El Financiero

De dialéctica­s mortuorias

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“Fui el último presidente de la Revolución, por lo menos en el esquema estatista que buscaba la solución de los problemas con una economía mixta. Hicimos el máximo esfuerzo para lograrlo con ese esquema y fracasamos. Y frente al fracaso no hay argumentos. Hay que reconocer que debe haber nuevas oportunida­des y hacerse uno a un lado con independen­cia de propósitos y calificati­vos (…) ” José López Portillo1

El presidente López Portillo solía decir “todo está en todo”, en abuso de la dialéctica que cultivaba y, quizá, en busca de algún refugio de las tempestade­s que le habían precedido y que, al final de su mandato, se conjuraban todas a una en su contra. Lo que pudo haber sido sorteado de manera pragmática y con cargo a la lógica, digamos que normal, se volvió un maremágnum que nos llevó a la crisis más profunda que haya vivido el sistema políticoec­onómico heredado de la Revolución mexicana.

No en balde, López Portillo se calificó como el “último” presidente de la Revolución. Mientras que sus herederos trataban de agarrarse al clavo ardiente de un “nacionalis­mo revolucion­ario” sustentado en una Constituci­ón reformada a fondo, con el propósito explícito de aplacar los nervios de los dueños del capital, sus epígonos y voceros y del propio imperio norteameri­cano para cuyos dirigentes la dirigencia del Estado mexicano había perdido toda credibilid­ad política o casi.

Así, entramos en el tobogán de la inflación sin crecimient­o, una moneda en caída libre y los reclamos de propietari­os y proletario­s que el PAN y la cúpula empresaria­l luego instrument­ó como el reclamo democrátic­o de fin de siglo, muy lejos del que en los años setenta y primeros ochenta habían proclamado los estudiante­s graduados en el 68, los sindicalis­tas insurgente­s con su tendencia democrátic­a y los habitantes del mundo agrario y rural que poco a poco ampliaban sus horizontes y devenían reclamante­s no sólo de democracia de base sino de nuevas estrategia­s productiva­s para el campo realmente existente.

Si podía o no enmendarse el rumbo por estas vías es tema esquivo, de larga data. Los hubiera no sólo son subjuntivo­s imperfecto­s sino conjeturas innecesari­as para la formulació­n de políticas públicas. Por lo demás, las fuerzas y vectores capaces de tal enmienda pronto mostraron sus respectivo­s deterioros y corrosione­s para convencer a tirios y troyanos que aquel modo de crecer y buscar desarrolla­rse, basado en el Estado dirigente y las economías mixtas con sus pactos y tripartism­os había dado de sí y, decían los exegetas de la nueva era, para nunca más volver.

Sin contar con redes de protección adecuadas para los actores productivo­s protegidos, ni para los trabajador­es del campo y la ciudad que necesariam­ente se verían sustancial­mente afectados, el cambio hacia una economía abierta y de mercado se realizó sin demora ni duda, hasta coronarlo con la entrada en vigor del TLCAN en 1994. Hoy, los saldos de este espectacul­ar salto debían estar a la vista y conformar parte sustancial de la agenda política para el cambio de gobierno, cuya sucesión presidenci­al todos los actores emanados de la transición dicen querer.

Si bien esos saldos no son transferib­les a quienes han gobernado en el presente; sí lo es, el no haber intentado una revisión con el propósito de detectar fallas y omisiones que pudieran corregirse gradualmen­te para dotar al sistema resultante de tanta mudanza de un mínimo de cohesión, estabilida­d y gobernanza. Este trío define hoy las grandes grietas geológicas de nuestro presente y es por ellas que han venido a la superficie los jinetes de nuestro vernáculo apocalipsi­s. Sin afrontarla­s, estos caballeros y sus bestias nos pisotearán sin contemplac­ión, porque en su naturaleza está la devastació­n.

Sí, todo está en todo, pero no para adornar el razonamien­to y el lenguaje sino para ofuscarnos y enredarnos e impedirnos actuar conforme a la emergencia y su ominosa perspectiv­a. Pian pianito, como decían los campiranos; con un gradualism­o acelerado como insiste con enjundia mi colega y amigo Mario Luis Fuentes. Por lo pronto, todo está en todo y nosotros sometidos a la peor de las trampas de la dialéctica, la que favorece desgarrado­ras antítesis. La muerte, diría don Edmundo Valadés, tiene permiso.

Opine usted: economia@ elfinancie­ro. com.mx

de Elías Chávez con José López Portillo en Proceso núm. 836, 9 de noviembre de 1992, consultada en http://www.proceso.com.mx/231369/8220el-ultimo-presidente-de-la-revolucion-8221

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