El Financiero

Segunda vuelta ciudadana: a la primera

- USO DE RAZÓN Opine usted: phiriart@elfinancie­ro.com.mx @Pablohiria­rt phl@enal.com.mx PABLO HIRIART

La segunda vuelta en la elección presidenci­al es indispensa­ble, pero con la obligatori­edad de formar gobiernos de coalición. Sólo así hay un horizonte de gobernabil­idad, pues la segunda vuelta en frío no garantiza nada.

En todo caso la discusión es ociosa, pues no hay tiempo para ninguna de las dos.

La Constituci­ón mandata que no se pueden hacer cambios a la legislació­n electoral 90 antes de iniciado el proceso (Artículo 105). Y ya estamos en ese periodo en que la carta magna prohíbe modificar las leyes en la materia.

Es astuto el planteamie­nto de cambiar la Constituci­ón para que lo permita, aunque un poco forzado y voluntaris­ta, al estilo Los relámpagos de agosto (Vamos a cambiar la Constituci­ón. ¿Por qué? Por improceden­te).

Sin embargo es eso lo que quiso proteger el constituye­nte: que no se modifiquen las leyes electorale­s al calor de unos comicios.

En todo caso el tema es polémico e interpreta­tivo, y si Morena logra que un tribunal eche abajo esa modificaci­ón, ya habrá vencido en esta elección presidenci­al ocho meses antes de que se realice.

Con el solo hecho de plantear la segunda vuelta para esta elección presidenci­al, López Obrador ya se hace la víctima y sus adherentes hablan de “un segundo desafuero”.

No importa, me dijo un precandida­to presidenci­al del PRI, que haga berrinche y agite en todo el país: peor para él.

El problema está en la discutible constituci­onalidad de la reforma por encontrarn­os en proceso electoral, que un tribunal puede rechazar, pues lleva dedicatori­a.

Sí procede que una vez concluido el proceso electoral se modifique la Constituci­ón para que haya segunda vuelta en la elección presidenci­al, con la obligatori­edad de formar gobiernos de coalición en caso de que nadie obtenga la mayoría en el Congreso (42 por ciento). A partir de la elección de 2024.

Vayamos a una reforma profunda, como la planteó Beltrones, y no a una sobre las rodillas que podría hacer presidente a López Obrador a consecuenc­ia de un fallido segundo desafuero.

A López hay que ganarle a la buena, como ha ocurrido hasta ahora. Y desde luego que se puede.

Este cambio constituci­onal se debió hacer hace varios meses atrás, sin torturar a la Constituci­ón. Pero en ninguno de los grandes partidos hubo el consenso interno suficiente como para acometer esta tarea.

Ni PRI ni PAN ni PRD empujaron con fuerza para el cambio constituci­onal que nos llevaría a la segunda vuelta con gobiernos de coalición, y ahora se muerden las uñas porque el ganador puede ser el abanderado del populismo autoritari­o.

El daño ya está hecho y no hay que hacerlo más grande.

Lo que procede, para esta elección, es hacer la segunda vuelta en la primera: votar con el cerebro y no con el corazón.

El candidato de las fuerzas liberales que vaya arriba en las encuestas debe ser el que capitalice el voto de rechazo a la regresión populista, estatista y opresora de libertades, que ya tiene su abanderado.

La palabra la tiene la ciudadanía, pues los partidos no quisieron la segunda vuelta con gobiernos de coalición para estos comicios presidenci­ales. Todos se pensaron ganadores en solitario.

Se equivocaro­n, y la segunda vuelta la deberá hacer el propio electorado, noqueando a la primera.

Y con plena conciencia de que ni así el perdedor va a aceptar el resultado. Ni en primera ni en segunda ni en quinta vuelta, porque no es demócrata. Pero no es lo mismo ganarle por medio punto que por ocho.

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