El Financiero

Las razones de la Carstensiñ­a

- SALVADOR CAMARENA

El CEO de una empresa editorial solía decir que cuando un valioso trabajador renuncia, la pregunta que toda la organizaci­ón debe hacerse no es “por qué se va”, sino “por qué no se queda”.

La inopinada renuncia del gobernador del Banco de México Agustín Carstens, que aceptó una importante posición en el Banco de Pagos Internacio­nales, obliga a los mexicanos a hacerse un cuestionam­iento similar.

Desde luego que hay un aspecto personal, difícil de escrutar, en los resortes que habrían movido a Carstens para botar el barco.

Pero en el ámbito no privado hay elementos que explicaría­n por qué no se queda a concluir su periodo (que cerraba en 2021), y sobre todo por qué no se mantiene en el puesto cuando se avecina un reto monumental, cuando ya se empiezan a sentir los efectos de lo que él mismo anticipó en septiembre: que Trump serían un huracán para la economía mexicana.

Cualquiera podría argumentar que Carstens, un funcionari­o con décadas de experienci­a (ingresó al Banco de México en 1980) y dueño de una reputación global, incurre en deslealtad a su país al renunciar en un momento crítico.

Salvo que todo en el ambiente haga pensar a Carstens que aquí no lo quieren, o que no puede hacer gran cosa o que ni siquiera sabe a qué atenerse.

Porque Carstens abandona en plena tormenta un barco cuyo capitán ha desdeñado todo tipo de llamados para que defina un rumbo de acción. Uno que no sea el de la inercia y un vacuo optimismo.

Diversos analistas han reseñado en los últimos días las diferencia­s que Carstens ha tenido con la administra­ción Peña (por cierto, ya deberíamos dejar de nombrar a este gobierno “administra­ción”, hace ya varias crisis que no administra­n ni el spin). Además de eso, que algunos de plano llaman injerencia de Videgaray-meade en las decisiones del Bdem, si ustedes fueran Carstens, si en el extranjero los apreciaran, si aquí los presionan, y encima no saben a dónde va el gobierno, ¿no tomarían ese trabajo?

El problema es que un funcionari­o tan preparado y capaz no encontró motivos para quedarse.

Vayan ustedes a saber si es que no cree que sea gobernable el efecto Trump sobre una economía que en los últimos cuatro años se sobreendeu­dó (ver esto de febrero http://bit.ly/1xv7vec); vayan ustedes a saber si Carstens no está alarmado, como dicen que lo están los titulares de las Fuerzas Armadas, con el nivel de corrupción visto en los gobiernos estatales y en el federal; vayan ustedes a saber si Carstens no ha dedicado largas horas a pensar “bueno, ya ganó el proteccion­ista en jefe, ahora qué hacemos para aminorar la zozobra, cómo reforzamos puertas y ventanas contra el huracán”, para luego sumirse en la desazón al ver que el capitán del barco anda silbando odas al optimismo y en un modo business as usual. Vayan ustedes a saber… Lo que sí se sabe es que Carstens no se queda porque el Presidente de México o no quiso, o no pudo convencerl­o; o ambas: o no le interesaba o no se siente con la fuerza para convencer a nadie de que la batalla que habrá de darse requiere de los mejores mexicanos, y entre los más preparados sí está Carstens.

Y esa es la mala noticia. Un Presidente que no quiso/pudo retener a un gran cuadro.

No hace falta desearle suerte a Carstens, los que la vamos a necesitar somos nosotros, no él.

Adiós Agustín. Falta ver quién es el próximo que dice, yo así no juego, y aplica la Carstensiñ­a.

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