Diplomacia privada en la era Trump
Uno de los aspectos de la vida político-económica del México actual es la poca cohesión existente en el sector privado, por la falta de acuerdos para operar frente a amenazas, o para obtener resultados comunes en el mercado internacional. Algunos empresarios me señalan este déficit con preocupación. Es habitual que se le pida al Poder Ejecutivo que resuelva todo.
Recuerdo ahora la existencia de líderes del sector privado que en el pasado no muy remoto y de manera activa y visible, aglutinaban y cohesionaban voluntades empresariales para promover o defender a México al lado del gobierno.
Un ejemplo de esos líderes morales, y a quien vi en acción, fue Juan Sánchez Navarro. Él tenía prosapia y un gran peso intelectual y político entre sus pares. Hay varios ejemplos de cómo se conseguían resultados uniendo sector público y privado. Uno de ellos fue la negociación del TLCAN, donde el sector privado fue actor central en las discusiones con sus contrapartes de Estados Unidos y Canadá. Empleaban despachos, hacían cabildeo y financiaban acciones para promocionar las capacidades de la empresa privada y los trabajadores mexicanos.
En aquellos años, fue igualmente importante la participación de las empresas en el Mexican Investment Board, un bloque de negociación y relaciones públicas con legisladores y empresarios de Estados Unidos. Ambos, sector público y privado, financiaron y nutrieron de inteligencia esa plataforma.
¿A qué viene esta historia? A que veo con preocupación la inexistencia de algo que se parezca a aquel Mexican Investment Board, y a que México carece de una fuerza de cabildeo (como tienen otras naciones) y, peor aún, que ante situaciones conflictivas como la embestida de Donald Trump contra el país y sus negocios, se critica y se pide al Poder Ejecutivo que tome acción, cuando la reacción debiera ser conjunta y monolítica.
En mis 18 años en Washington, la acción coordinada del sector privado mexicano para cabildear, comparada con otras naciones, se redujo a algo muy parecido a estas cuatro letras: cero.
Tal vez es necesario que el sector privado vuelva a trazar, junto al público, una estrategia de competitividad para los próximos años. Digamos, un México 2040, un plan de desarrollo y posicionamiento global, que demuestre que el país tiene capacidades que no han sido suficientemente promocionadas o validadas. Hay margen para que emerjan nuevos líderes cohesionadores como Juan Sánchez Navarro, capaces de analizar en la misma mesa, junto con el sector público y privado, las luces y sombras, y llegar a acuerdos que se puedan potenciar de manera mutua.
Pareciera que los actores actuales no tienen en cuenta el modo en que caminan los asuntos públicos y privados en Washington. Posicionar a México en el extranjero, o solo en Estados Unidos, demanda más que pedir al Poder Ejecutivo que intervenga. Implica tener representación privada en Washington para negociar, y esa representación debe ser un canal abierto permanente que acompañe a la diplomacia del Estado. Implica tener también capacidades locales, con negociadores y cabilderos que defiendan, en el terreno, las necesidades de la empresa privada y de los ciudadanos mexicanos. Las negociaciones superestructurales no resuelven todo, en muchas ocasiones no resuelven mucho. Es la diplomacia del detalle la que también importa, y mucho.
En México parecemos demasiado a menudo enojados con la idea del presidente emperador, pero al mismo tiempo le pedimos que resuelva todo. Son precisos liderazgos sociales más activos, y el sector privado tiene mucho con que ejercitarlos.
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Esta columna reaparecerá el 9 de enero de 2017. ¡Felices Fiestas!