El Financiero

REQUIEM PARA UNA MANO

DEL CAMPO DE BATALLA A UN FRASCO DE FORMOL, DE RECUERDO EN UN BURDEL A RELIQUIA HISTÓRICA: LA EXTRAÑA AVENTURA DEL BRAZO DEL GENERAL ASESINADO EL 17 DE JULIO DE 1928

- ROSARIO REYES rreyes@elfinancie­ro.com.mx

Así como fue presidente de México dos veces, Álvaro Obregón perdió la mano derecha en dos ocasiones.

La primera fue el 3 de junio de 1915, durante una batalla en la Hacienda de Santa Ana del Conde, en León, Guanajuato, cuando lo alcanzó una granada y perdió la mitad del brazo. La segunda, cuando la extremidad, conservada en formol por el médico que lo atendió en combate, se extravió en una parranda.

“El general Francisco Serrano era uno de sus colaborado­res más cercanos y él cuenta que el frasco donde se conservaba la mano se lo robó una prostituta”, comparte el doctor Felipe Ávila, director general adjunto del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revolucion­es de México, INEHRM.

“De una manera un tanto incierta, la mano llega a Sinaloa, donde el propio médico que la había amputado (Enrique Osornio), la recupera y se la entrega a otro colaborado­r de Álvaro Obregón. Cuando se la entrega al dueño, éste le dice que no tiene el menor interés en conservarl­a y que haga con ella lo que le plazca”.

En su libro La ciudad que nos inventa, Héctor de Mauleón narra que, en efecto, la extremidad enfrascada terminó en un burdel de la avenida Insurgente­s y que fue allí donde Osornio la encontró, luego se la entregó al secretario particular de Obregón, Aarón Sánez, quien convenció al entonces presidente Lázaro Cárdenas de construir un monumento en honor al General, en el sitio donde fue asesinado el 17 de julio de 1928.

Siete años después de su muerte, la mano de Obregón fue colocada en el monumento ubicado en lo que hoy se conoce como el parque de La Bombilla, que era el nombre del restaurant­e español donde José de León Toral le dio seis disparos al entonces presidente electo, acabando con su vida.

José Luis Sánchez Juárez, investigad­or del Instituto Nacional de Antropolog­ía e Historia, asegura en entrevista que éste no es el único caso de conservaci­ón y exhibición de algún miembro de un personaje histórico en México.

“Uno de los más célebres es la pierna que perdió Santa Ana, también en combate, y se compara con lo que pasó con la cabeza de Francisco Villa -cuya tumba fue profanada para cortarla-. Lo que es especial con Obregón, es que se usó para un monumento”, observa.

El investigad­oraclara que no es posible determinar si el memorial fue diseñado para exhibir ahí la reliquia. “El monumento comenzó con el parque en 1934, luego Lázaro Cárdenas lo inauguró en 1935, pero no estamos ciertos si inmediatam­ente pusieron la mano”.

También, difiere de la versión sobre que una prostituta la robó. “Lo que sí podemos decir, es que Obregón, como otros personajes de la Revolución, gozó de una reputación muy alta y, en su caso, era un hombre apuesto. Puede que alguien haya tenido del deseo de guardar una parte de un personaje a quien admiró, pero son mitos, no sabemos el nombre de la mujer, ni la fecha en que la pudo haber robado”, explica Sánchez Juárez.

Existe también la leyenda -agrega- de que el propio Obregón ofreció una recompensa para quien encontrara la mano.

En su libro Álvaro Obregón. Fuego y Cenizas de la Revolución Mexicana, Pedro Castro detalla que el enfrentami­ento donde perdió la extremidad ocurrió al principio de las batallas del Bajío. “Ahí se iba a decidir la suerte de la Revolución, en la lucha de titanes: Villa y Obre- gón”. Entre el 6 y 7 de abril de 1915, Villa perdió mil 800 hombres en Celaya, de ahí que, en referencia a ese triunfo, posteriorm­ente Obregón fue conocido como El manco de Celaya.

“Tras su victoria, Obregón reanudó con sus tropas el avance hacia el norte, siguiendo la ruta del Ferrocarri­l Central hasta la estación Trinidad”, relata el historiado­r de la UNAM. El 3 de junio, en la Hacienda de Santa Ana del Conde, en León, Guanajuato, ocurrió el ataque en el que Obregón casi pierde la vida.

EL HUMOR NEGRO DEL GENERAL

Pedro Castro escribe que la herida en el brazo -que le quedó pendiendo-, le provocaba un dolor tan fuerte que, según palabras del porpio Obregón, tomó la pistola que llevaba en la cintura y se apuntó a la sien. “Pero su intento se frustró porque el arma no tenía tiro”.

En su libro El militarism­o mexicano, el periodista y escritor español Vicente Blasco Ibáñez cuenta que, a propósito de la pérdida de su

Y sacándose del bolsillo un azteca de oro, lo levantó sobre su cabeza. Inmediatam­ente salió del suelo una especie de pájaro de cinco alas. Era mi mano, que, al sentir la vecindad de una moneda de oro, abandonaba su escondite para agarrarla con un impulso arrollador” ÁLVARO OBREGÓN Ex presidente de México

extremidad, Obregón le narró que después de que se la amputaron, ésta cayó al piso. “Mis gentes se encargaron de buscar el brazo por el suelo. Exploraron por todas direccione­s sin encontrar nada. ¿Dónde estaría mi mano con el brazo roto? ‘¡Ya lo encontraré!’, dijo uno de mis ayudantes que me conoce muy bien. ‘Ella vendrá sola. Tengo un medio seguro’. Y sacándose del bolsillo un azteca de oro, lo levantó sobre su cabeza. Inmediatam­ente salió del suelo una especie de pájaro de cinco alas. Era mi mano, que, al sentir la vecindad de una moneda de oro, abandonaba su escondite para agarrarla con un impulso arrollador”.

El humor negro que Obregón tuvo hacia sí mismo fue legendario. En una ocasión -narra Ignacio Solares en sus Ficciones de la Revolución Mexicana- le habrían preguntado al General por qué usaba el reloj en el muñón, en vez de ponérselo en la muñeca : “Y quién va a darle cuerda, ¿su chingada madre?”.

La mano de Obregón se conservó en formol 74 años, desde la batalla en la que fue herido, hasta el año que sus descendien­tes, en una ceremonia privada, la retiraron de su monumento para incinerarl­a y llevarla a reposar a Huatabampo, Sonora, con los demás restos del General.

¿Por qué exhibir una mano regordeta de uñas bien cortadas en un memorial histórico por más de medio siglo? El doctor Felipe Ávila considera que la reliquia fue símbolo del fin de una era. “Había muerto el último gran caudillo de la Revolución y su muerte tan trágica sirvió precisamen­te para que la lucha política por el poder se diera a través de las institucio­nes y no por las armas”.

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 ??  ?? 1917. Venustiano Carranza (der.) recibiendo la protesta del general Álvaro Obregón (izq.) como ministro de Guerra (colección Ruth Becerra Velázquez. INEHRM).
1917. Venustiano Carranza (der.) recibiendo la protesta del general Álvaro Obregón (izq.) como ministro de Guerra (colección Ruth Becerra Velázquez. INEHRM).

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