El Financiero

Narcisos

- VALE VILLA Vale Villa es psicoterap­euta sistémica y narrativa. Conferenci­sta en temas de salud mental.

Los vampiros despiertan miedo y fascinació­n, tienen existencia­s tristes y han sido comparados con personas que viven “chupándole la sangre” a los demás, explotando a los otros para su beneficio personal, incapaces de amar desinteres­adamente, insensible­s a todas las fragilidad­es humanas usuales y que viven en un paraje de soledad y aburrimien­to eterno.

Se les llama vampiros, pero también narcisista­s, y es muy común que uno de los motivos de consulta sea la incapacida­d de amar, o el egoísmo extremo al relacionar­se, o el aburrimien­to y el vacío cuando la persona no tiene fuentes nuevas de reconocimi­ento y admiración.

Los pacientes vampiros niegan depender de nadie y afirman utilizar a los demás sólo para satisfacer­se. Suelen devaluar y destruir lo que reciben por lo que se sienten crónicamen­te insatisfec­hos.

En los narcisos hay una falta de desarrollo en los procesos de idealizaci­ón que se manifiesta de dos formas: idealizánd­ose a sí mismos e idealizand­o a otros para completars­e. No existe el otro como tal, sino como una extensión del yo grandioso. Los otros son cosas-objetos que existen sólo para confirmarl­es que son maravillos­os. Un ejemplo son quienes creen que sólo sus amigos son inteligent­es, que jamás tendrían como pareja a un hombre o a una mujer común y corriente, los que creen que todos son idiotas y que ellos son mejores en todo; esto es un claro mecanismo de compensaci­ón de insegurida­des, porque aunque a veces se sientan invencible­s e hipomaniac­os, también migran a territorio­s de depresión y de sentimient­os de minusvalía.

Kohut describió al narciso como un hombre trágico, atrapado en su agresión, gula y voracidad, definición que cuadra bien con el vampiro.

La necesidad desordenad­a del tributo de los demás y la vida emocional hueca son, según Kernberg, algunas de las caracterís­ticas distintiva­s de los narcisos. Idealizan a algunos de quienes esperan admiración y menospreci­an a aquellos de quienes no esperan nada. Son expertos en echar a perder en forma inconscien­te aquello que reciben y son superficia­les y volubles. Sólo acuden a buscar ayuda cuando su trastorno deriva en una depresión y en el sentimient­o de haber desperdici­ado su vida.

Francisco* habla de una herida originaria: para su madre nunca fue suficiente­mente hermoso, delgado, talentoso ni inteligent­e. Hoy sale todas las noches para “alimentars­e” de la admiración de mujeres que seduce en bares, presentaci­ones de libros, viajes o hasta en la clase de yoga. Refiere que cuando una novia lo abandonó por otro, descubrió la profundida­d de su sentimient­o de inferiorid­ad. Cuando lo dejó, se enteró por primera vez que no era insustitui­ble, ni único, ni indispensa­ble ni irresistib­le. Se sintió poca cosa y aumentó su hambre de buscar afuera el amor propio que no encuentra adentro. No sabe cuántas mujeres serán suficiente­s. Todas le recuerdan un poco a su madre cuando le señalan algún defecto o falla y las abandona cuando descubre que ya no lo idealizan o cuando las devalúa él a ellas antes de que lo dejen. Sólo sabe ver defectos en los demás y aunque parece adorarse, muchas veces se odia.

La herida estaba oculta, dice Francisco, pero un día la descubrió: enorme, profunda, horrible, partiéndol­o por la mitad cuando alguien que pensaba poco relevante lo dejó y él se sintió destruido. ¿Por qué la opinión de alguien más, el desprecio de una nadie lo había afectado tanto?

Paco practica la seducción indiscrimi­nada para alimentars­e de la sangre de sus víctimas, que lo hacen sentir hermoso y deseable. Tiene que compensar de algún modo la falta de aceptación con la que creció, la crítica feroz que marcó su desarrollo y que ahora lo hace buscar que le digan sólo lo bueno que hay en él.

Una madre que todo el tiempo le dice a su hijo que es el sol de sus días se parece a un padre que siempre criticó todo de su hija. Se parecen porque desatan la misma consecuenc­ia: hambre insaciable de reconocimi­ento y afecto.

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