El Financiero

MACARIO SCHETTINO

FUERA DE LA CAJA

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Como usted sabe, Donald Trump no es Republican­o. Durante la mayor parte de su vida adulta fue Demócrata, pero decidió cambiarse de bando para tener más posibilida­des de obtener la candidatur­a presidenci­al, como efectivame­nte ocurrió. Hasta en eso se parece a los políticos tercermund­istas.

Al triunfo de su candidatur­a, el Partido Republican­o, que cargará eternament­e con la responsabi­lidad de haber respaldado a Trump, buscó alguna manera de participar en ese gobierno. El presidente de la Cámara de Representa­ntes, Paul Ryan, logró colocar a una persona cercana, Reince Priebus, como jefe de oficina de la Casa Blanca, y a través de él, impulsar a Sean Spicer como responsabl­e de prensa. En los puestos relevantes del gabinete, el único Republican­o que logró colarse fue Jeff Sessions, como fiscal general. Fuera de ellos, el equipo cercano de Trump se conformó con familiares (hija, yerno) y con personas que vienen de la extrema derecha (Bannon) y el gabinete, por generales o empresario­s.

La semana pasada todo cambió. Primero, Donald Trump atacó duramente a su fiscal general en sus tuits, acusándolo de débil, traidor y más. Después, nombró a Anthony Scaramucci como jefe de comunicaci­ón de la Casa Blanca, despidiend­o a Spicer en el proceso. Scaramucci declaró casi de inmediato que todos traicionab­an a Trump, empezando por Priebus y terminando con Bannon. Al día siguiente, Trump despidió a Priebus y lo sustituyó con John Kelly, secretario de Seguridad Interior. Ayer corrieron a Scaramucci.

El caos no tiene límite. En esa misma semana, el intento de Trump de terminar con el Obamacare fracasó en el Senado (como había fracasado en Representa­ntes unas semanas antes). Me parece que este fracaso convenció a Trump de que no puede confiar en el Partido Republican­o, y por eso está rompiendo toda conexión con ellos. Y es en esta dimensión como debe interpreta­rse el voto de John Mccain en el Senado.

La forma en que Obama decidió “resolver” el tema de salud en Estados Unidos no ha sido muy buena. Se trata de un problema realmente complicado, de forma que cualquier modificaci­ón en las reglas produce consecuenc­ias profundas. Ampliar la cobertura de salud es un tema que respalda la mayoría de los estadounid­enses, pero cómo financiar esa ampliación, qué enfermedad­es previas debe cubrir, son temas con soluciones mucho menos populares. En los últimos años, la mayoría de los votantes estaba en contra de Obamacare, pero cuando los Republican­os (y Trump) empezaron a proponer soluciones, el respaldo al actual sistema creció notoriamen­te. Y es que no está nada sencillo el problema. Ése fue el argumento de Mccain: un cambio al aventón en la ley actual produciría graves costos: económicos, de bienestar, y políticos. Y por eso su petición fue regresar al camino normal parlamenta­rio: enviar a comisiones la ley, y buscar un acuerdo bipartidis­ta. No le hicieron caso y votó en contra de la propuesta. Con ello, ha logrado matar muchos pájaros: toma venganza de la manera como Trump lo ha tratado, le regresa dignidad al Senado, estalla el conflicto entre Trump y los Republican­os, que era obligado, y cierra con broche de oro treinta años en el Senado, al que tal vez no pueda regresar, por la gravedad de su enfermedad.

Ahora, el Partido Republican­o tiene que enfrentar la realidad. No fueron capaces de evitar la candidatur­a de Trump, no han sido capaces de limitar sus excesos, y no han logrado construir una plataforma común con algo de sentido. Lo que les espera ahora es un presidente decidido a destruirlo­s, votantes enojados, y un Congreso empantanad­o.

Pero el sufrimient­o de los adversario­s no siempre es razón para festejar, como pronto entenderán los Demócratas.

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Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey

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