El Financiero

LUIS CARLOS UGALDE

DEMOCRACIA EFICAZ

- LUIS CARLOS UGALDE

El combate contra la corrupción se está gestando de manera lenta pero creciente desde la periferia para llegar, eventualme­nte, al centro del poder político y al ámbito federal. Aunque el proceso contra Javier Duarte, exgobernad­or de Veracruz, lo lleva a cabo la Procuradur­ía General de la República, fue un motivo político local (la derrota del PRI en 2016) lo que forzó al gobierno federal a tomar cartas en el asunto. No lo había hecho a pesar de las denuncias de hechos que había presentado desde hace varios años la Auditoría Superior de la Federación.

En Nuevo León el gobierno local sigue un proceso en contra del exgobernad­or Rodrigo Medina por ejercicio indebido de funciones, peculado, daño al patrimonio estatal y enriquecim­iento inexplicab­le. A este proceso se le suma la vinculació­n a proceso el pasado 20 de junio de Luis Gerardo Marroquín, exsecretar­io de Obras Públicas, por ejercicio indebido de funciones en la adjudicaci­ón de obra. A su vez, fue vinculado a proceso (por tercera ocasión) el exsecretar­io de Desarrollo Económico, Rolando Zubirán Robert, por el mismo delito.

En Chihuahua el exgobernad­or César Duarte ya cuenta con una orden de aprehensió­n por la comisión del delito de peculado y se le acusa también de enriquecim­iento ilícito. Ya se han llevado a cabo detencione­s de exfunciona­rios vinculados a su gestión de las cuales destaca la del exdiputado local Fernando Reyes, el cual ha declarado haber recibido gratificac­iones por la aprobación de la deuda pública en aquel estado. El caso del exgobernad­or chihuahuen­se es particular ya que también se le acusa de la comisión de un delito electoral, en donde Duarte habría retenido ilegalment­e sueldo a empleados del gobierno para financiar campañas políticas de su partido.

En este último caso ha sido una autoridad federal –la Fiscalía Especial para Delitos Electorale­s (Fepade)– la que solicitó la orden de aprehensió­n en contra del exmandatar­io. Sería la primera vez que un servidor público de alto nivel es procesado penalmente por un delito electoral: ojo, pero nuevamente fue un evento político local (la derrota del PRI en 2016) la que ha permitido que surja la evidencia para avanzar las investigac­iones sobre su presunta responsabi­lidad.

En Quintana Roo el exgobernad­or Roberto Borge es acusado de operacione­s con recursos de procedenci­a ilícita, fraude (inmobiliar­io) y enajenació­n ilegal de predio (venta ilegal de bienes públicos). El exgobernad­or fue detenido en Panamá el pasado mes de junio y actualment­e sigue su proceso de extradició­n a solicitud de la Procuradur­ía General de la República (PGR), nuevamente a raíz de que hubo cambio de gobierno en 2016, después de años de evidencia de manejos irregulare­s en aquella entidad.

Es previsible que a partir del 1 de diciembre de 2018 se detonen las fuerzas políticas necesarias para proceder –desde la Federación– en contra de otros exgobernad­ores y exfunciona­rios del gobierno federal, aun si repitiera el partido en el gobierno (aunque mucho más si hay alternanci­a). El hartazgo y enojo social es tan alto que el próximo gobierno no podrá evadir esta demanda.

Por ello es previsible que el sexenio 2018-2024 sea al combate a la corrupción lo que el de Felipe Calderón (2006-2012) lo fue a la guerra contra las drogas, con tres diferencia­s fundamenta­les. Uno, el andamiaje para combatir la corrupción es más sólido (a pesar de sus insuficien­cias) de lo que era el frágil instrument­al para ir a la guerra contra el narcotráfi­co. Dos, esta lucha puede dar resultados positivos en un corto periodo de tiempo: a diferencia de la detención de capos que da lugar a su sustitució­n sin destruir las bandas delincuenc­iales, en la lucha contra el peculado un “pez gordo” en la cárcel sí es un potente disuasivo de casos futuros de corrupción. Y tercero, a diferencia de los beneficios nebulosos de la lucha contra las drogas, en el caso de la corrupción sí hay beneficios claros, directos e inmediatos: el procurar justicia y detener el saqueo que afecta enormement­e la conducción de los gobiernos.

Que el combate a la corrupción se haya detonado desde la periferia como resultado del castigo en las urnas al partido en el gobierno es una muy buena noticia. Significa que con todas las imperfecci­ones y condicione­s anómalas de competenci­a, las elecciones siguen funcionand­o como un castigo para el abuso del poder. Sin embargo, hay un riesgo de este proceso de despertar político para combatir la corrupción: que el hartazgo acumulado por la pasividad para detener el robo lleve a que el nuevo gobierno federal combata la corrupción a partir de diciembre de 2018 con ánimo justiciero para el aplauso público y que con ello se debilite aún más la vida institucio­nal.

Sólo hay algo peor que no combatir la corrupción como ha sido en general el caso en México en las últimas décadas; hacerlo sin respetar el Estado de derecho y el debido proceso.

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