Grabaciones que matan
En México se graba para no olvidar. Se graba por razones de amistad, de amor y de alegría. Así, algunos grabamos el nacimiento de nuestros hijos, otros más las celebraciones personales y familiares, o bien aquello que queremos conservar para traerlo a nuestras vidas cuando la nostalgia o el ánimo de recuperar buenos momentos así nos lo requiera.
Pero también se graba para destruir. Se graba a los considerados enemigos, adversarios, contrincantes. Las grabaciones que abundan particularmente en las campañas políticas se han convertido en una práctica tan común como ilegal. Aquí violar la ley resulta lo de menos. Lo importante es “cachar” una conversación que pueda ser instrumento para aniquilar o al menos desprestigiar y restar puntos al de enfrente. Si para ello hay que editar, pues que se edite. Mientras el mercado se alimente de aquellos que graban para destruir y de quienes publican y hacen posible estas filtraciones con total impunidad, podemos estar seguros de que a esta hora muchas grabadoras están haciendo lo propio en diversos rincones del país. Se comenta ya casi con naturalidad que hay asuntos que sólo pueden decirse en persona porque seguro “nos están grabando”, porque “hay pájaros en el alambre”, porque ya no tenemos medios seguros para decir lo que sentimos, lo que sabemos o lo que queremos.
Estas grabaciones juegan contra la confianza y la fortaleza institucional, juegan contra la democracia y el ejercicio de las libertades.
También se graba para sobornar, extorsionar y/o amenazar.
Se graba para denunciar, para hacer públicos actos que indignan y generan hartazgo. Así nos hemos enterado de los llamados lords y ladies que muestran ese rostro de prepotencia, discriminación, clasismo y un gran déficit de cultura de legalidad. A ratos creo que en muchos de nuestros actos o pensamientos hay un lord o lady que llevamos dentro.
También hay grabaciones que matan y tienen que ver con una nueva manera de vivir. Para millones de jóvenes la vida sólo tiene sentido con su celular en la mano o simplemente no hay vida. Es para muchos de ellos un órgano tan indispensable como su corazón o el aire que respiran. Graban todo aquello que les atrae, incluidas las fiestas, los antros, sus viajes. Suben fotos y grabaciones a la nube como olvidando o queriendo ignorar que alguien más los verá. Hay quienes graban momentos íntimos porque simple y sencillamente así lo decidieron. Sé de casos en que una apasionada novia envía fotos desnuda a su supuesto leal novio, y más tarda la consabida enamorada en darle send, que el receptor en presumirlas y mostrarlas como un trofeo de caza.
El caso de la joven italiana que en días pasados se suicidó tras un terrible acoso en las redes sociales por un video difundido por su expareja, no obstante que esta joven había ganado un juicio para que dichas grabaciones fueran retiradas, pagando por ello 20 mil euros. Las burlas e insultos se multiplicaron, desde la impresión de camisetas, hasta memes y comentarios ofensivos en barras de televisión, entre muchas otras acciones que la acosaron sin consideración alguna.
Recientemente se abrió un juicio en contra de Dahrun Ravi, bajo el cargo de acoso homófobo, al haber grabado a su compañero de habitación Tyler Clementi, que era homosexual. Muy pocos días después de que Dahrun Ravi difundiera la grabación, Tyler se suicidó.
Los suicidios de estos jóvenes, y de muchos más que se han encontrado en circunstancias similares, ponen al descubierto que los ataques y burlas superan ya a las propias redes sociales. Debemos cuestionarnos qué está sucediendo en nuestra sociedad para arrinconar a una persona hasta llevarla a tomar la decisión de quitarse la vida. Y a la vez, estos dolorosos casos deben hacer reflexionar a jóvenes y adultos sobre las consecuencias de subir y compartir en esa nube, en esa inmensa ventana global, aquello que puede terminar por lastimar y provocar un enorme sufrimiento.
Y la pregunta queda en el aire, grabar ¿para qué?, para la vida; para destruir; para denunciar; para matar. No es una pregunta menor.