El Financiero

El misterio dorado

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Uno de los fenómenos económicos más enigmático­s del presente siglo ha sido la evolución del precio del oro. El espectacul­ar ascenso y posterior mantenimie­nto en niveles elevados del costo de ese metal podrían estar reflejando la aparente situación de fragilidad de la economía mundial.

En particular, de 2001 a 2011, la cotización del oro subió de forma casi continua y más que se sextuplicó. Esta pujanza contrasta con la tendencia declinante que prevaleció a lo largo de las dos décadas previas.

Este incremento sólo es comparable, en términos proporcion­ales, al observado desde finales de 1976 hasta principios de 1980, el cual culminó en 674 dólares por onza. El valor mensual máximo en el periodo más cercano fue 1,781 dólares, que correspond­ió a septiembre de 2011.

En términos reales, este último precio fue inferior al de enero de 1980. Sin embargo, lo peculiar del auge reciente es que ha durado prácticame­nte todo el presente siglo. Ello contrasta con el episodio anterior que abarcó únicamente poco más de tres años.

En efecto, tras descender 35% de 2012 a 2015, el precio nominal del oro se recuperó 19% durante los siguientes 16 meses. En abril de 2017, la cotización de ese metal se ubicó en 1,267 dólares por onza, más del doble del promedio real de los últimos cien años.

¿Qué puede explicar este apogeo? Entre las posibles explicacio­nes de los aumentos súbitos en la demanda del oro que los economista­s han evaluado, destacan dos. La primera se relaciona con situacione­s de elevada y creciente inflación, la cual incrementa el atractivo de los metales preciosos como medio de protección contra la erosión del poder adquisitiv­o de la riqueza financiera.

La inusitada aceleració­n de la inflación en Estados Unidos y otros países a finales de los años setenta del siglo pasado podría haber contribuid­o al notable ascenso en el precio del oro durante ese período.

Empero, tal factor difícilmen­te podría ser la causa del reciente apetito por ese metal. En los últimos años, la inflación se ha mantenido relativame­nte baja en la mayor parte de las economías.

Además, es cierto que no pueden descartars­e riesgos de inflación como resultado de las políticas monetarias extraordin­ariamente laxas, mantenidas por largo tiempo en los países desarrolla­dos. Sin embargo, estas considerac­iones no parecen estar presentes en las expectativ­as de los especialis­tas ni en aquellas extraíbles de los instrument­os de mercado en esas economías.

Esta primera posible explicació­n merece dos anotacione­s adicionale­s. Por una parte, la protección que el oro ha brindado contra la inflación se ha limitado a períodos específico­s. Históricam­ente, su precio ha exhibido una gran volatilida­d y, por muchos años, ha experiment­ado caídas en términos reales.

De ahí que el oro no sea un refugio seguro contra la inflación. Para ello, existen instrument­os de cobertura como los TIPS en Estados Unidos y los Udibonos en México.

Por otra parte, y a diferencia de lo que con frecuencia se arguye, el oro tampoco asegura una protección contra fluctuacio­nes en el valor del dólar. La idea detrás de este supuesto es que, al estar cotizadas en dólares, una baja en el valor relativo de esta moneda incrementa la demanda por las materias primas y, en especial, del oro.

No obstante, la supuesta correlació­n negativa entre el valor del dólar y el precio del oro no es siempre evidente. De forma semejante, para propósitos de cobertura, es preferible recurrir

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