Rumbo al 18
Una vez concluidos los comicios estatales de este año, las baterías partidarias apuntan a la elección presidencial del 2108, donde el tema central será el de las alianzas entre bloques de poder que representan alternativas de cambio o permanencia, en medio de un desencanto por los resultados obtenidos a lo largo de los 20 años de alternancia política. El eje central de las próximas elecciones gira en torno al antipriismo diseminado a lo largo y ancho del país, y en donde los éxitos de las grandes reformas aprobadas e instrumentadas, se desvanecen ante la inmediatez de la corrupción, el abuso de poder y el repunte de la inseguridad en el país.
El triunfo del PRI en el Estado de México, aunque limitado y costoso en términos de votos y fuerza política real, le permite a los tricolores mantener la esperanza de una candidatura que pueda remontar el terreno perdido y revertir la tenel dencia de rechazo a su opción política. Sólo un candidato del PRI que rompa con su propia historia y tradición, que se desprenda de cualquier identificación con la actual administración y construya una imagen y proyecto propio, puede pensar en la posibilidad de triunfo. Volver a apostar, como en el Estado de México, a la ampliación de la coalición priista en combinación con una oposición fragmentada como receta para ganar, parece una opción suicida que lo puede llevar a perder todo en la elección del 18.
Para panistas y perredistas, el gran salto radica en la posibilidad de construir ese frente amplio cuya base sea la estructura de ambos partidos, para de ahí incorporar grandes sectores sociales dispuestos a impulsar un modelo alternativo basado en la seriedad, moderación y fortaleza de sus propuestas y candidaturas, para presentarse ante el electorado como una fuerza capaz de vencer al PRI, pero al mismo tiempo garantizar la continuidad de las políticas modernizadoras en todos los ámbitos, incluyendo la educación y el propio sector energético. Encontrar al candidato o candidata adecuado para encabezar este gigantesco desafío, y cuya figura sea aceptable para todas las partes, es el principal problema a resolver en los próximos meses.
La opción de López Obrador y Morena siguen adoleciendo del mismo defecto del 2006. El miedo, o más bien el terror que provocan las actitudes autoritarias e irresponsables de su dirigente y candidato. Mercados cambiarios que oscilan en terreno negativo cuando se percibe que puede ganar y que recuperan valor en el momento en que se garantiza su derrota. Mientras AMLO siga generando la percepción de que su triunfo implica el rechazo y modificación a las reformas ya puestas en marcha, y que su tentación por reconstruir el anacrónico nacionalismo revolucionario priista destruiría la estabilidad macroeconómica, la gran alianza de “todos contra Morena”, seguirá siendo la base de la campaña para el 2018.
Hoy, fuera de la fuerza residual del Partido del Trabajo, López Obrador sólo puede convocar a una parte del PRD que lo sigue viendo como opción, y que sería el único segmento adicional de su alianza para el 2018. La vieja estructura sindical del priismo corporativo que le juró lealtad no le sirve para la elección presidencial. Mientras su discurso y actitudes sigan difundiendo miedo, la posibilidad de atraer a esa parte de la ciudadanía que le puede dar triunfo se aleja como sucedió en 2006, 2012, y en este 2017.
La lucha de estrategias apenas empieza, y el juego de alianzas se convierte en el eje central de la contienda. Quien logre convocar a la mayor cantidad de sectores con intereses diferentes, pero cobijados bajo el denominador común de un candidato y un programa mínimo de gobierno, se podrá alzar como ganador de una contienda que se antoja será sumamente cerrada y violenta.