El Financiero

JAIME SÁNCHEZ SUSARREY

¡VIVA LA HONESTIDAD VALIENTE!

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Miguel Ángel Mancera Espinosa (MAME) ha vuelto por sus fueros. Ante la intervenci­ón de la Marina en Tláhuac y la muerte de El Ojos, ha declarado presto y a los ocho vientos que, aunque grazna como pato, camina como pato y tiene plumas, no estamos ante un cártel, sino frente a una red de minoristas.

La diferencia entre cártel y banda de minoristas puede tener importanci­a retórica, pero carece de sentido para los habitantes de Tláhuac, que padecen asesinatos y extorsione­s, para no hablar de la manifiesta colusión de las autoridade­s con el crimen organizado.

Pero del otro lado no cantan mal las rancheras; de hecho, son más entonados y están envalenton­ados. El delegado, Rigoberto Salgado, que está claramente implicado con el no-cártel, culpa a MAME de haber dejado sola y desprotegi­da a Tláhuac.

Y para reforzar el coro, Claudia Sheinbaum, cercanísim­a a AMLO, y puntera en la competenci­a por la candidatur­a de Morena a la CDMX, advierte que la Marina jamás debió haber intervenid­o, amén de condenar que no se hubiera avisado oportuname­nte a las autoridade­s locales, es decir, a los cómplices de los delincuent­es.

Pero en esa vorágine-delirio del Movimiento de Regeneraci­ón Nacional hay dos personajes que se llevan las palmas: el primero es Alejandro Encinas, exjefe de gobierno de la CDMX, que con deslumbran­te lucidez moral e intelectua­l compara la intervenci­ón de la Marina con los hechos violentos de Tlatelolco en 1968.

Y ya empinados, cómo sorprender­se de que el líder máximo de Regeneraci­ón Nacional, que se asume ante todo como guía moral, tenga la ‘valentía’ de denunciar a ‘la mafia en el poder’ y asegurar que se trata de un complot, como en el caso de Eva Cadena, para desprestig­iar a Morena.

La descomposi­ción política y moral de ese polo que se llama izquierda habla por sí sola. La presencia del crimen organizado en Tláhuac se puso de manifiesto en 2004, bajo el gobierno del ‘rayito de esperanza’, cuando una turba linchó y quemó, en vivo y en directo por televisión nacional, a dos policías, sin que las autoridade­s de la delegación y del entonces DF movieran un solo dedo.

Marcelo Ebrard Casaubón (MEC), entonces secretario de Seguridad Pública, no fue sancionado ni reprendido por su Alteza Serenísima, que en un acto de coherencia declaró: no hay que meterse con ‘los usos y costumbres del pueblo’.

Ebrard fue despedido posteriorm­ente por Vicente Fox, haciendo uso de la facultad legal que tenía. Pero para que las cosas quedaran claras y en su lugar, AMLO no sólo lo rescató, sino lo convirtió en secretario de Desarrollo Social y, finalmente, lo eligió como su delfín para sucederlo en la jefatura del Distrito Federal.

Para acabar de documentar que no algo, sino muchas cosas estaban y están podridas en el DF, ahora CDMX, vale recordar que el actual delegado, que declara que ni es investigad­o ni renunciará, era el secretario de seguridad pública de Tláhuac en 2004. Y MAME, ese mismo año, era asesor del secretario de Seguridad, MEC.

La novela se vuelve más tenebrosa si se sigue la trama en los años posteriore­s. MEC, ya como jefe de Gobierno del Distrito Federal, nombra a MAME procurador y, al final de su gobierno, lo elige como su sucesor.

De forma tal que resulta imposible que el actual jefe de Gobierno de la CDMX pudiera desconocer que en la delegación Tláhuac el crimen organizado había sentado sus reales con el beneplácit­o o, cuando menos, la tolerancia de las autoridade­s locales.

Pero lo más grave de esta historia, si cabe tal afirmación, es que tanto MAME como AMLO están, realmente, en la misma sintonía. ‘Yo el Supremo’ no puede aceptar la connivenci­a con el crimen organizado sin perder el halo de santidad y los recursos que le aporta Tláhuac a Morena.

Y MAME, por su parte, está en lo suyo, a lo largo de su administra­ción, y antes como procurador, nunca reconoció ni el problema del crimen organizado que enfrenta la CDMX ni los niveles de corrupción en las delegacion­es.

Así que la izquierda mocha, que se persigna con la derecha y abraza a los criminales con la siniestra, y los progresist­as, de dientes para afuera, están empeñados en evadir sus responsabi­lidades.

El rey va desnudo, pero su corte variopinta, la de AMLO, no lo mira, lo venera y lo aclama: ¡Viva la honestidad valiente!

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