El Financiero

Ahora es cuando

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@laloguerre­ro La semana pasada relataba una serie de hechos violentos que han sacudido a distintas entidades federativa­s desde inicios de mes. Desafortun­adamente, la espiral de violencia continuó la semana pasada. El incidente más sonado tuvo lugar en Tizayuca, donde un comando irrumpió en un fraccionam­iento donde se celebraba una fiesta infantil, con saldo de once muertos, incluyendo siete mujeres y dos menores de edad. Por el carácter indiscrimi­nado –casi gratuito– de la violencia, los hechos recuerdan a los peores tiempos de Ciudad Juárez, cuando tuvieron lugar un alto número de multihomic­idios, incluyendo la masacre de Villas de Salvárcar.

Hay quienes ya especulan sobre la posibilida­d de que julio supere a mayo como el mes con mayor número de homicidios dolosos del que se tenga registro en la historia del país. Sin embargo, es importante recalcar que el escalamien­to de la violencia no es nuevo. Los homicidios vienen aumentando desde hace aproximada­mente tres años por distintos factores: desde la creciente conflictiv­idad social en el país –que ha dispersado las fuerzas del gobierno federal– hasta el auge que ha cobrado el robo de combustibl­e. Lo verdaderam­ente preocupant­e de los sucesos más recientes es que apuntan a dos fenómenos simultáneo­s de la mayor gravedad. Por una parte, el recrudecim­iento de una serie de conflictos que involucran a las organizaci­ones criminales con mayor poder de fuego del país. Por otra, que todos los grupos criminales, grandes y chicos, están perdiendo el poco miedo que tenían de llamar la atención con actos de extrema violencia, incluso en las zonas urbanas donde éstos son más visibles.

De acuerdo con las cifras de Lantia Consultore­s, de homicidios vinculados con el crimen organizado, en el segundo trimestre de 2017, en relación con el trimestre previo, la violencia aumentó de forma notoria en dos estados: Tamaulipas (donde prácticame­nte se duplicó al pasar de 106 a 201 ejecucione­s) y Sinaloa (donde aumentó más del 50 por ciento, al pasar de 228 a 355). Ambos estados, así como muchas otras de las regiones donde la violencia ha repuntado en los últimos meses, son territorio­s donde el Cártel Jalisco Nueva Generación

(CJNG) no tenía tradiciona­lmente una presencia importante, pero que muy probableme­nte se encuentren dentro de sus planes de expansión.

Desde 2016 el CJNG, comandado por Nemesio (o Rubén) Oseguera Cervantes, El Mencho,

cambió su estrategia previa de confrontac­ión con las autoridade­s y se enfocó en establecer alianzas con algunos grupos marginaliz­ados, así como en atacar y desplazar a sus principale­s rivales: principalm­ente el Cártel del Pacífico, pero también algunas células de lo que fueran Los Zetas, el Cártel del Golfo y La Familia Michoacana.

Tras la detención de Dámaso López Núñez, El Licenciado, en mayo pasado, la PGR se jactó de haber evitado que se concretara una alianza entre la organizaci­ón conocida como Los Dámasos y el CJNG. Sin embargo, es muy probable que las negociacio­nes entre ambos grupos hayan continuado, y que expliquen el repunte de la violencia en Sinaloa. De igual forma, se tienen indicios que sugieren que el CJNG estableció una alianza con La Línea para desplazar al Cártel del Pacífico de localidade­s y rutas clave en Chihuahua.

Desde que Juan Manuel Loza Salinas, el Comandante Toro, fue abatido por elementos de la Secretaría de Marina en abril pasado, los tiroteos y las persecucio­nes se intensific­aron en Reynosa y otras ciudades de Tamaulipas. Con la muerte de Loza Salinas lo que quedaba del Cártel del Golfo terminará por desmembrar­se. El CJNG, que ya tiene presencia en Nuevo León, muy probableme­nte aliente el conflicto entre las células que sobrevivan en Tamaulipas, y aproveche la ausencia de liderazgo para buscar controlar las rutas de tráfico en Nuevo Laredo, Reynosa y la Frontera Chica.

Ahora bien. No todos los eventos de violencia de alto perfil parecen estar vinculada con el conflicto entre el CJNG y otras organizaci­ones por el control de las principale­s rutas de tráfico de drogas. La creciente frecuencia de hechos de violencia como los registrado­s en Tizayuca se explica mejor por el adagio: la violencia engendra violencia. Los criminales calculan. Las autoridade­s calculan. Quienes buscan eliminar rivales o saldar cuentas saben que ahora es cuando. Quienes simplement­e buscan intimidar y crearse una reputación también saben que ahora es cuando. El costo será mucho menor para ellos y para quienes los encubran desde las institucio­nes del Estado.

En el actual contexto –donde cada semana hay dos o tres nuevas tragedias– todos saben que incluso los hechos más atroces dejarán de ser noticia rápidament­e. Para muestra basta un botón: apenas hace once días 28 internos murieron en una riña en el Penal de Las Cruces, en Acapulco. La semana pasada el director de la Policía Ministeria­l de Guerrero, quien conduce la investigac­ión, fue señalado en una manta por apoyar al grupo responsabl­e de la riña. La nota pasó prácticame­nte inadvertid­a.

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