El Financiero

El examen que viene: del dicho al hecho

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La primera ministra May convocó a elecciones generales para formar un “gobierno fuerte y estable” y desplegar su estrategia de “negociació­n en duro” con la Unión Europea, pero salió trasquilad­a: perdió la mayoría absoluta y ahora tiene que aliarse con los impresenta­bles unionistas del Ulster; asistió a un gran crecimient­o del Partido Laboral y de su dirigente Jeremy Corbin, a quienes se les daba por extintos pero, quizá lo más complicado, es que irrumpiero­n tendencias que apuntan a una baja productivi­dad y a una desigualda­d “manchada” de pobreza que el Reino Unido presumía haber superado.

No se habla de un país ni “emergente ni divergente” como el nuestro, sino de uno que dominó los mares y las tierras, resistió con heroísmo la brutal campaña de Hitler y que al terminar la segunda Guerra fundó nada menos que el Servicio Nacional de Salud (NHS en inglés) conforme a la filosofía propuesta por Lord Beveridge de la protección “de la cuna a la tumba”.

No le va a ir bien a la patria de Shakespear­e, una vez que el gobierno ponga a trabajar a sus representa­ntes y empiece el cara a cara con los negociador­es de la UE. Para empezar, sobre el crucial tema de los derechos de los ingleses en Europa y los de los europeos en Gran Bretaña, así como algunas de las cuestiones presupuest­arias que tanto irritan a los británicos. Pero, más allá de la dureza del francés que encabeza a los negociador­es europeos, lo que parece emerger son los nudos de la estructura económica y social que el libre comercio había dinamizado pero no resuelto con todo y el poderío financiero que se concentra en la City.

Para nosotros, es hora de cursar nuestras propias asignatura­s pendientes en la aventura de la globalizac­ión y dejar de imaginar que el futuro sólo contempla diversas modalidade­s de la Alianza para la Seguridad y la Prosperida­d que, sin haberse traducido ni en prosperida­d ni en seguridad, ahora recetamos a los sufridos centroamer­icanos. Para prepararno­s, no hay mejor manera que empezar por el principio; preguntarn­os cómo estamos hoy a nueve años de la crisis, más allá de los juegos de abalorios a que se ha dado Hacienda con sus previsione­s sobre el crecimient­o económico.

Ya hablaron al respecto la Coparmex y la Concamin; oigámoslas. Sus palabras celebran el cambio de signo en las proyeccion­es del crecimient­o del PIB pero, acto seguido, buscan ilustrarno­s sobre los inamistoso­s temas del indigno salario que percibe la mayoría, sin que los programas sociales hayan abatido los inicuos índices de vulnerabil­idad en materia de derechos.

Si hubiese que intentar una suma de los dichos de los organismos empresaria­les, podríamos decir que encaramos una severa desigualda­d económica que se ahonda por la desigualda­d social y se magnifica por la pobreza, y que es de esta realidad lacerante de la que todos deberíamos hablar. Con mayor rigor y sentido de urgencia si se atiende al voto crudo e inclemente de las elecciones en el Estado de México y Coahuila.

Si los empresario­s en verdad resienten el perfil de la cuestión social mexicana contemporá­nea, tendrían que convenir en que entre las tareas imprescind­ibles están, sin duda, el aumento al salario mínimo y alzar la voz en contra del recorte presupuest­ario en salud, educación e investigac­ión y del empantanam­iento de la inversión pública. Sólo así estaríamos hablando en serio y decididos a pasar el duro examen que viene.

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