El Financiero

LA GUERRA CIBERNÉTIC­A ESTÁ EN TODAS PARTES

- JOHN THORNHILL

El Northrop Grumman B-2 Spirit es una aterradora pieza de equipo militar. El bombardero furtivo puede volar desapercib­ido durante miles de kilómetros para lanzar una bomba termonucle­ar en prácticame­nte cualquier blanco del planeta. Según una estimación del gobierno, cada B-2 en operación le ha costado a la Fuerza Aérea estadounid­ense, en promedio, 2.1 mil millones de dólares en desarrolla­r y desplegar.

Obviamente, muy pocos países tienen el dinero o la tecnología para inventar tales sistemas de armamentos. También existen muy pocas ocasiones en las que puedan usarse tales armas (menos mal). Por lo tanto, EU sigue siendo dominante en lo que denomina su primera y segunda estrategia­s de compensaci­ón: una clara supremacía en el campo de las armas nucleares y en el de los misiles guiados con precisión. Pero aunque estas tecnología­s continúan siendo necesarias para contrarres­tar los retos de las potencias rivales, ya no son suficiente­s en un mundo que cambia tan rápidament­e.

La mayoría de los gastos de defensa en los países de la Organizaci­ón del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) continúan siendo dedicados a costosas cajas de metal que pueden conducirse, dirigirse o volarse. Pero, como en tantas otras áreas de nuestro mundo digital, la capacidad militar está rápidament­e cambiando de lo visible a lo invisible, del hardware al software, de los átomos a los bits. Y ese cambio está drásticame­nte alterando la ecuación cuando se trata de costos, posibilida­des y vulnerabil­idades de desplegar la fuerza.

Comparemos los gastos de un bombardero B-2 con los insignific­antes costos de un terrorista secuestrad­or o un pirata informátic­o patrocinad­o por el Estado, capaz de causar estragos periódicos en los bancos o en la infraestru­ctura de transporte de otro país, o incluso en las elecciones democrátic­as.

EU ha parcialmen­te reconocido esta cambiante realidad y, en 2014, esbozó una tercera estrategia de compensaci­ón declarando que debía mantener la supremacía en las tecnología­s de próxima generación, tales como la robótica y la inteligenc­ia artificial. El único país que pudiera competir con EU en estos campos es China, el cual también ha estado invirtiend­o dinero en esas tecnología­s.

Pero la tercera estrategia de compensaci­ón sólo contrarres­ta parte de la amenaza en la era del conflicto asimétrico. En el mundo virtual, existen pocas reglas del juego, escasas maneras de evaluar las intencione­s y capacidade­s del oponente, y ninguna pista real para saber si estás ganando o perdiendo.

Tal turbiedad es perfecta para aquellos que desean subvertir la fuerza militar del Occidente. China y Rusia parecen entender este nuevo ‘desorden mundial’ mucho mejor que otros, y son expertos en convertir las vulnerabil­idades del Occidente mismo en su contra.

Los estrategas chinos estuvieron entre los primeros en explorar este nuevo terreno. En 1999, dos oficiales del Ejército Popular de Liberación escribiero­n el libro ‘Guerra irrestrict­a’, en el que argumentab­an que los tres “elementos de equipo indispensa­bles de cualquier guerra” — es decir, soldados, armas y un campo de batalla — habían cambiado por completo. Los soldados incluían piratas, financiero­s y terrorista­s. Sus armas podían ir desde aviones civiles y navegadore­s de Internet hasta virus informátic­os, mientras que el campo de batalla estaría “en todas partes”.

Los pensadores estratégic­os rusos también han ampliado su concepción de fuerza. Moscú ha utilizado equipo militar tradiciona­l en los recientes conflictos en Georgia y Ucrania. Pero también ha lanzado ataques cibernétic­os contra ambos países, así como contra Estonia, y está acusado de piratear las elecciones presidenci­ales estadounid­enses.

Más ampliament­e, Moscú ha estado intensific­ando sus operacione­s de “dezinforma­tsiya”, derivadas de la KGB, como parte de lo que el Prof. Mark Galeotti ha llamado “el uso de la informació­n como arma”. Según Dmitry Kiselyov, el presentado­r de televisión ruso y propagandi­sta del Kremlin, las guerras de informació­n se han convertido en “el principal tipo de guerra”.

Rosa Brooks, una exfunciona­ria del Pentágono, ha argumentad­o que el ejército estadounid­ense está lejos de ser la organizaci­ón ideal para responder a esta multiplici­dad de retos. Ella más bien sugiere que la defensa de las sociedades occidental­es y la proyección del poder blando necesitan ser repensadas como un propósito nacional colectivo. “Imagínate un sector público mejorado basado en la idea del servicio universal; un EU en el que cada joven pasa un año o dos en un trabajo que promueve la seguridad nacional y global”, ella ha escrito.

Tales ambiciones serán académicas mientras que Donald Trump permanezca en la Casa Blanca y siga comprometi­do con aumentar el gasto en equipo militar pasado de moda. Además, el Kremlin difícilmen­te pudiera desear tener un presidente estadounid­ense más complacien­te que uno que ha elogiado el fuerte liderazgo de Vladimir Putin; que ha estado vacilante en apoyar la seguridad colectiva de la OTAN; y que ha denunciado a los medios de comunicaci­ón estadounid­enses por diseminar “noticias falsas”.

En el reino de la “guerra memética”, como se le ha llamado, parecería que el Kremlin ya ha ganado. Pero, antes de que haga demasiado alarde, la comitiva del Sr. Putin puede que reflexione acerca de que el Occidente depende mucho menos de un individuo o de una institució­n que Rusia.

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