LEONARDO KOURCHENKO
Al inicio de esta administración, lo compartí en estas páginas, abrigué como tantos otros mexicanos, una auténtica esperanza de que venían tiempos buenos para México. En este mismo espacio aplaudí el Pacto por México al que comparé –también como muchos otros– con algunos elementos del histórico Pacto de la Moncloa, que dio origen a la democracia española después de la dictadura franquista. Felicité a algunos partidos políticos que mostraban inusitados signos de madurez al buscar una agenda progresista de avance para el país, haciendo a un lado sus propias agendas, o méritos, o disputas territoriales. Le escribí a colegas y compañeros en el extranjero acerca de las señales de crecimiento y desarrollo que aparecían en aquél –hoy distante– 2013 para México.
A poco más de cuatro años de distancia, respiro frustración y enojo por todas partes. Ciudadanía en franco rechazo de, prácticamente, todo: el gobierno y el presidente consumen buena cuota de ese enojo y rechazo, pero otra significativa se la llevan los partidos políticos –todos–, la clase gobernante en su conjunto, la práctica extendida y cínica de la corrupción que no distingue colores, niveles, rangos o trayectorias. La nueva generación de priistas resultó un desastre moral para el país. Pero qué me dice usted de la nueva generación panista, que a pesar de las promesas, no se distingue significativamente, de la primera. La debacle de la izquierda con un frente dividido como su propia historia y pasado, hoy a la deriva sin rumbo ideológico, que se debate entre el liderazgo carismático y el mesiánico. (¿Son lo mismo?)
No me gusta mi país porque ha perdido la esperanza en sí mismo. Porque le han arrebatado la convicción de su grandeza, de su vocación cultural, creativa, artística, generosa y de enorme solidaridad, hoy extraviada entre los combates partidistas, las despensas, los huesos, y la lucha por cargos y presupuestos.
No me gusta mi país porque ha sido incapaz de poner un alto total y definitivo a la impunidad. El sistema de justicia es la vaga sombra de una aspiración jurídica de elevada altura en los libros y los tomos de pasta gruesa y dorada, pero inexistente, corrupto, extorsionador en las ventanillas y los ministerios públicos.
No me gusta mi país porque reproduce un ejercicio parlamentario vacío, lleno de ritos pero carente de significado. Vemos a los muy “honorables” diputados y senadores acceder a la tribuna legislativa, para llenarse la boca con discursos grandilocuentes, al tiempo que buscan negocios, contratos, concesiones y comisiones por empujar o posicionar agendas e intereses.
No me gusta mi país porque ese H. Congreso cobra enormes dividendos en reparticiones presupuestales oscuras, carentes de transparencia, a espaldas de la ciudadanía que los eligió. ¿Cuánto cobraron de bono en diciembre del 2016? Nadie nos dice, ni revela el dato, no vaya a ser que se lastimen las aspiraciones políticas de los diputados en la nómina de sus gobernadores.
No me gusta mi país porque hace años que se trafica y contrabandea con combustibles robados a nuestra propia empresa nacional, y nadie hace nada. Directivos de Pemex obligadamente involucrados, permanecen a la sombra y la protección de sus escritorios y sus cargos. ¿Quiénes son? Nunca lo sabremos, porque no habrá autoridad independiente y vigorosa que los lleve ante la justicia. Bandas criminales recorren el país perforando ductos y construyendo un mercado que involucra ahora a comunidades enteras. “Si el petróleo es nuestro” gritan en plantones, bloqueos y emboscadas, “no para que se lo roben los políticos, mejor lo tomamos nosotros”.
No me gusta mi país porque crece la violencia por todos los rincones y se apropia de caminos, pueblos, ciudades y rincones. Se multiplican las zonas intransitables, donde roban, matan, secuestran o asesinan, aunque el señor secretario de Gobernación salga muy serio a decir que los operativos están en marcha. Con muy pobres resultados señor secretario, por cierto.
No me gusta mi país, porque se matan a más periodistas en México que en ningún otro rincón del planeta, incluido el Medio Oriente bajo el conflicto de Siria y la agresión intermitente del Estado Islámico. Una procuraduría especial, una defensoría especial y más órganos y presupuestos inútiles que no impiden o inhiben el asesinato de valientes informadores. ¿Cuántos de esos se deben al crimen organizado? ¿cuántos a la persecución política?
No me gusta mi país porque hemos sido incapaces como sociedad de presionar al Congreso a que emita la imprescindible Ley de Seguridad que urge a las fuerzas policíacas, federales, estatales, al ejemplar Ejército mexicano y a la muy distinguida Marina Armada de México. Nadie les hace caso, piden y demandan protección y marco jurídico, mejor aprueban leyes menores y secundarias.
Vendrán los balances de fin de sexenio, los avances de algunas reformas, la esperanza de que no sean derribadas por los que vengan. Pero quedará inexorablemente esta sensación de que se nos fue el tiempo, de que coleccionamos otra oportunidad perdida. No queda mucho tiempo.
Roban, matan, secuestran...
No me gusta mi país porque crece la violencia por todos los rincones y se apropia de caminos, pueblos, ciudades y rincones.
Crímenes a periodistas
No me gusta mi país, porque se matan a más periodistas en México que en ningún otro rincón del planeta, incluido el Medio Oriente.