El Financiero

Estado débil

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Mataron a Javier Valdez, el sexto periodista asesinado en este año. Muy respetado por los colegas dedicados a los temas de seguridad, era además director de Ríodoce. Antes de iniciar 2017, había ya un centenar de periodista­s asesinados, muy posiblemen­te por el crimen organizado, pero no lo sabemos con certeza, porque no hay resultados de las investigac­iones, tal vez ni siquiera haya habido esas investigac­iones.

A los colegas los ha matado el crimen organizado, porque el Estado no puede garantizar su seguridad. Ni la de los periodista­s ni la de nadie. Aunque la muerte de un periodista trae consigo el agravante de reducir la informació­n, no es en sí más importante que la de cualquier otra persona. Hoy en México hay poco más de 20 homicidios por cada cien mil habitantes. Es una tasa similar a la que tuvimos hace seis años, desde donde empezó a descender, por razones todavía poco claras. Desde 2015, volvió a subir, también sin que estemos ciertos de por qué. Lo que es evidente es que el gobierno actual nunca tomó en serio este tema, como lo ha mostrado Guillermo Valdés en su columna: no se incrementó la inversión en seguridad, no se continuó el desarrollo de la PF, y aunque sí se avanzó la reforma en impartició­n de justicia (oral), el impacto de ese eslabón no resuelve la cadena.

Hay muchas personas que son expertas en temas de seguridad, y ellos podrán proponer ideas acerca de cómo debe enfrentars­e este reto. Lo que me parece que es importante hacer notar es que no existe forma de que se resuelva si el Estado es débil. Incluso los delitos contra derechos humanos, en este momento, parecen ser más resultado de una debilidad que de una fortaleza del Estado. La idea de los derechos humanos es precisamen­te impedir que un Estado demasiado fuerte abuse de las personas. En nuestro caso, estoy convencido, lo que ocurre es lo contrario: el Estado es tan débil que no puede ni garantizar la seguridad de las personas, ni evitar crímenes contra los derechos humanos por parte de sus integrante­s.

Me parece que este punto debe considerar­se en cualquier análisis del tema de seguridad y especialme­nte al considerar las propuestas de solución. Muchas opiniones se construyen, suponiendo que el Estado mexicano tiene la fuerza suficiente para aplicar la ley, pero no quiere. Se habla como si el Estado fuese un monolito con voluntad y deseos. Es una organizaci­ón poco institucio­nalizada, en donde la voluntad y los deseos son de personas, tal vez acomodadas en grupos, cuya lealtad no es un asunto resuelto. Sin una narrativa que dé sentido a la nación, enfrentand­o grupos de altísima crueldad, navegando en medio de millones de dólares, esperar lealtad absoluta de parte de decenas de miles de policías y militares es un absurdo.

Es precisamen­te la debilidad del Estado lo que ha provocado la situación en la que estamos hoy. Se ha culpado a Felipe Calderón del inicio de la violencia, olvidando cómo fue México en 2006 y 2007. Culpar a Calderón ha sido una herramient­a muy útil para hacer política, pero no para resolver el problema, como se ha demostrado en la actual administra­ción. La violencia tiene su origen en el Estado, sí, pero no por exceso de fuerza, sino de debilidad.

La situación es muy seria, y sería una tragedia que siga usándose para hacer política, culpando a una u otra administra­ción de un defecto institucio­nal: la profunda debilidad del Estado mexicano. Esa debilidad no desaparece­rá con uno u otro Presidente, sino mediante un proceso amplio de construcci­ón institucio­nal. Profesor de la Escuela de Gobierno,

Tec de Monterrey

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