¿EL DIABLO HAMUERTO?
En la Edad Media, cuando se sentía el Juicio Final más cerca que nunca, la gente creía ver a Satán en las calles, con patas de cabra y senos de mujer. En el Renacimiento, Francisco de Quevedo convirtió al Maligno en un personaje bufonesco. Dos siglos después, Goethe lo representó a través de Mefistófeles, un hombre elegante que prometía sabiduría eterna y el amor femenino. En el siglo XX aterrizó en la vida cotidiana: más de 11 millones de personas murieron en los campos de concentración nazis. Poco antes de morir, Norman Mailer dijo: “Hitler era una marioneta satánica, histérica, vanidosa y muy débil. ¡Fue elegido y reclutado por el Diablo!”.
Hoy, coinciden los expertos, el Demonio ha dejado de encarnarse en personajes específicos; el mal -reflexiona el antropólogo y presidente de la Sociedad para el Estudio de las Religiones, Elio Masferrer Kan-, se encuentra en la cotidianidad: en los empresarios ambiciosos que pagan sueldos miserables o en la indiferencia hacia el sufrimiento ajeno. También en las mentiras de los políticos, en los funcionarios que encubren crímenes, en los sicarios que descuartizan cuerpos o en los terroristas que se explotan en plazas públicas, complementa el poeta Javier Sicilia.
“El mal hoy funciona de manera sistemática. Donald Trump no es la maldad como tal: es la expresión de un sistema de odio que ya llevaba ahí muchos años: el del racismo en Estados Unidos”, sostiene el ex líder del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad.
En La trágica historia del doctor Fausto (1604), Christopher Marlowe se refiere al Infierno como un lugar sin límites que está en la Tierra.
Como Hannah Arendt, Masferrer considera que el mal hoy es tan normal que ha caído en banalidad.