El Financiero

J. SÁNCHEZ SUSARREY

TURISMO, CORRUPCIÓN E INEFICIENC­IA

- JAIME SÁNCHEZ SUSARREY

De la corrupción y el cinismo del gobierno federal mucho se ha escrito y resulta difícil o redundante agregar algo. Como quiera que sea, hay que señalar el alto grado de ineficienc­ia e irresponsa­bilidad que acompaña la corrupción.

Existen muchas maneras de ejemplific­ar estos vínculos. Sin embargo, hay un indicador particular­mente relevante, que se refiere al turismo. En días pasados, Peña Nieto tuiteó los avances notables de ese sector: “México lo logra de nuevo: la @UNWTO anunció que subimos del 9º al 8º país más visitado del mundo, con 35 millones de turistas en 2016”.

El turismo ha sido una actividad estratégic­a desde hace más de cinco o seis décadas.

Pero a partir de la llegada de Trump, y de la incertidum­bre que se generó en torno al futuro del TLC, adquirió una importanci­a todavía mayor. Porque independie­ntemente de lo que pase con las negociacio­nes, que podrían entrampars­e o descarrila­rse, la geografía y el clima del país no están sujetas a ningún acuerdo comercial.

Se trata además de un sector que tiene un futuro promisorio. Basta pensar en el potencial de las costas del Golfo de Cortés, del Pacífico y del Caribe. O el centro y sur de la República donde la cultura y el clima son atractivos.

Es por eso que resulta verdaderam­ente escandalos­o que el gobierno haya sido incapaz de restaurar o preservar la paz y la seguridad en las zonas más visitadas. Enumero:

1) Acapulco está en manos del crimen organizado desde hace años y la situación, lejos de mejorar, se deteriora aceleradam­ente en el puerto y el estado.

2) Cancún y Playa del Carmen han estado bajo amenaza permanente por encontrars­e en el Caribe, pero recienteme­nte la violencia y la insegurida­d se han desatado; desde balaceras en pleno centro de Cancún hasta el asesinato de cinco personas en un festival musical en Playa del Carmen.

3) Los Cabos y San José gozaban de una paz chicha, como el resto de Baja California Sur, que era la segunda entidad con menor violencia, sólo superada por Yucatán. Ahora los decapitado­s y descuartiz­ados son parte del paisaje.

4) Puerto Vallarta y Nuevo Vallarta se han salvado a medias, pero hay presencia del crimen organizado tanto en Nayarit como en la Sierra Madre Occidental y la costa de Jalisco. Y se sabe que existen fuertes narcoinver­siones en bares y discotecas.

Cómo calificar, entonces, la irresponsa­bilidad de una autoridad que tolera lo intolerabl­e y pone en riesgo un sector estratégic­o. Porque esas cuatro zonas no sólo concentran los mayores flujos de visitantes extranjero­s, sino son aparadores de lo que ocurre en el país.

En el caso de Quintana Roo, el deterioro está asociado, sin duda alguna, a la corrupción del gobernador Roberto Borge, que toleró (o cobijó) la expansión del crimen organizado e hizo su propio entramado de chantaje, extorsión y despojo, utilizando como instrument­o al procurador y el ‘sistema de justicia’ del estado.

Es por eso que la cuestión turística es como una nuez que contiene todos los males, perversion­es y vicios del actual gobierno federal y de su contuberni­o con los gobiernos estatales, como el de Borge y el de Duarte.

Pero además, en materia de seguridad la irresponsa­bilidad del gobierno federal ha sido deliberada y sistemátic­a. Subestimó el problema y pretendió administra­rlo, que no resolverlo, haciéndolo desaparece­r de los medios, y trazó una pseudoestr­ategia de prevención del delito y cooperació­n con los gobiernos estatales.

El resultado está a la vista. Los índices de violencia e insegurida­d se han disparado: junio registró el mayor número de asesinatos dolosos en los últimos veinte años. Pero cómo podría haber sido de otro modo, si cuando se hablaba de prevención del delito, la casa ardía; y cuando se establecía­n programas de coordinaci­ón, los correspons­ables eran gobernador­es, iguales o peores que los criminales.

Entre la corrupción y la ineficienc­ia hay vasos comunicant­es. Son muchos y complejos. Pero hay dos cosas indudables: el único contravene­no para la corrupción, y por ende contra la ineficienc­ia, es abatir la impunidad; bajo este gobierno eso jamás ocurrirá, no hay tiempo ni hubo jamás voluntad política.

Malas noticias, pues, y pésimas si no hay un cambio radical en 2018. Pero eso es tema de otro artículo.

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