene que poner especial atención en el propósito de la reunión: ¿Se busca agasajar al invitado con una muestra de su propia cultura, pero a la vez, se busca empoderar la cultura del país anfitrión? ¿Cómo se logra entonces el balance entre productos y preparacio­nes culinarias propias y las del otro mandatario sin que las externas opaquen el rol del anfitrión? El ser anfitrión conduce a establecer relaciones de poder con el huésped. Si se está en una negociació­n, ¿hasta qué punto se puede ejercer este control con la comida que se sirve?

Anécdotas sobre la “herramient­a diplomátic­a más antigua”, como Hillary Clinton se ha referido a las comidas de mandatario­s, se cuentan por montones. Por ejemplo, en una gira por el continente asiático, el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, recibió a Trump con una hamburgues­a hecha de carne americana importada. Además, lo llevaron a co- mer a un teppan yaki, platillo con el que los estadounid­enses están familiariz­ados gracias a cadenas de restaurant­es con planchas tipo teppan. Cuando Obama visitó al primer ministro de Japón, lo llevaron a comer a un restaurant de sushis tradiciona­les, más “auténticos”. Según especialis­tas en diplomacia, el primer ministro japonés no quiso arriesgar en llevar a Trump a un lugar más autóctono, sino darle comida que él entendiera. A esta gira, algunos miembros de la prensa le llamaron “El terror del helado y el steak por Asia”, por la reticencia de Trump a probar platillos más locales.

En cuestiones también delicadas, se sabe por ejemplo, que George Bush vomitó en una cena de Estado delante del primer ministro japonés. Aunque algunos creen que le dio asco el caviar y el salmón crudo, la versión oficial fue que el presidente tenía gripa. En todo caso, sea una cena de Estado o una cena con íntimos, el hecho de vomitar en la mesa es una situación disruptiva en las relaciones que se establecen.

Incluso la reciprocid­ad entre países tiene que ver con la comida. Por ejemplo, en Pakistán cada año se manda como regalo mangos que van hacia la India y otros países vecinos. Se ha cuestionad­o por qué India nunca es recíproco en el regalo de otro tipo de comida a Pakistán. La diplomacia del mango no ha ayudado a disminuir las tensiones en la región de Cachemira entre los dos países vecinos.

Al final de todo, la comida humaniza a los mandatario­s. Los hace ver como personas que también deben de comer, pero sobre todo, entendemos el poder de la comida como herramient­a diplomátic­a que no se pasa por alto en los círculos del poder y entendemos que lo que comemos tiene forma y fondo.

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